POR CATALINA SÁNCHEZ GARCÍA Y FRANCISCO PINILLA CASTRO, CRONISTA OFICIALES DE VILLA DEL RÍO (CÓRDOBA)
Las huellas del pasado alertan
al paseante y al turista de
una ruta pretérita de pescadores,
que buscan su sendero en el futuro.
F.P.C
Cuando tomo la pluma, suelo pasar al papel ensoñaciones que nacen en mí y que pienso se pueden hacer realidad; en esta ocasión me atrevo a publicar una nueva idea con la ilusión de que no caiga en saco roto, o al menos sirva de deleite su lectura a alguna alma gemela.
La Madre Naturaleza que, en la Primavera la vida altera, nos da en esa época, una floreciente vegetación y un agradable clima que invita a pasear por el litoral del río Guadalquivir, lleno de aromáticas flores salvajes, arbustos con nuevos brotes y corpulentos árboles centenarios renovando su follaje; un lugar, donde los espíritus sosegados pueden disfrutar de agradables sorpresas en su contemplación, y en el discurrir del agua del río que, ofrece el atractivo de sus blancos borbollones producidos por piedras ocultas en su cuna; del arrastre de un trozo de árbol o la aparición espontánea de su fauna acuática y de la oportuna ave pescadora.
Estimo que sería conveniente hacer un estudio a fondo del ocio de la población, y aprovechar cultural y turísticamente los elementos naturales que nos ofrece la ribera del río Guadalquivir, al menos desde el Puente de Hierro hasta las Aceñas, construyendo donde hubo una ruta pretérita de cazadores, pescadores y arrieros, un sendero de futuro que nos permita: al mismo tiempo que, pasear y sentir crujir bajo nuestros pasos el tapiz de hojas de los álamos y chopos, amarillentas y ocre que se desprenden en el otoño, disfrutar del paseo romántico que nos brinda el agua, el sol, el árbol y la fauna; y obtener conocimientos de la naturaleza y del medio en el cual nos desarrollamos.
En los tranquilos paseos, acudirían a nuestra mente y serían objeto de reflexión recuerdos del pasado: como los vados del río Guadalquivir; la ubicación de los pozos y abrevaderos en los lugares de acampamiento en las Vías Pecuarias, donde otrora se celebraban las ferias de ganado (hoy los terrenos están ocupados por la Piscina Municipal); las inundaciones producidas por el río Salado que anegaba el Jardín del Lirio, y cómo se las veía “el Sólo” para salir de su casa de la huerta en barca; la riqueza piscícola y los puestos de los pescadores; las barcas para cruzar el río; la antigua muralla con su baranda; el cementerio anexo a la iglesia (castillo); los tiempos en que se instalaba y festejaban la feria entre el castillo y la muralla, o el cine de verano de Malori; los espigones y bañistas; el huerto de Jordán; los islotes llenos de juncia, juncos, algas flotadoras y ramas; las Aceñas, etc.
Un nuevo sendero de ribera, serviría de camino y escenario en el desfile de carrozas romeras de San Isidro en su festiva y lenta andadura, y la bella imagen quedaría estampada en las mentes soñadoras.
También se echa de menos un reposadero en el centro o extremos del Puente de Hierro para que, desde su elevado pedestal se pueda contemplar, al amanecer: los valles y montes envueltos en un humeante manto de niebla que, semejante a un fino y blanco tul cubre todo el paisaje, y más tarde conforme entra la mañana, ver la entrada del agua del río Guadalquivir a la Villa, pujante de fertilidad y vida, desde la vecina defensora de reinos y triunfante de historia, ubérrima olivarera y de castillos poblada, provincia de Jaén, la que en dos épocas lejanas se llenó de gloria contribuyendo al cambio de signo en la historia de España (en 1212 fueron derrotados los musulmanes en las Navas de Tolosa y en 1808 en Bailén, el ejército francés).
Contemplar desde la atalaya del puente, la entrada del agua en nuestro término escoltada por dos hileras de gigantes árboles de variopintos colores verdes, y amarillos dorados diferentes, que reflejados en las aguas parecen flotar en ellas. Oír el canto libre y feliz de los pájaros que desde el fondo de la arboleda sube. Divisar a lo lejos la salpicadura de caserías blancas que, en el horizonte entre verdes olivares, se extienden hacia Sierra Morena, y hacia el Sur el casco antiguo del pueblo y el nacimiento del modernísimo sector urbano que, en su tentacular expansión engloba los terrenos de la centenaria extinguida fábrica de aceites Oleum S. A. … sirve de terapia para el stress y es un placer para el espíritu sosegado. En verdad que no apetece hablar mientras se contempla, sólo, mirar y mirar… tan seductores paisajes.
Y sobre todo, sería necesario instalar unos embarcaderos en las orillas del río, donde los futuros piragüistas puedan calar sus barcos flotantes después de deslizarlos suavemente en animadas regatas desde el Puente hasta las Aceñas. Y en la altiplanicie de la ribera del río, un chiringuito-merendero con sus hamacas, vendría a cubrir las necesidades del mortal más exigente.
En esta querida Aldea global, situada entre Marmolejo y Montoro, unidas por el río Guadalquivir, y divisorias por él, Sierra Morena al Norte y el Cerro Morrión al Sur, escenario de laboriosos proyectos de desarrollo y futuro, vestida a diario de un esperanzador crepúsculo y donde la hospitalidad y simpatía de sus gentes son los elementos más valorados por los forasteros, está el origen de mi existencia.
Pienso que todos, con el Ayuntamiento a la cabeza con planos y estudios, debemos contribuir un poquito, para transformar y aprovechar lo que realmente tenemos, forjando los ideales hacia un futuro de industria, turismo y bienestar. Si no lo hacemos ahora, habremos perdido nuestra materia prima, ideas y progreso a favor de otros pueblos más decididos.
Desde estas líneas, deseo manifestar mi ánimo en pro de esta obra, que considero de vital importancia para el desarrollo turístico-fluvial-ecológico de la población y para que el Gobierno Municipal actual, que respira salud, estabilidad y cultura, distinguido por su amor a las leyes y a la justicia, haga realidad la utopía y los sueños de muchos villarrenses y convierta nuestro pueblo en modelo, entre los armónicamente desarrollados.
FUENTE: CRONISTAS