POR ANTONIO BRAVO NIETO CRONISTA OFICIAL DE MELILLA.
La ciudad es un continuo y permanente escenario de cambios, algunos mejoran sus espacios y siempre delatan el momento histórico en el que se llevaron a cabo. Uno de los elementos que suelen pasar más desapercibidos son los pavimentos, que con sus texturas, materiales y colores determinan los lugares por donde pasamos, por donde nos movemos en la ciudad. He elegido un espacio importante de Melilla, su parque Hernández, para hacer un breve recorrido por las transformaciones de su pavimento. Originalmente era un parque de tierra, como se observa en la lámina (1), fotografía en la que ya aparecen los que fueron bancos de piedra artificial de buena calidad y que permanecieron durante decenios, incluso cuando se realizó un pavimento con lajas de piedra del Gurugú (2).
Esta transformación del simple pavimento de tierra apisonada y la de lajas de piedra, se observa perfectamente en otras dos imágenes, que reflejan la parte del parque más cercana a su entrada por la plaza de España. En concreto el parterre de forma oval donde se plantó una araucaria que con el paso de los años ha conseguido un porte realmente notable.
Por entonces, el pavimento del parque se enriqueció con murales mosaicos de piedra artificial, como el que representaba a los signos del zodiaco y que existía en esta misma zona desde inicios de los años setenta. Un nuevo momento de cambio se produce con la introducción del terrazo, cuyas losas de colores blanco, negro y rojo conseguía componer unos conjuntos muy geométricos y deudores de la estética de su tiempo, también centrado en el principio de los setenta (5 y 6) aunque sólo se desplegaban en el paseo central que une las calles general Marina con avenida de la Democracia.
Finalmente, todo el pavimento del parque fue realizado de forma homogénea por un tipo de baldosa que forma un dibujo con ondulaciones en tonos blanco, verde y rojo, y que es el que permanece en nuestros días (7).