INICIO DEL CALENDARIO AGRÍCOLA. EL ARAR O XARTICAR
Sep 02 2020

POR BIZÉN D’O RÍO MARTÍNEZ, CRONISTA DE LA HOYA DE HUESCA

Tres cosas han sido siempre necesarias para la producción de la tierra: la primera su propia virtud; la segunda, lo que viene y recibe en forma de aportaciones con influencias del tiempo; la tercera, es la buena laboriosidad humana, teniendo en cuenta que faltando esta, poco aprovecharan temporales, lluvias, nieves, hielo y todos los días de sol, como ya dijeron Virgilio y Teofrastro, porque si la tierra tiene la virtud y la sustancia y recibe las influencias del cielo, es por esto, que los labradores siempre han conocido y prestado especial atención a las estrellas, para poder diferenciar los tiempos, saber las conjunciones de la luna y especialmente a que hora entran menguas y crecientes, pues para todas las labores de la tierra es necesario conocer.

Siempre se ha dicho, que uno de los principales condicionantes para que la tierra fructificara, era el bien arar, o cavar, pero esta operación según decía Teofrasto, había que hacerla según la manera, y tiempo que requería, además de tener en cuenta la calidad de la tierra, porque unas han requerido siempre ser muy labradas, y otras, no tanto; así es como abriéndola, es mejorada por medio de los rayos del sol y se iguala tras haberla mezclado. A tal efecto, para arar, siempre fue importante conocer que tanta tierra se debía de roturar, en Aragón “Xarticar”, con una yunta en un día, y a esto ya consideraban los sabios antiguos que de agricultura escribieron, era asunto “grave y de letras”, diciendo Virgilio a este respecto que dependía de ello todo el sustento de la familia. Como norma recordemos que un par de bueyes se estimaba debían arar en una jornada la cantidad equivalente a 28.800 pies geométricos de sembradura, equivalente a media fanega de trigo, labor que los romanos llamaron “Jumeron” y en Aragón se ha conocido siempre “Xugada” o “Yubada”, siendo el “Surco” de 120 pies de largo y siete de estos era lo que entregaba Roma a cada romano para el sustento de su casa, considerando que mas tierra era pernicioso; además de estas premisas inculcaron a los hispanos que debía ararse junto y hondo, pero sembrar ralo. Seguían el consejo de Catón quien decía: que se cultive, are y estercole la tierra.

Por otra parte, Plinio relataba como en Roma un hombre llamado Cayo Furio Crisino, al cual porque en menos tierra sacaba mas trigo que sus vecinos, le acusaron, diciendo, que esto no podía ser sino por hechicería, y compareciendo ante los Jueces, llevó consigo una ahijada muy recia, bien criada, y un par de bueyes gordos y bien cuidados, con su arado de reja ancha y muy grande, además de largos azadones, y dijo: “¡Oh Jueces! Con estos hechizos hago que lleven mis tierras doblado trigo que las de mis acusadores, y quisiera poder mostrar mis sudores y malas noches, como muestro estos instrumentos. Los Jueces al ver la grandeza de reja e instrumentos y admirados de los bueyes, dijeron: “Estos son propios y verdaderos hechizos. Así es que la tierra da como es beneficiada”. Este relato trasmitido oralmente a los niños por sus mayores, casi hasta nuestros días, en muchas ocasiones al calor del fuego, de generación en generación, pudo considerase una lección oral, haciendo efectivo el decir de Virgilio, “no basta reprender, sino enseñar”.

