ILUSTRES EN EL REAL SITIO
Jul 28 2019

POR EDUARDO JUÁREZ VALERO, CRONISTA OFICIAL DEL REAL SITIO DE SAN ILDEFONSO (SEGOVIA)

José Patiño.

Andaba el que suscribe vagando por la plaza del Barrio Bajo hace ya unos días, que me di de bruces con esa placa de mármol blanco en la fachada de la Casa Consistorial. Como muchos de Vds. sabrán o no, ¿quién sabe?, fue colocada por el Instituto de Historia y Cultura Naval hace ya treinta y tres años en memoria de D. José Patiño. A pesar de que la placa indica que fue Ministro de Marina, Hacienda e Indias, en realidad fue Secretario de Estado del Rey Fundador en esas parcelas gubernativas, además de miembro del Consejo de Estado, Gobernador de la Hacienda y sus Tribunales, así como Superintendente General de las Rentas Reales. Dicho de otro modo, el hombre más poderoso del reino después del propio Felipe V. El caso fue que el pobre José Patiño la diñó el 11 de noviembre de 1736 en la Enfermería del Barrio Bajo del Real Sitio de San Ildefonso, lo que viene a ser hoy la Sala Capitular de la Casa de Todos, de ahí la citada placa en la citada fachada. Aún recuerdo aquel día triste de 1986, camino del supermercado, que me encontré con una Compañía de Fusiles de Infantería de Marina rindiendo honores a tan ilustre vecino del Real Sitio, mientras se descubría la placa en la mayor de las soledades posibles.

Allí de pie, solo como aquel 15 de noviembre de 1986, me dio por lamentarme y rememorar a cuántos ilustres vecinos hemos dejado de honrar o, simplemente, no guardamos memoria cotidiana de su paso por este Paraíso. Y no piensen que me estoy refiriendo a reyes y reinas, ministros y políticos de todo pelo y estirpe. De aquellos tenemos buena constancia en el callejero municipal y el constante recuerdo de su participación en la Historia patria, como bien muestra la placa de José Patiño. En realidad, queridos lectores, me refiero a los verdaderos ilustres vecinos. Aquellos que no vinieron siguiendo a un presidente o un monarca; que las circunstancias no les hicieron caer aquí como si de algún político denostado en busca de empadronamiento se tratara.

Ilustres vecinos son o fueron los que transformaron este pequeño valle, este Real Sitio en un Paraíso terrenal. Empezando por el Real Sitio Primitivo, a ver cuántos saben quién fue Gaspar de Vega o el maravilloso Martín Rico. Algunos recordarán a otro Gaspar y, seguramente, los triunfos de los hermanos Martín Merino, pero pocos sabrán que Tomás Velasco compitió en los IV Juegos Olímpicos de Invierno organizados por la Alemania Nazi. ¿Cuántos notan que se están cruzando con Carlos de Hita o Jorge M. Reverte? ¿Quién valora la trascendencia del esfuerzo de José Manuel Martín Trilla en la preservación antropológica y etnográfica de Valsaín y la Pradera de Navalhorno?

Todos conocemos a los reyes enamorados del Real Sitio, ahora bien, ¿cuándo nos acordamos de Andrea Procaccini, Sempronio Subissati o José Díaz Gamones? ¿Quién recuerda, paseando por el Jardín, el lugar en que se casó el gran compositor Luigi Boccherini? Peor y más triste es el agravio con los Alcaldes: desde Joaquín Trillo, por la singularidad, a Luis Erik Clavería Soria, por el peso histórico, pasando Félix Montes, único Senador nativo o Joaquín Ajero, el primer Alcalde constitucional, nadie hace memoria de ellos. Apenas el recuerdo de Antonio Carral en la calle en que vivió, allá por la primera mitad del siglo XIX, siendo hoy su memoria sustituida por un supuesto barril de vino, a decir de la placa callejera que ha borrado su nombre.

Como podrán comprender, el corolario podría ser eterno. Desde Isidro Gordero a Isidoro Mardomingo, pasando por René Carlier, Juan Manuel Comyn, Federico Cantero Villamil, Rafael Breñosa, Joaquín María de Castellarnau, Augusto Arcimís, Santos Martín Sedeño, Felipe Scio, Victoria Kent o Miguel Maura; La Hilaria, Antonia en el Zaca y Lola en el Bar Madrid; todas aquellas familias que han poblado este Paraíso desde el siglo XIII: de la Peña, Heras, Lozano, Robledano, Fraile, Trilla, Bellette, Rapp, Martín, Galindo, Hervás, Juárez, Tapias, Escudero, Marcos… Médicos, arquitectos, ingenieros, cocineros, secretarios municipales, soldados, pintores, escritores, constructores, jardineros, religiosos, ya fueran todos o cada uno de ellos mujeres u hombres, su huella debería ser visible en nuestras calles y plazas. Y no crean que la solución es complicada. Qué no. Los toledanos dieron con ella: dedicar las calles sin cambiar el nombre de las mismas. Tan sencillo como eso. En lugar de esperar a nuevas urbanizaciones, algo impensable en este recoleto, dediquemos nuestras callejas, plazuelas y callejones; nuestros paseos, avenidas, calles y vías principales. La calle de la Botica, a Luis Erik Clavería; la Estebanilla, a René Carlier; la Calle de los Chopos, para Gaspar de la Vega; la Calle de la Carretera de Robledo, a José Manuel Martín Trilla; y, así, hasta gastar todas. Y tenemos un rato, que lo sepan.

De este modo, honraremos a los nuestros, vivos o amortizados, demostrando que, además de belleza paradisíaca, también gozamos de conciencia histórica, la más importante de todas.

Fuente: http://www.eladelantado.com/

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