POR BIZÉN D’O RIO MARTÍNEZ, CRONISTA OFICIAL HOYA DE HUESCA
Acerca de las imágenes en la devoción popular, es la Sagrada Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos la que dictamina sobre las imágenes en su 18ª Disposición. Una expresión de gran importancia en el ámbito de la piedad popular es el uso de las imágenes sagradas que, según los cánones de la cultura y la multiplicidad de las artes, ayudan a los fieles a colocarse delante de los misterios de la fe cristiana. La veneración por las imágenes sagradas pertenece, de hecho, a la naturaleza de la piedad católica, es un signo el gran patrimonio artístico que puede encontrarse en iglesias y santuarios, a cuya formación ha contribuido frecuentemente la devoción popular.
Fue especialmente el Concilio Niceno II del año 787 el que siguiendo la doctrina divinamente inspirada de los Santos Padres y la tradición de la Iglesia Católica, defendió con fuerza la veneración de las imágenes sagradas. Esta veneración de las imágenes, sean pinturas, bajorrelieves u otras representaciones, además de ser un hecho litúrgico significativo, constituyen un elemento relevante de la piedad popular, y según la enseñanza de la Iglesia, las imágenes sagradas son: traducción iconográfica del mensaje evangélico; signos santos, que como todos los signos litúrgicos, tienen a Cristo como último referente; son memoria de los hermanos Santos; ayudan a la oración, pues facilitan la súplica; son estímulo para su imitación y una forma de catequesis. La imagen no se venera por ella misma, sino por lo que representa. Por eso a las imágenes “se les debe tributar honor y la veneración debida, no porque se crea que en ellas hay cierta divinidad o poder que justifique este culto o porque se deba pedir alguna cosa a estas imágenes o poner en ellas la confianza, como hacían antiguamente los paganos, poniendo su esperanza en los ídolos, sino porque el honor que se les tributa se refiere a las personas que representan”.
A la luz de estas enseñanzas, es claro el hecho de que algunas imágenes sean objeto de una veneración particular, hasta el punto de convertirse en símbolo de identidad religiosa y cultural de un pueblo, de una ciudad o de un grupo, se debe explicar a la luz del acontecimiento de gracia que ha dado lugar a dicho culto y a los factores históricosociales que han concurrido para que se estableciera; es lógico pues, que el pueblo haga referencia, con suma frecuencia y con gusto, a dicho acontecimiento; porque así, es como fortalece su fe y protege su propia identidad cultural.
En suma, las imágenes sagradas, por su misma naturaleza, pertenecen tanto a la esfera de los signos sagrados como a la del arte. En ellas, que con frecuencia son obras de arte llenas de una intensa religiosidad, aparece el reflejo de la belleza que viene de Dios. Sin embargo, la función principal de la imagen sagrada no es procurar el deleite estético, sino introducir en el Misterio. Cuando a veces la dimensión estética se antepone, la imagen resulta más un “tema”, que el transmisor de un mensaje espiritual. Cierto es que a la piedad popular le agrada las imágenes, que llevan las huellas de su propia cultura; las representaciones realistas, los personajes fácilmente identificables. Sin embargo, se ha de evitar que el arte religioso popular caiga en reproducciones decadentes.
La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, en su 170ª reunión del Consejo Ejecutivo EX, celebrada en París el 3 de septiembre del 2004 para tratar del “Uso inadecuado de símbolos y expresiones de carácter religioso”, ante el hecho de que en los últimos tiempos se venía asistiendo a una acentuación de la tendencia a usar imágenes y expresiones de carácter religioso en artículos comerciales y en otros contextos ajenos a la religión, un lamentable fenómeno por el que imágenes, símbolos y expresiones que revisten un carácter sagrado para las religiones del mundo, se utilizan como medios para vender prendas de vestir, discos, marcas de alimentos y bebidas, así como otros productos o servicios, haciendo caso omiso de las sensibilidades religiosas y culturales, además de provocar una justa indignación, calificaba la utilización de las imágenes, los símbolos o las expresiones propias de cualquier religión en tales casos, no sólo de ofensiva para quienes practican dichas religiones, sino que también constituyen un acto de menosprecio a sus respectivas culturas que debe ser condenado por la comunidad internacional.
Especialmente en el contexto actual, habida cuenta de la necesidad indiscutible de trabar un diálogo intercultural e interreligioso, de respeto y entendimiento, teniendo la indiscutible obligación moral todos de fomentar una sociedad que respete y dé cabida a las diferentes sensibilidades de todos los pueblos del mundo.
A lo largo de la historia de la humanidad, la religión, al igual que la identidad cultural, ha sido utilizada a menudo para dividir a los pueblos, en lugar de unirlos, lo que ha provocado en muchos casos la degradación de la dignidad humana y situaciones de conflicto en la mayoría de ellos. Igualmente, se ha utilizado la religión para generar intolerancia, odio, ignorancia y violencia. Sin embargo, la religión habría de verse como un imperativo ético individual para la plena realización de la vida humana. Las enseñanzas de las grandes religiones del mundo deberían ser un elemento fundamental en la construcción de la identidad y la historia individual, así como en el fomento de la tolerancia y el respeto mutuo, condiciones indispensables para que se establezca un verdadero diálogo entre los pueblos, las culturas y las civilizaciones.