Otra importante lección agrícola transmitida oralmente, nos remite al rey tarteso Gárgoris, quien en el siglo IX antes de Cristo, sintiéndose extraño de un nieto, Abidis, que el amor espontáneo de su hija le había traído, procuró deshacerse de él por mil artificios. Lo expuso para que lo devoraran las fieras, pero éstas lo ampararon; mandó entregarlo a perros y cerdos exacerbados por el hambre, pero lo alimentaron, por último lo lanzó al océano y las olas furiosas lo devolvieron mansamente a tierra donde una cierva lo amamantó. Finalmente convertido en rey, dio leyes magníficas, suprimió la esclavitud, desplazó el trabajo de las armas hacia el manejo del arado que hacía la tierra fecunda. Venerado por los celtíberos, su influencia llega hasta al aragonés Joaquín Costa que le presta especial atención en su obra “La religión de los celtíberos”. Aseguran algunos autores que fue Abidis quien inventó el arar en España, pero más concretamente, se preocupó en dar detalles concretos de las labores de agricultura, y en cuanto a esa labor de arar, dijo: “que los yugos sean cortos, y el cuero que tienen apretado en la frente los bueyes, sea estirado con fuerza. El timón sea largo, como de ocho pies, y el dental de dos tercias, la reja fuera de veinte y cinco libras; ancha de una tercia de oreja a oreja; larga media vara hasta el diente; las orejas sean derechas, no anchas ni apartadas, gruesas y largas para que abran bien la tierra”. A su vez, Abidis aconsejaba que la persona encargada de arar: “sea de gran cuerpo a ser posible, al efecto de que señoreara mejor la esteva”.

La primera reja de alzar o barbechar que en Aragón se denomina “xarticar”, “crebar” o “romper”, debería aplicarse después de haber quemado el rastrojo o roza, lo aconsejaba ya Virgilio en su “Georgica”, porque el quemar aprovechaba a las tierras, haciéndose ceniza las raíces de las hierbas, plantas, y todo lo demás. Tras esta quema, si había llovido, o bien, cuando la tierra estuviera algo húmeda, mayormente en tierras gruesas y recias, aconsejaba Varron como muy fructuosa la labor de arar con el calor, porque entonces se cuecen toda las hierbas, incluso sus raíces desecándose al sol, y que las tierras flacas, sueltas, y ligeras, se labrasen siempre en invierno, debido a que la poca sustancia que tienen y puede así desecarse, y porque al humor del invierno, además de los hielos, toda la hierba se seca de raíz.

La segunda arada llamada de binar, en Aragón “mantornar” o “segundiar” se aconsejaba de antiguo fuera por Navidad, aunque Catón para las tierras sueltas y arenosas dijo fuera cuando los perales florecen, y la otra antes de la sementera. Para tierras gruesas se requiere una tercera arada que los aragoneses llama “terciar”, y con el sembrar sería la última que en Aragón es “cuartar”, que es lo mismo que aconsejaba Virgilio cuando dice: “Quarto seri surco”. No se maraville o extrañe nadie de tantas opiniones, porque fueron muchos los sabios que dictaron normas, aunque las mas sencillas fueron las que prevalecen en el tiempo y llegan hasta la modernidad, como es el consejo de Abidis, ese mitológico rey tarteso que la historia le reconoce la noble cualidad de enseñar la agricultura a los hispanos diciendo: “hágase el arar siempre en cruz, la reja que se da, corte a lo que pasó, y así no quedará entresurco por labrar”. Acerca de los surcos fue costumbre muy arraigada de que el surco no debía ser muy largo, ni muy corto, porque en el largo los animales trabajaban demasiado, cansándose en exceso, y en el muy corto en dar vueltas y revueltas se “rehuella” la tierra, es decir, se pisotea demasiado y se pierde además mucho tiempo. Finalmente cabe decir que, la experiencia parece que marcó como resultaba beneficioso labrar con aire húmedo del Noroeste llamado “Gallego” en aragonés “Fagüeno”, que da buen tempero a la tierra, que se abre y comienza a andar, especialmente en febrero y dura hasta marzo, porque aunque corre en otros meses, no es tan continuo y tan provechoso. En contrapartida, no se debe de labrar cuando anda “Cierzo”, del cual ya decía Plinio que, por su extremada frialdad, y sequedad, resultaba siempre muy contrario a la labor de la tierra.

Mas fructifica una huebra bien labrada, y sazonada, que tres corridas, y “aurragadas”, es decir, mal labradas.

Hoy, la siembra directa exige un mínimo laboreo.

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