POR MANUEL GARCÍA CIENFUEGOS, CRONISTA OFICIAL DE MONTIJO Y LOBÓN (BADAJOZ)
Pura palabra de Dios, tal y como está escrita en el Evangelio, esculpida en madera por Juan de Mesa (año 1620). Está con las manos atadas, sin Cruz, más expuesto, menos fuerte, aguardando con humildad, baja la mirada, entregado. Avanzamos hacia Él, sobrecogidos ya desde la plaza en la que la cola serpentea. Cuando entramos en la Basílica los ojos se quedan fijos en la gran figura abatida que la preside, y sólo esa primera mirada compartida nos hace ya a todos uno en nuestro Padre.
La fila avanza despacio, cada cual llevando su cruz invisible. El Señor las recibe, en cada beso, en cada mirada. Y las guarda en sus manos fuertes para cargar con todas en la madrugada y después devolverlas bendecidas. No vamos allí en busca de magias, ni de remedios, ni para que se nos facilite el duro oficio de vivir, sino a encontrar en su rostro oscuro el sentido de nuestro dolor, viendo en el suyo tanto sobrecogimiento humano, tanto consuelo divino. (Del pregón de Carlos Colón Perales, Semana Santa de Sevilla 1996).