JESÚS, EL SASTRE
Mar 26 2019

POR JOSÉ ANTONIO MELGARES GUERRERO, CRONISTA OFICIAL DE LA REGIÓN DE MURCIA Y DE CARAVACA

Había en la calle Faquineto (siempre conocida popularmente como Nueva), durante los años del ecuador del S. XX, una conocida sastrería, que aún muchos recuerdan, de las entonces abundantes empresas relacionadas con la costura textil que había en Caravaca, ubicadas la mayor parte de ellas a lo largo de la superficie urbana de la calle Mayor, desde el inicio de la misma hasta la Plaza de Santa Teresa, o de los Carreños. La citada sastrería la regentaba un reputado sastre local Jesús Romero Sánchez-Ocaña, popular y cariñosamente conocido entre la sociedad de la época como Jesús, el Sastre.

Jesús, hombre de pequeña estatura y débil complexión física, era hombre de muy buen humor, inmejorable profesional, amigo de sus amigos, y por extensión de todas las gentes de la localidad. Fumador empedernido y forofo del Atlético de Madrid, cuyas fotografías y noticias de sus triunfos decoraban el local donde trabajaba durante muchas horas de todos los días del año.

Nació el 29 de septiembre de 1920 en pleno barrio medieval de la ciudad y calle de Ceyt Abuceyt, siendo el segundo fruto del matrimonio integrado por Juan Romero y Encarnación Sánchez-Ocaña, quienes también trajeron al mundo otros cuatro hijos: Antonio, Juan, María y Maravillas.

Con sólo ocho años de edad fue apartado de los estudios escolares, entrando a trabajar, como aprendiz, en la sastrería de Amadeo Caparrós, donde permaneció hasta los años de la Guerra Civil, siendo movilizado en la denominada Quinta del Biberón y destinado a Cartagena, donde en el regimiento que le tocó en suerte, actuó exclusivamente como sastre.

Al concluir la Guerra Civil se estableció por su cuenta, abriendo sastrería en la C. Nueva, donde tuvo su primera ubicación la Fábrica del Chocolate, en bajo alquilado a Paula e Isabel Bolt, en cuyo lugar estableció, también, su vivienda familiar, tras haber vivido en la Cuesta de la Simona y El Jardinico.

Su boda con Cruz Sánchez.

Contrajo matrimonio en 1948 con Cruz Sánchez García (hija de Cecilio el de Los Royos, que tenía la concesión de la línea de autobuses entre Caravaca y aquella pedanía del Campo), con quien trajo al mundo a sus cuatro hijos: Ita, Marcos, Mari Cruz y Juan Carlos.

En la boda de su hija Ita.

La sastrería era un espacio relativamente amplio, dividido en tres partes. Una de ellas se utilizaba como, taller donde cortaba y cosía Jesús, en gran mesa de caoba y patas torneadas, rodeado de bustos o maniquíes donde se exhibían chaquetas y chalecos en proceso de conclusión. Al fondo se encontraban el probador y el almacén, donde se guardaban, perfectamente apiladas y envueltas en tubos o en chasis de madera, las piezas de tela, o género que elegían los clientes para su indumentaria.

A la izquierda del taller se encontraba el obrador, con acceso desde aquel, donde trabajaban las oficialas a sueldo, encargadas de coser y terminar los trabajos para ser supervisados por el Maestro. Entre las oficialas recordadas hay que mencionar a Pura, Fernanda, Loli y Chon (la más antigua), a quienes se les veía trabajar desde la calle por amplio ventanal, que se abría o cerraba de acuerdo con la estación climática. Hasta allí acudíamos los mozalbetes de mi generación a ver y admirar la belleza de aquellas mujeres, siempre con la radio puesta y en alegre y continua conversación que simultaneaban con el trabajo

También trabajaban para Jesús otras mujeres en sus domicilios. Eran las pantaloneras y camiseras, entre aquellas: Socorro, quien lo hacía a destajo, para él y otros sastres.

Aunque, como se ha dicho, el propio Jesús vendía género para la fabricación de sus trajes, al principio de establecerse, o por capricho de los clientes, muchas veces las telas se adquirían en comercios especializados, como el de Los Jiménez en la C. Mayor o Tejidos La Inmaculada (en la confluencia de Santísimo con Maruja Garrido). Los clientes adquirían en ellos cortes de traje de acuerdo con sus gustos, que luego llevaban al sastre quien, si no tenía sus medidas en fichas personalizadas, las tomaba meticulosamente. Al poco tiempo, el maestro se ponía en comunicación con éste y se producían cuantas probaturas fueran necesarias antes de entregar el conjunto o terno (chaqueta, chaleco y pantalón) o sólo la americana o el pantalón, según el encargo fuera de una u otra cosa.

Evidentemente eran tiempos en que no existía la ropa de confección, como ahora, en los que la profesión de sastre, aunque no haya desaparecido totalmente, sí que languidece en beneficio de la confección.

Jesús trabajaba sin horario, que sí tenían sus oficialas, según las épocas del año y los encargos, siendo las vísperas de las Fiestas de la Cruz cuando más trabajo se acumulaba. Por otra parte, su trabajo no era exclusivo para hombres, sino que también tenía sus clientas aunque en menor volumen.

Al atardecer, cada tarde, a partir de las ocho, cuando se marchaban las citadas oficialas, le aguardaba generalmente un grupo de amigos, con quienes frecuentaba la costumbre social y gastronómica tan caravaqueña de recorrer las estaciones. Entre ellos el profesor Martínez Mirete, Blas Reales, Perico el Portalón, Sebastián y Pedro Guerrero.

La salida de las oficialas de los talleres de sastrería y del resto del comercio, animaba cada tarde la C. mayor, a donde acudían los pretendientes, los novios y los amigos a su encuentro y, juntos, para alargar en lo posible la llegada al domicilio familiar, hacían la visita al Santísimo en la cercana iglesia del Salvador, o se iba a ver los carteles con los que la empresa Orrico anunciaba las películas próximamente a proyectar en el cine.

Jesús fue uno de los primeros socios del Círculo Mercantil, a donde acudía diariamente, después de comer, a echar la partida. Se jubiló a los 65 años y comenzó a partir de entonces su deterioro físico por culpa de una esclerosis lateral miotrófica, que le fue paralizando paulatinamente las extremidades.

Durante los últimos años de su vida no era extraño verlo, muy deteriorado su aspecto, en silla de ruedas, en la C. Mayor, a la puerta de la boutique Nacha que regentaba su mujer en dicho lugar, o en el anterior emplazamiento de la Peña Taurina, lugar que solía frecuentar en compañía de sus amigos.

La vida de Jesús se apagó lentamente por culpa de la enfermedad antes referida, siendo consciente de ello y bromeando con afirmaciones tales como estoy aprendiendo a morirme o pronto criaré malvas. Falleció en febrero de 1989, dejando a la sociedad caravaqueña su recuerdo como única y valiosa herencia.

Fuente: https://elnoroestedigital.com/

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