ISABEL LA CATÓLICA Y LA HISTORIA
POR EDUARDO JUÁREZ VALERO, CRONISTA OFICIAL DE REAL SITIO DE SAN ILDEFONSO (SEGOVIA)
Pocas dudas hay acerca de la esencialidad de Isabel de Trastámara y Avís en el devenir de la historia. La influencia de su paso por aquel mundo y el reflejo de aquello en esto tiene una contingencia capital. Las decisiones tomadas, los hechos acaecidos en consecuencia de todo ello y los acasos fortuitos que acompañaron su vida, convirtieron el reinado de aquella joven abulense en uno de los pocos vórtices reales en la historia de la humanidad. Haciendo un paseo a vuelapluma de aquellos picos y vaguadas, de aquel reinado surgieron la Unión Dinástica sobre la que pivotaría el imperio universal de Carlos I, su nieto; el modelo de estado moderno centralizado aparecido de las conclusiones tomadas por actas en las más que famosas Cortes Generales de Castilla reunidas en Toledo entre 1479 y 1480; la constitución del Consejo de la Suprema y General Inquisición, martillo de herejes y conversos mal convertidos, de ciencias racionales, humanismos varios y especialmente de aquella sociedad diversa fruto de la mezcolanza cultural; la apertura al Nuevo Mundo, a las rutas de las especias, a la posterior y esencial Carrera de Indias, columna vertebral del tránsito cultural entre aquellos mundos y estos, todos viejos y, en buena medida, incomunicados; del multiculturalismo lingüístico y humano, cultural y social, sobrevenido por la incorporación de ingentes territorios a la Corona de Castilla, que no España; de la unidad del cristianismo en la obediencia católica, núcleo que habría de ser de las divergencias regionales o nacionales surgidas al calor inmenso de la corrupción de la iglesia; de la descentralización jurídica combinada con la centralización monárquica, asunto éste que pocas dinastías supieron entender y, como harían los Borbón desde el siglo XVII, acabaron por destruir en un lodo que inunda nuestro presente; de la universidad pública o, al menos, con carácter público de la dedicación de sus egresados, según se puede entender en el lema de la universidad de Salamanca, patria de la legalidad occidental; de la aparición de la burocracia con la complejidad del marco jurídico surgido de toda aquella descentralización y su necesaria gestión administrativa; de la lucha contra la corrupción de los elegidos para organizar y liderar las responsabilidades derivadas del ejercicio de la política; de las bases del concepto ilustrado de nación, uniendo religión y monarquía, territorio, sociedad e identidad; y todo ello, por poner algún ejemplo general de aquel periodo histórico.
Decir, por tanto, que aquel reinado supuso una singularidad en la historia es, creo yo, ser fiel a la realidad. Ahora bien, que cada uno de aquellos argumentos se simplifiquen a la acción de una persona en singular, además de falaz, no deja de ser, como tantas conclusiones nacidas del presentismo, un acto evidente de reduccionismo inmerecido. Las condiciones naturales, el contexto que la historia provocó durante aquel lapso no fue más que la consecuencia de múltiples factores derivados de un proceso complejo y que, por muchas razones, pudo haberse ido al garete en cualquier instante.
Por otra parte, pensar que la casualidad pudiera definir lo sucedido compone una generalización igualmente perniciosa. La receta que constituye los hechos históricos, desde el más sencillo al más complejo y derivado, deben ser entendidas en su globalidad y analizadas en lo minucioso del contexto que da sentido a todo.
Por todo ello, comprender el inmenso éxito y descorazonador fracaso del reinado de Isabel de Castilla conlleva un compromiso con el análisis de su vida que, sin ninguna duda, nos habrá de llevar cientos de vidas para poder alcanzar a comprenderlo quizás superficialmente.
