POR ANTONIO MARÍA GONZÁLEZ PADRÓN , CRONISTA OFICIAL DE TELDE (CANARIAS)
Imagen de archivo de un antiguo comercio canario/Archivo.
Al emplear los vocablos Jarandinos y Jarabandinos, muchos de nuestros jóvenes lectores se preguntarán de qué diablos va a este este cronista hoy. Por lo que no vamos a dilatar en demasía el significado de dichas palabras. Las gentes de Gran Canaria y por extensión del resto del Archipiélago, nominaron o calificaron de Jarandinos o jarabandinos a todo aquel árabe (járabe) procedente de nuestro Cercano Oriente, que más tarde y por influencia gringa (estadounidense) hemos dado en llamar Oriente Medio.
Así todo aquel oriundo de Jordania, Palestina, Siria y Líbano, emigrados a Canarias en diferentes momentos históricos, léase fin del Imperio Otomano tras la I Guerra Mundial; II Guerra Mundial y la posterior liquidación de los protectorados ingleses y franceses en la zona anteriormente mentada. También como resultado de las primeras guerras entre árabes y judíos, tras la creación del Estado de Israel.
La República Argentina, Venezuela, Colombia, Méjico y otras tantas repúblicas iberoamericanas fueron lugar de destino de esa emigración. Por lo que no debemos sorprendernos que grandes políticos, financieros, industriales, comerciantes y científicos de esos países tengan como primer o segundo apellido uno que resalte su procedencia arábica. Al marchar de sus países de origen, utilizaban el medio más común entonces, que no era otro que el marítimo. Saliendo de diferentes puertos de sus litorales mediterráneos, avanzaban por este mar hasta llegar al gran Océano, y como primera escala en éste, los grandes puertos canarios de Las Palmas de Gran Canaria y Santa Cruz de Tenerife. Y ya aquí, algunos vieron la posibilidad de hacer de aquella estancia momentánea algo más perpetuo. Pues las Islas conocían, por entonces ciertas bonanzas económicas debido a las importantes firmas exportadoras de plátanos y tomates, así como el incipiente desarrollo turístico. No vamos a nombrar a todas las familias árabes establecidas en Gran Canaria, sería labor que excedería con mucho al espacio óptimamente dedicado al tema en un medio de estas características. Los Hadad, los Said, los Atta, Elmir, Melhem, Alí, Zoghby, Akabany, Mustafá, Al-Jaber… se establecieron en Las Palmas de Gran Canaria (distrito de Triana, Schamann y El Puerto-Guanarteme) y en ciudades de notable importancia como es el caso de Telde. La emigración árabe a Canarias ha sido estudiada, pero créanme se necesita ahondar mucho más en el tema, pues ésta ha tenido una más que notable repercusión en la sociedad insular, sobre todo en las áreas comerciales. Lo primero a destacar es que la emigración árabe fue en su mayoría, por no decir en su totalidad, de hombres con unas edades comprendidas entre los dieciocho y treinta años. Aunque algunos eran creyentes musulmanes, casi las dos terceras partes o tal vez más eran cristianos de filiación ortodoxa, copta o católica-oriental.
Estos últimos tuvieron una rápida integración en la sociedad insular, que lejos de activar situaciones xenófobas, cayó rendida ante los honorables comportamientos de quienes fueron excelentes y muy honestos trabajadores en el ramo mercantil. La mayor parte de los árabes afincados en Gran Canaria se dedicaron, por lo menos en los primeros momentos, al comercio ambulante de tejidos, confecciones y calzado, aunque también algunos se dedicaron a la cacharrería, entendiéndose por tal sartenes, cazos, ollas, palanganas, escupideras… los hubo que se especializaron en el ramo de la mercería (cintas variadas, cremalleras, botones, broches a presión, hilos de toda gramaje y colores… uniendo a todo esto, algún que otro perfume, colonia y jaboncillos).
Otro cantar fueron los que vendían vajillas de loza y vasos de cristal. Antes del reinado del duralex y más tarde del plástico, nuestras gentes se servían de toda suerte de vajillas de lata esmaltada, a veces decorada floralmente y otras en pulcra capa blanca. Era usual verlos en los grandes almacenes de Las Palmas de Gran Canaria (casas comerciales tales como la de don Manuel Campos, Cardona, Marrero, Herrera, Rivero, Arencibia, etc.) y también en Telde en los diferentes comercios de la familia Pérez, Déniz, Suárez, y afines. Allí en sus suelos extendían una amplia sábana e iban colocando, unas sobre otras las piezas de telas, las rebecas, los pullovers, los trajes, las prendas de ropa interior de mujeres y hombres, así como juegos de cama y como no, paños para el polvo y la cocina.
Cuando ya éstos formaban una buena pila de casi cincuenta kilos de peso, hacían un hatillo con las cuatro puntas en cruz y metiendo uno de sus brazos por debajo de los nudos se cargaban el gran bulto a la espalda. De ahí al coche de hora de Melián y Compañía, para después a pie, realizar las largas caminatas por los campos de la costa, medianías y cumbres. ¡Mamá, mamá, que viene el moro! ¡Señora, cuántas veces le tendré que repetir al chiquillo que yo no soy moro, que soy árabe. Los moros son los argelinos, marroquíes, saharauis y mauritanos. Yo soy del Líbano! Y se oía a la madre corregir a su vástago de esta manera: ¡Mi niño, cuántas veces te tengo que decir que Juanito El Moro es Jarabandino! Así se fue escribiendo la historia de estos hombres abnegados, que poco a poco se fueron enraizando en la sociedad insular. Unos con suerte desde el principio se asentaron en la Calle Mayor de Triana, otros en el Puerto de La Luz y Guanarteme. Unos cuantos en Telde-Valsequillo y otros tantos, ya en los años sesenta y setenta del pasado siglo XX, en Sardina del Sur, Cruce de Sardina, Vecindario y Doctoral.
Hoy sus apellidos los llevan sus nietos, biznietos y tataranietos que se pueden sentir orgullosos herederos de aquellos que llegaron a Canarias con lo puesto. Y tras unos años de sacrificio y trabajo se convirtieron en respetables comerciantes de nuestros pueblos y ciudades. Hubo jarabandinos que no solo vendieron tejidos, confecciones y demás avituallamientos, sino también muebles, máquinas de coser, almohadas y colchones. En fin, todo lo que le reclamaban en esos campos de la Gran Canaria. La mayor parte de las veces las compras no se saldaban al momento. El dicho teldense de las perras escuchando la conversación, no era efectivo, pues la mayor parte de las ocasiones los jarabandinos vendían por el sistema de fiados.
Es decir: Manolito, quiero esto, aquello y lo de más allá. Son tantos duros o pesetas. Mi niño, ahora no tengo naíta que darte, apúntamelo y te voy pagando poco a poco todos los meses. Y si quiere esperar al fin de la zafra que queda dos meses, te lo pago todo juntito. No se preocupe seña María, que entre gente honrá no hay menester. Y así se zanjaba la cuestión entre el jarabandino vendedor y la honrada clienta. En muchas poblaciones canarias se han levantado monumentos de diferente índole, pero a nadie se le ha ocurrido, hasta el momento, erigir uno al jarabandino, verdadero hacedor del comercio rural a domicilio, antes de la actual moda de pedidos on line. Antonio María González Padrón es licenciado en Historia del Arte, cronista oficial de Telde, Hijo Predilecto de esta ciudad y académico correspondiente de la Real Academia de la Historia.
Fuente: https://www.teldeactualidad.com/noticia_seccion_imprimir.php?id=329&area=geografia