POR FRANCISCO JAVIER GARCÍA CARRETERO, CRONISTA OFICIAL DE ARROYO DE LA LUZ (CÁCERES).
Que el retablo de Luis de Morales, El Divino, y la iglesia que lo alberga, Santa María de la Asunción, constituyen nuestros bienes culturales más preciados, es algo que ningún arroyano puede poner en duda. Sin lugar a equivocarnos estamos ante las dos ‘joyas de la corona’, iglesia mayor de la villa y retablo renacentista que debemos, por consiguiente, proteger, mimar y difundir una y otra vez como nuestros principales embajadores ante el mundo. Por eso el ‘accidente’ ocurrido en estos primeros días del año 2022 nos ha llenado a todos los arroyanos de gran zozobra.
La plenitud y magnificencia del colorido del retablo o la arquitectura de la iglesia no ha estado siempre así, ya que en muchos casos a lo largo de su centenaria historia, bien por descuidos, por negligencia, por accidentes graves como un peligroso terremoto, por simple desconocimiento de lo que había que hacer, o bien por utilizar prácticas ancestrales de comportamiento en el interior del templo, y muy próximas a la pura superstición, los cuadros de Morales y la arquitectura de la iglesia en nuestra localidad sufrieron muchos años de descuido. De ahí que en diversos momentos el retablo y sus cuadros hayan tenido que ser objeto de una intensa restauración, un renuevo para que lograra alcanzar la ‘lozanía’ primitiva surgida de los pinceles del ‘Divino’. Lo mismo ha ocurrido con la arquitectura eclesial que se ha visto obligada a diversas restauraciones para que su altivez se manifieste en toda su grandeza.
Una vez concluido el templo de la Asunción en el siglo XVI, una edificación que se había iniciado en la centuria anterior, con una nave única muy ‘atrevida’ y de 25 metros de larga, y una vez incorporada una segunda torre a la iglesia, la actual de campanas que sustituía a la anterior y que conocemos como la del reloj, nuestros antepasados arroyanos quisieron embellecer su magna obra con un magnífico retablo que embelleciera su extenso ábside. Y para la pintura fue contratado por 400 ducados, a uno de los artistas más prestigiosos del reino en el siglo XVI, Luis de Morales. La datación del mismo se sitúa entre 1560 y 1563, fechas que coinciden con una de las décadas de mayor trabajo que tuvo el ‘maestro’ y el ‘taller’ de colaboradores que siempre le acompañó.
Luis Morales estuvo con sus discípulos y oficiales trabajando en el retablo de Arroyo de la Luz durante tres intensos años. Por contrato firmado la obra se tuvo que realizar y concluir en la villa, de ahí que la parroquia le adjudicara la ermita de San Bartolomé y San Blas como su taller de trabajo. Esa exigencia también llevó a Morales a residir de manera habitual en la localidad, en una vivienda alquilada, al menos durante todo el año 1562, por una cantidad que pagaba la parroquia y que no era el taller de la ermita anteriormente citada. El acta de terminación total de la obra se firmó el 29 de mayo de 1563 por el escribano público de la localidad Diego Sánchez de Loriana.
Concluido el trabajo, muy pronto comenzaron los problemas en el interior del templo, inconvenientes que afectaban tanto a la arquitectura del edificio como al propio retablo con sus tablas, sin olvidarnos de la insalubridad para los propios fieles que acudían a la iglesia. Uno de los principales problemas que existían fue la ancestral costumbre de enterrar en el interior parroquial a los difuntos de la localidad. Un inconveniente del que los arroyanos de los primeros siglos modernos nunca fueron conscientes. Tuvo que ser el espíritu ilustrado de finales del XVIII cuando constató que la putrefacción de los cadáveres en unas tumbas mal selladas, con grietas habituales, y en un ambiente tan cerrado provocaba unas sales alcalinas muy volátiles que alteraban el aire y que provocaban graves enfermedades a las personas y a las cosas. Una insalubridad de los templos tanto para objetos como para fieles que se agravaba durante los periodos estivales. A lo anterior se unía la ingente cantidad de cera que se quemaba, que además de dar luminosidad se utilizaba para tratar de mitigar el hedor que envolvía todo el templo; de la misma forma, la escasa ventilación que tenía la iglesia, la humedad interior casi permanente y el hacinamiento de devotos que siempre existía en cualquier oficio litúrgico hacía del interior de la iglesia un espacio olfativo poco propicio para el mantenimiento adecuado y conveniente de una joya artística como era nuestro retablo y que afectaba de la misma forma al edificio arquitectónico.
