POR ANTONIO BOTÍAS SAUS, CRONISTA OFICIAL DE MURCIA
Mucho sería decir y aún más ponerlo por escrito que el Día del Padre fue una invención murciana, como quizá lo sean la costumbre de las uvas en Nochevieja o el pan ‘tumaca’, que en la huerta ya se llamaba pan con tomate ‘restregao’ cuando Adán cultivaba crillas en La Arboleja. Pero lo cierto es que mucho antes de que los grandes comercios santificaran la fecha, ya se observaba en Murcia una antigua devoción al santo que se traducía en el agasajo a los progenitores.
Existe cierta controversia sobre el origen del Día del Padre. Los americanos se lo atribuyen, tan ansiosos de crear historia, puesto que el presidente Lyndon Johnson proclamó en 1966 el tercer domingo de junio para ese menester, si bien otra norteamericana ya había esbozado la idea en 1909. El primer Día se celebró el 19 de junio de 1910 en Spokane (Washington).
La iniciativa prendió en España de la mano de una profesora madrileña, Manuela Vicente Ferrero, quien reivindicó la fecha después de que algunos padres mostraran sus ‘celos’ ante el Día de la Madre. Y el magnate y dueño de Galerías Preciados, Pepín Fernández, olió el negocio. Así que ordenó una gran campaña publicitaria, a la que luego se sumaría El Corte Inglés.
El diario ‘Línea’, en 1953, publicaba con sorna que «ya se ha inventado por los comerciantes el ‘Día del Padre’ […] y ni que decir tiene que es por bien de los papás». El resto es historia, pero desconocida. Sobre todo la parte murciana de la festividad que nos conecta con otra de las increíbles campañas de José Martínez Tornel. El célebre periodista ya intuía la idea del Día del Padre en 1892, bastante antes que la americana, por cierto.
Tornel constató entonces en su sección ‘Lo del día’, publicada en ‘El Diario de Murcia’, que el número de vecinos que llevaba el nombre del patriarca era enorme y señalaba la popularidad de la celebración. «Virtud de este santo es que su día sea de regocijo y alegría para todos. Donde no hay penas que llorar, aumentan hoy las dichas y las felicidades; y donde hay luto y pesares, se amenguan y endulzan estos por altos e inexplicables consuelos».
Es entonces cuando Tornel asegura lo que piensan muchos del señalado día: «¡Naturalmente! ¡Para cuántos hijos no es hoy el día del padre! ¡Para cuántos sobrinos no es el día del tío! ¡Para cuántos nietos el del abuelo!». Año 1892. Entretanto, añadió que la jornada era propicia para limosnas, propinas y «obsequios de todas clases», sin olvidar la costumbre de enviar «cientos de tarjetas y […] recibirlas».
«El día que yo muera»
Como curiosidad, en el mismo artículo señaló Tornel que «si pudiera elegir el día de mi muerte, elegiría sin vacilar un 20 de marzo» para no tener que vivir «un año sin el día de San José». El autor falleció un 11 de mayo de 1916. Además, reveló otra antigua costumbre que observaba desde 1885, cuando una señora le entregó una medalla del santo, de la que jamás se desprendió.
Aseguraba la mujer que era un talismán contra el cólera y a cuyo portador jamás le faltarían «cinco duros en el bolsillo». A lo que respondió el periodista en su artículo: «Como no soy supersticioso, no digo que a la dicha efigie le deba las dos cosas; pero ni me lo quito del bolsillo, ni le doy por ningún dinero».
Cuando la festividad se acercaba, ‘El Diario’ tenía por costumbre abrir una suscripción popular, iniciativa que desarrolló durante años y se convirtió en una tradición en la ciudad. La idea era, como publicó el 19 de marzo de 1903, «celebrar cristianamente el día de nuestro santo, repartiendo el producto de la suscripción entre las Casas de Beneficencia y Asilos, pobres de la Cárcel y pobres de solemnidad de las parroquias, en proporción, como siempre, de la cantidad a que ascienda».
Tornel destacaría en esa edición que había cofundado la suscripción con «el buen amigo y gran murciano D. Luis Peñafiel». Quizá era el mismo que fallecería al año siguiente y a quien dedicó ‘El Diario’ una esquela que ocupaba toda su portada en la edición del 7 de septiembre de 1904.
De forma periódica, ‘El Diario’ publicó la lista de suscriptores, entre los que se encontraban muchos llamados José o Josefa, con sus interminables variaciones, pero también otros que gustaban de sumarse a la idea. Era el caso, por ejemplo, de «Conchita, Merceditas y Pepita, en memoria de su prima Dolores Carvajal por cumplirse en el día de San José el mes de su fallecimiento».
Comilona para los ancianos y dementes
La caridad se manifestaba aquel día en otros lugares de la ciudad. En el caso de la Casa de Misericordia y Manicomio se celebraba una comida con los donativos recibidos. En 1903 se sirvió por la mañana «desayuno de café y cuatro litros de aguardiente», en la comida sopa de fideos, cocido con huesos, morcillas, tocino y berzas, más seis arrobas de vino. Y por la tarde, un potaje de bacalao y cuarenta kilos de queso de bola. Sin contar las mil naranjas que otro murciano había donado y el tabaco que se les entregó «a los ancianos y dementes».
Sobre el origen de la devoción al Patriarca apuntó Frutos Baeza en su ‘Bosquejo Histórico de Murcia y su Concejo’ que en 1592, a solicitud de los carpinteros, que eran mayordomos de la Cofradía de San José, se les concedió un espacio para erigir nueva ermita, aunque finalmente se construyó donde hoy permanece, junto a la llamada Puerta de las Siete Puertas, en Santa Eulalia. De hecho, el Concejo donaría con el tiempo el hueco de uno de aquellos siete accesos.
En el año 1700, el futuro cardenal Belluga aprobaría el establecimiento en Murcia de la llamada Congregación del Oratorio de San Felipe Neri. Estaba formada por clérigos seculares que vivían en comunidad y cuyo carisma era renovar el cristianismo. Esta orden firmó el 24 de octubre de 1710 un acuerdo con la Cofradía-Gremio de San José para celebrar sus cultos en la ermita. Arrancaba una dilatada historia que bien merece capítulo aparte.
Fuente: http://www.laverdad.es/