POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
Ulea, ubicada en la ladera del monte “El Castillo” y bañada por el río Segura, ha basado su economía en la agricultura, ganadería y comercio. Los trabajos en contacto con animales, a la intemperie del campo y en continuo trasiego con las aguas, ha condicionado la aparición de brotes epidémicos, especialmente de cólera y fiebres intestinales, que han hecho oscilar de forma importante, el índice demográfico de la población. Teniendo en cuenta que el estudio va a abarcar siglo y medio, aproximadamente, observaremos la incidencia de las mejoras en las condiciones higiénico-sanitarias tanto en la disminución de las enfermedades, como en la mejora del nivel de vida de sus habitantes.
El progreso en infraestructuras sanitarias y la mayor eficacia medicamentosa han hecho disminuir, tanto la morbilidad como la mortalidad, de forma importante. Sin embargo el progreso nos ha traído otro tipo de enfermedades; a veces mortales, que no existían al comienzo del estudio, a mediados del siglo XIX.
Los datos de nacimientos y fallecimientos, así como sus causas las obtuve del Registro Civil del Juzgado con la incógnita del período de la contienda civil española que trataré de realizarla con la mayor aproximación posible.
El trabajo sobre mortalidad en Ulea comprende el período desde 1848 a 2000, ambos inclusive.
En el estudio realizo la tasa de mortalidad bruta o general, la tasa de mortalidad infantil, las muertes causadas por embarazo y parto. Asimismo hago numeración de las distintas causas de mortalidad.
Como el modo de vida de Ulea era primordialmente agrícola y ganadero nos depara un índice de mortalidad como corresponde a este medio de subsistencia.
Se observa al principio del estudio un índice de natalidad y de mortalidad muy elevado en ascenso permanente hasta la década de 1930 llegándose a alcanzar una tasa de 45 nacimientos por cada 1.000 habitantes por los 10-12 actuales.
Los índices de mortalidad siguieron idénticos índices, salpicados por brotes epidémicos puntuales que reflejaré en su momento. La mortalidad siguió un curso ascendente hasta 1910, aproximadamente.
Después, se mantuvo estable hasta la década de 1930 en que comenzó un marcado descenso. Sin embargo, la mortalidad infantil no llegó a decrecer hasta la década de 1940-1950, llegando a ser, a final del estudio, insignificante.
Analizando el índice de mortalidad de menores de un año se observa una elevación que comienza a declinar en las cinco últimas décadas, alcanzando un valor máximo del 40 al 47 por ciento en la década 1860 a 1870.
La mortalidad de los niños entre 1 a 7 años y entre 7 y 15 es muy parecido, sin embargo, en la época que abarca los 25 primeros años del estudio, es sensiblemente más bajo, predominando dos o tres enfermedades sobre el resto.
El porcentaje de mortalidad infantil contribuye de forma importante en el índice total de mortalidad, llegando a veces hasta el 76%.
Desde el comienzo del estudio hasta 1865 las causas de muerte son la humoral y la inflamatoria. No se explica la localización de las enfermedades. Aparece en algún caso el diagnóstico de cáncer pero sin localización. Esto ocurre con el paso de los años. La mayoría de los niños fallecidos lo son por “alferecía”, término inconcreto que engloba a las muertes que acaban con convulsiones, como consecuencia de enfermedades intestinales. Otras causas inespecíficas son: irritación del vientre, hidropesía, tabes humoral, etc.
En los adultos abundan las causas intestinales, pero poco específicas: disentería y diarrea. Durante el estudio de estos 25 años, existe en brote epidémico de cólera en 1854-1855 que causa un índice de mortalidad elevado.
CÓLERA EN ULEA
Desde finales de 1854 y todo 1855, cuando el Padre Miñano residía en Ulea, se declaró una epidemia de cólera en todo el valle de Ricote, que diezmó, de forma importante, la población. La peste creó serios problemas a todos los vecinos de Ulea y los pueblos limítrofes.
Existe un testimonio muy documentado por D. Joaquín Miñano Pay que durante los años del cólera era el alcalde de Ulea. Dice así:
‘En el año 1854 me encontraba de alcalde en Ulea y se nos presentó el cólera en la provincia, y como fuera que una noche se murieron dos vecinos de nuestra calle, mi padre dijo que se marcharan al campo, mi madre y mis hermanas Teresa y Josefa, quedándonos en el pueblo mi tío- el Padre Miñano- y yo; mi tío para encargarse de la parroquia, pues el cura párroco murió de cólera al principio de la epidemia. Yo, como alcalde, decidí no abandonar mi puesto y acompañé a mi tío en la penosa tarea que nos acuciaba. En Ulea, mi pueblo, murieron 107 individuos de cólera. De los primeros que murieron fueron el cura y el médico. Del Ayuntamiento murieron dos concejales y el resto fueron atacados, teniendo una larga y penosa convalecencia, incluido el Secretario. Nos quedamos solos mi tío (P. Jesualdo) y yo. Mi tío por las mañanas se marchaba a Ojós, donde también había fallecido el cura. Confesaba y daba el óleo a los enfermos y seguidamente marchaba a Villanueva a auxiliar a los enfermos, en donde también había fallecido el teniente (cura), y nos juntábamos a la hora de comer, que muchos días se hacía bien tarde.
