POR PEPE MONTESERÍN, CRONISTA OFICIAL DE PRAVIA (ASTURIAS)
Tiene mi televisor un canal de lucha libre, Ultimate Fighting Championship, lucha libérrima que un árbitro modera para espantar del octágono la guadaña. Ayer, el luchador negro, Romero, exhibía una cinta blanca en su frente con este texto: “Johan 3:16”, en referencia al versículo del Evangelio de Juan: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su hijo único, para que quien crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna”. Pues bien, a los pocos segundos de iniciarse el combate, a Romero derribó su rival con un gancho en la quijada y una patada en el pescuezo, ya en el suelo recibió varios codazos en los pómulos, mientras un cuerno se le inflamaba sobre la sangre que le cubría el rostro, luego le dislocaron un brazo y el árbitro, atento, detuvo el combate. Y Romero no palmó, ni hubiera palmado aunque su rival le separara del cuerpo la cabeza, porque Romero tiene vida eterna.
Fuente: http://www.lne.es/