Ya en el año 1732, por ejemplo, hubo necesidad de acometer un nuevo dorado para toda la arquitectura retablística, un trabajo ejecutado por el dorador Francisco González Centeno y que ‘destrozó la magnífica policromía’ que tenía el original. Más grave, si cabe, fue lo sucedido el 1 de enero de 1755 cuando el conocido como ‘terremoto de Lisboa’ se dejó sentir en la iglesia como ningún otro a lo largo de los siglos. En un edificio abarrotado de fieles, ya que era el día de Todos los Santos, se cayó de lo alto de las bóvedas fragmentos de cal, pedazos de cantería, al igual que ha sucedido el presente año con la ‘estrella de la clave’, aunque en este último caso no había nadie en el templo. Además de todo ello, las dos torres ‘hicieron un movimiento tan violento por tres veces que se inclinaban como un ciprés, y parecía que la iglesia se venía abajo’. Probablemente este fuera el momento de mayor peligro tanto para la arquitectura como para el retablo.
Que los arreglos de retablo e iglesia no eran los correctos lo sabemos, por ejemplo, por un visitador de las Comisiones de Monumentos de Cáceres que quedó escandalizado en el mes de febrero de 1900 cuando comprobó el ‘deterioro de los cuadros del Divino Morales’, informándose además por algunos feligreses ‘hasta apagan las velas aplastando el pábilo sobre ellos’. De cualquier forma, será el siglo XX la centuria clave para entender la belleza con la que nos ha llegado nuestras dos joyas. Diversas restauraciones tuvieron lugar en 1923 cuando un nuevo dorado volvió a reanimar el apagado que comenzaba a presentar la arquitectura. En 1950 hubo necesidad de realizar un tratamiento urgente ‘in situ’ sobre algunas de las tablas de pintura. El trabajo le fue encomendado a un técnico de la Junta de Conservación de Obras de Arte y estuvo centrada en los cuadros que se encontraron más deteriorados en aquel instante, especialmente los situados en el segundo cuerpo.
En febrero de 1967 se cerró la iglesia al culto ante el peligro de derrumbe real del edificio. Fue un arquitecto prestigioso en aquellos años, Fernando Hurtado Collar, el que aconsejó al párroco de la iglesia de entonces, Ciriaco Fuentes Baquero, para que se acometiera una rehabilitación en profundidad del templo, un trabajo que fue sufragado en parte por las aportaciones económicas de los vecinos de Arroyo.
Aprovechando esta circunstancia, y una vez que los oficios litúrgicos se trasladaron hasta el espacio que hoy alberga la Oficina de Turismo, se decidió iniciar lo que podríamos calificar como la ‘gran restauración del retablo de Morales’. Efectivamente, a mediados de los sesenta del siglo pasado las veinte tablas del Divino presentaban señales alarmantes de gran deterioro que obligaron a un tratamiento urgente y a fondo de conservación, un trabajo que en primer lugar se debería acometer, como así fue, con una labor previa del soporte arquitectónico. Fue, por consiguiente, un reto importante para el Instituto de Conservación de Obras de Arte y que se acometió con gran éxito en su conjunto.
Logrado todos los objetivos propuestos el siguiente paso fue ensamblar las tablas en sus respectivos huecos, trabajo que se realizó con enorme éxito, luciendo, ahora sí, de manera semejante a como lo hiciera en 1563. Todo lo anterior, unido a la completa rehabilitación del templo, hizo que el Estado, siendo ministro de Cultura Iñigo Cavero y alcalde de la localidad José María Bravo González, no tardara en catalogar a nuestra iglesia como Monumento Histórico Artístico Nacional (Real Decreto de 20 de agosto de 1981, BOE de 22 de octubre). Y, por último, nos encontramos con el suceso de estos días. La caída de una estrella decorativa adosada a la clave del ábside, y que generó la consiguiente alarma entre el vecindario, dado que una vez más se cerraba el edificio para los fieles. No obstante, dada la rapidez de actuación tanto del párroco actual, don Juan Manuel, como de la Consejería de Patrimonio y la Delegación de Patrimonio de la Diócesis se ha podido comprobar que la estrella desprendida no es una parte estructural de la bóveda con lo que la tranquilidad ha vuelto a la población. Muy pronto, tanto edificio eclesial como retablo volverá a lucir con todo su esplendor.
FUENTE: https://arroyodelaluz.hoy.es/iglesia-retablo-restauracion-20220110195351-nt.html