Así pasamos todo esa época sin que nos doliera la cabeza, muy cansados y durmiendo poco. Eran muchos los afectados y teníamos que acudir cuando nos reclamaban como deber ineludible. Mi tío, después de atender a los enfermos, tenía que despachar el Archivo, y yo precisaba acudir para ayudar a los enfermos y sus familiares y dar los partes oficiales al Gobierno de la provincia. Así, pasamos el período angustioso de cólera, saliendo ilesos, afortunadamente.
Hasta aquí el testimonio de D. Joaquín Miñano Pay, Alcalde de Ulea, extraído de su “Diario de Familia”.
La conducta del P. Miñano, durante el período crítico de la epidemia, no pasó inadvertida, debido a los partes oficiales que enviaba el Alcalde de Ulea, su sobrino, a la Dirección de Sanidad del Gobierno Provincial. A ellos se unieron los informes de los alcaldes de Ojós y Villanueva. La Dirección remitió un “Memorándum” al Sr. Gobernador, en los términos que fueron publicados en el Boletín Oficial de la provincia de Murcia, que constituye, como hemos dicho, un auténtico retrato moral del P. Miñano. Su comportamiento se califica de “caritativamente heroico”. Reza así:
Lunes 15 de Octubre de 1855. Dirección de Beneficencia, Sanidad y Establecimientos Penales. El Alcalde-Presidente de la Junta de Beneficencia de Ulea, me dice con fecha 30 de Septiembre último, lo siguiente: Excmo. Sr. Gobernador Civil: Pasadas las penosas amarguras del cólera morbo con que Dios ha visitado tan duramente a este vecindario, la Junta de Beneficencia da las gracias a V. E. por la suma de 250 reales como ayuda a este pueblo, en nombre de S. M. la Reina (q. D. g.).
Así mismo, esta Junta pone en su conocimiento del comportamiento caritativo y heroicos días tan azarosos ha tenido el Presbitero D. Jesualdo María Miñano, a pesar de los múltiples achaques que padece.
Se recibió contestación oficial agradeciendo a cuantas personas han contribuido a salvar la triste situación de la villa de Ulea. Se da publicidad, por medio del Boletín de la provincia, a unos servicios que tanto honran a los que los prestaron en beneficio de la humanidad doliente. Murcia, 12 de Octubre de 1855. El Marqués de Camacho.
En el período siguiente de unos 25 años aproximadamente que abarca hasta el año 1900 se caracteriza por el detalle; la minuciosidad. Así las muertes por enfermedades del aparato digestivo llevan el diagnóstico de gastroenteritis, gastroenterocolitis, gastroenterohepatitis, gastroenteroencefalitis; confundiéndose la enfermedad con los síntomas: melenas, hematemesis, ascitis, vómitos biliosos,… Los tumores se ubican en el órgano que los padece y se les pone nombre y apellidos según su estudio anatomopatológico.
En la segunda mitad del siglo XIX, además de la epidemia de cólera, anteriormente citada en 1855, aparecen una de tifus en 1869, y otra de viruela en 1873, de sarampión en 1881 y un brote de 12 casos de “cólico sospechoso”, término que se empleó por temor a reconocer la presencia de tan nefasta enfermedad.
Como colofón a este final del siglo XIX, hay que mencionar la existencia de 17 defunciones en 1891 por enterocolitis crónica.
A principios del siglo XX, comienzan los médicos en Ulea, a afinar en los diagnósticos apareciendo términos como úlcera de estómago, insuficiencia de las válvulas cardíacas, degeneración grasa del corazón, así como cardiopatía en general. Comienzan a diagnosticarse enfermedades del aparato respiratorio, como neumonía, gripe, bronquitis, bronco -pulmonía, etc. Hasta el año 1955 la incidencia de tuberculosis es elevada.
Llama la atención los pocos casos de paludismo a pesar del foco epidémico en Archena y su cercanía con Ulea: unos cuatro kilómetros.
Al aumentar la edad media de los uleanos, aparecen, en la segunda mitad del siglo XX, las causas de muerte tumorales, circulatorias e insuficiencia de aparatos: renal, cardiaco y hepático principalmente. A finales de este siglo van apareciendo de forma creciente y peligrosa los accidentes de circulación.
