POR RICARDO GUERRA SANCHO CRONISTA OFICIAL DE ARÉVALO (ÁVILA)
Estaba yo en un semáforo entrando en Granada cuando sonó el teléfono, como esperaba noticias, pude orillarme para atender la llamada, aunque no era la esperada, era mi amiga Marita que me comunicó la dolorosa noticia de la muerte del maestro y amigo. Y pronto me asaltó el dilema porque, por unas horas, no podría estar en el funeral. Fue una de esas noticias que caen como un jarro de agua fría, que me dejó descolocado y distraído, con un programa por resolver en esta visita, unas visitas y entrevistas concertadas, y sin poderme concentrar en nada… la pesadumbre me acuciaba, pero en mi primera visita a la basílica de la Virgen de las Angustias granadina con algunos amigos-hermanos pude compartir mi pesadumbre, por eso de que las penas compartidas se hacen más llevaderas, y el recuerdo del amigo presidió todo aquel acto religioso.
Regresaba yo del viaje que en su primera parte fue el Congreso de los Cronistas de España, como ya he manifestado en estas líneas, magnífico congreso de mucho contenido y en un marco inolvidable, siempre con Arévalo como estandarte de mi existencia como Cronista. Luego pasé a ver a mis familiares de San Pedro de Alcántara, mi visita obligada cuando bajo por esas latitudes andaluzas. De regreso y de paso, como siempre, otra visita obligada, a los hermanos cofrades de Granada que acababan de llegar de otro congreso al que no he podido acudir, al de Cofradías y Hermandades de las Angustias, también a nivel nacional, por la coincidencia de fechas, aunque estuvimos muy bien representados en Valladolid por cofrades arevalenses, y se que fue intenso.
Desde que viajé a Granada en repetidas ocasiones durante la preparación del libro de la historia de la Virgen de Arévalo, hice amistad con unas personas muy especiales y hermanados por la Virgen, me refiero a Francisco, el Hermano Mayor saliente y Miguel Luis, el Hermano Mayor entrante, y a sus familias, y a otros cofrades granadinos que también me conocen, y a Manuel Reyes, el Capellán Mayor Real de la Capilla Real de Granada, el templo y tumba de nuestra Isabel, que cada domingo preside la celebración de la Hermandad en su basílica, al que saludé con agrado ya que hemos coincidido en tantos actos de la reina que ya ha surgido la amistad. Yo quedé con él que le volvería a ver en la Capilla Real. Y así fue en la mañana siguiente, con el privilegio de asistir previamente a los maitines con los oficiantes de esa “misa testamentaria” que todos los días en la mañana temprano recuerda el mandato del testamento de la Reina de una misa diaria “por siempre jamás”, en ese templo tan emblemático para los seguidores, admiradores y devotos de la gran Reina de Castilla.
Durante todas esas ceremonias no podía apartar de mis pensamientos la imagen del amigo y compañero desde que fue nombrado Cronista de El Barco de Ávila, como ya he relatado en estas páginas cuando se produjo su nombramiento. Tantos recuerdos vividos con él han acrecentado la admiración y el respeto para la figura de gran maestro del arte y la historia, el profesor que despertó en mi el amor por el arte mudéjar y su estudio, me enseñó a discernir tantos aspectos del arte, recordar tantos momentos compartidos en los entresijos de nuestro Arévalo, con Raimundo, otro amigo ineludiblemente unido a su recuerdo, que deberá recoger la pesada carga de una herencia cultural con muchas aventuras compartidas. ¡Cuantos recuerdos!
No pude hacer alarde envalentonado de regresar para estar junto a él en la despedida, no me era posible sin hacer una barbaridad que en la noche es aún peor… Y por cierto, un recuerdo agradable para aquellas tres damas abulenses con las que coincidí en la Capilla Real y disfrutamos de la visita de privilegio que nos obsequió aquel sacerdote Capellán de la Capilla Real. Ya las comenté que escribiría sobre esta enorme pérdida con los sentimientos puestos desde la distancia a flor de piel, un recuerdo y un rezo en este lugar mágico, el lugar de nuestro encuentro…. ¡Adiós maestro!