POR PEPE MONTESERÍN, CRONISTA OFICIAL DE PRAVIA (ASTURIAS)
Vino Inés Arrimadas a Oviedo cuando yo subía a Peña Mea y no pude hacerme una foto con ella, ella de cuerpo entero, de cara entera, su hechura y su comisura y sus pieses y su encarnación sobre tacones. Me gusta Inés. No me refiero a su alma, no hablo de eso, tampoco a las ideas que defiende, no van mis tejos por ahí sino más acá: me conmueve el arca de su cuerpo, su navío me deja boquiabierto y sus pormenores, como a aquella Inesita las tres hojitas del arbolé. Aprecio su minerva y su quinqué pero subrayo su belleza, mejorando a las presentes que me leéis, gente de mayo y ensayo. Si hubiera pintor que la pintara, me gustaría Arrimadas como me gusta alguna Madonna de Giambellino o la Joven reclinada, de Boucher. Mi declaración inocente, inspirada en el instinto (debajo del puente retumba el agua), se anticipa a ese retrato por venir ante el que caeré patas arriba como Bergotte cuando contempló la Vista de Delft.
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