La población de Ulea ha tenido varios altibajos, oscilando entre los 758 habitantes y los 1600. Han influido los procesos migratorios y, sobre todo, las epidemias ya citadas. Entre 1892 y 1908 sufre un descenso notable. Su recuperación se hace paulatina pero sostenidamente. A partir de la Guerra Civil Española comienza un ritmo vivo de crecimiento, sufriendo un descenso entre los años 1957 y 1966. No hubo ningún brote epidémico ni descenso de natalidad por lo que suponemos que fueron debidos a la emigración, sobre todo, a Madrid y Barcelona. Personas bien informadas me refieren que en la postguerra se inflaron los censos con el fin de que los cupos de racionamiento fueron mayores, por lo que esa bajada de censo entre los años 1957 y 1966 fue debida a un ajuste del padrón.
Los primeros censos de Ulea son incompletos por lo que no se pueden obtener conclusiones, pero sí se pone de manifiesto que es muy pequeño el índice de habitantes de más de 60 años, lo que nos hace pensar que la escasa población longeva es debida a la gran tasa de mortalidad infantil y a los procesos infecciosos en la edad media de la vida. A partir de 1968 aumenta de forma importante la población infantil, como consecuencia de la disminución de la mortalidad en ese tramo de edad. Hay datos importantes que son corroborados por la mejora en la alimentación, la aparición de las vacunas y las condiciones higiénico-sanitarias de la población.
La mortalidad general en Ulea sigue trayectorias dispares, alcanzando el punto máximo entre 1868 y 1903, época en que se desencadenaron las epidemias de sarampión, viruela, tifus y, sobre todo, las de cólera. Las cifras de defunciones siguen una curva parecida hasta la década de 1930 en que se produce un descenso significativo. Al mejorar las condiciones higiénico-sanitarias disminuyeron las muertes por enfermedades intestinales y aparecieron las de difteria, meningitis y, sobre todo, las enfermedades del aparato respiratorio, como la tuberculosis, bronquitis y pulmonía.
La mortalidad infantil en Ulea sigue de manera similar a la general dándose el caso que en la década 1970 a 1980 solo fallecieron tres niños menores de 1 año. Puede que alguno falleciera en hospitales de Murcia, pero, de todas formas se bajó en el índice de defunciones del 48% al 9%.
La mortalidad de los niños entre 1 y 10 años corre la misma suerte que los menores de un año y sus causas son inespecíficas, como accidentes. Así las cosas, en esta década de la vida, se contabilizan 11 defunciones lo que supone un fallecido por año, aproximadamente.
Las causas de mortalidad, en los 150 años de estudio, han ido evolucionando, pues en un principio se confundían síntomas con enfermedades, por lo que con el paso de los años aparecen nuevas enfermedades. Si en un principio la “Alferecía” era la causa de muerte en los niños, de forma mayoritaria, se sigue una etapa en la que a las enfermedades se les pone nombre y apellidos y todo gira en torno a la lesión y órgano que afecta. Posteriormente aparece, con los descubrimientos de Pasteur, una mentalidad etiológica y fisio-patológica. Así las grandes epidemias de tisis que ocasionaba la muerte por consunción, pasaron a llamarse tuberculosis, porque el bacilo de Korch que la producía, anidaba en el tubérculo.
Al discurrir de los años nos encontramos que las defunciones de los adultos acaecen a una edad más tardía y aparecen como causantes las enfermedades degenerativas de órganos vitales como cerebro, corazón, hígado, riñones y aparato urinario.
Del estudio realizado en Ulea se destacan las siguientes conclusiones:
La enorme mortalidad infantil desde el principio del estudio, a mediados del siglo XIX, que ha ido decreciendo hasta nuestros días, con algunos altibajos.
Al ser un pueblo agrícola y ganadero han predominado las enfermedades infecto-contagiosas, debido a las precarias condiciones higiénico-sanitarias. Lo demuestra que al mejorar estas condiciones el índice de mortalidad ha ido decreciendo ostensiblemente.
La disminución de la población ha sido debida a la tasa de mortalidad, con los picos de las grandes epidemias descritas, y a la emigración.
Últimamente han aparecido los muertos por SIDA y ACCIDENTES: Dos azotes de la era moderna.
BIBLIOGRAFÍA
Laín Entralgo: Historia de la Medicina Moderna y Contemporánea, 1954
Salustiano del Campo: Análisis de la población española, 1972
María Elena Miñano Marín: Fray Jesualdo Miñano, 2005
Juan Atenza Fernández: Evolución demográfica en Blanca