CON SOLO 23 AÑOS, ESTE TOLEDANO ES PROFESOR COLABORADOR DE DERECHO CIVIL EN LA UNIVERSIDAD COMPLUTENSE Y DESDE HACE DIAS CRONISTA OFICIAL DE LAYOS (TOLEDO).
Desde su edad se resume en dos palabras («ni-ni»; -ni estudia, ni trabaja-), el de San Román ocupa varias páginas. Resumiendo: graduado en Derecho por la Complutense, con matrícula de honor en el trabajo de fin de grado; profesor colaborador de Derecho Civil, conferenciante habitual, dos libros publicados y, recientemente, nombrado cronista oficial de Layos (probablemente el más joven de España).
– ¿Se considera un niño prodigio?
No, nada, nada. Ni de broma. Lo único que soy es inquieto. Mis padres se han preocupado mucho de que tuviera una formación completa y mi educación ha sido muy esmerada. Con 12 ó 14 años me entró la curiosidad por la Historia, y en el Bachillerato, en el colegio Infantes, fue donde me metieron la inquietud humanística. Luego, estudié Derecho en la Universidad Complutense de Madrid, y tuve la suerte de que, en el primer cuatrimestre de carrera, una profesora de Derecho Civil, Carmen López Herranz, me enamoró del Derecho. Gracias a ella vi que era mi camino y entendí el Derecho como sistema, que es lo más complicado.
– ¿Cómo valora la juventud de hoy en día y qué males le achaca?
Creo que hay un mal de abandono. Los mayores se quejan mucho de que los jóvenes no sirven, y yo les pregunto: «¿Os habéis preguntado qué sabemos hacer?». La gracia está en la sinergia: la gente mayor es la sabiduría y la gente joven somos las manos. Una cabeza sin manos vale lo mismo que unas manos sin cabeza. Además, como los jóvenes somos idealistas, aportamos ese plus de romanticismo, de pasión a lo que hacemos.
Por otro lado, creo que hay un mal de formación. Si la comparamos con la de hace 50 años, antes se enseñaba para aprender. Ahora parece que nos enseñan a aprobar un examen. La gracia no es transmitir, sino motivar a que el alumno quiera buscar más. Cuando doy clase, veo a gente que está intelectualmente dormida, pero no porque no valga.
– ¿Es verdad que la suya es la generación mejor preparada de la historia?
No, y está claro en una cosa: lo que Ortega y Gasset llamaba «la barbarie del especialismo». A lo mejor estamos muy bien preparados en inglés, en nuevas tecnologías o en ramas concretas, pero no en todas. En la Universidad los temarios cada vez se recortan más, cada vez da menos tiempo a dar clases prácticas y tienes que ir muy rápido. No se va a enseñar, si no a cumplir.
– ¿Se considera un «viejoven»?
Espero que no (risas). El problema es que la palabra «viejoven» se ha utilizado de forma despectiva, en el sentido de una persona que, teniendo una edad, quiere parecer más mayor. O que tiene determinadas inquietudes y automáticamente se le cataloga como una persona envejecida y, por tanto, aislada. «Viejoven» es igual a anacrónico. Yo no me lo considero, porque tengo mi vida académica y profesional, pero también mi vida personal, y las hago como cualquier persona de mi edad.
– En general, la gente de su edad hace botellón, escucha reguetón y tiene mil redes sociales. ¿Hace botellón?
No, no lo he hecho nunca. No me ha gustado.
– ¿Baila o escucha reguetón?
Me encanta toda la música, pero el reguetón no. Ni el bacalao.
– ¿Y tiene redes sociales?
Tengo Facebook solo. Instagram, no. No me gusta lo de hacerme fotos y decir: «Estoy aquí o estoy allí…». Por culpa de las redes sociales, todo el mundo sabe lo que hace el resto y dónde está. A mí no me gusta decir dónde estoy, ni lo que hago o dejo de hacer, porque creo que a nadie le importa.
– Es profesor universitario con 23 años. ¿Qué le dicen los alumnos?
Lo primero una precisión: soy profesor colaborador honorífico. Eso significa que no tengo plaza ni tampoco sueldo. Ayudo en la facultad si hay un profesor que falta. O me dicen: «Tú este tema lo conoces, ¿te apetece darlo?». Yo veo a los alumnos que piensan: «¿Qué hace este aquí?». Y también les cuesta utilizar el usted, no saben usarlo. De hecho, una chica me preguntó una vez: «Perdóneme que sea indiscreta, pero ¿cuántos años tiene usted?». Y yo, en tono de broma, le contesté: ‘¿Y a usted qué le importa?’». Luego el último día me lo preguntó en alto, delante de todo el mundo, y ya sí se lo dije.
– ¿Cree que está desaprovechada la gente mayor?
Sí, porque a veces decimos: “Ya se ha jubilado, ya no sirve”. A lo mejor no vale para unas cosas, pero puede valer para otras. De hecho, los abuelos son los segundos padres de los hijos. Sí que se podría utilizar a los jubilados para aportar experiencia o como formadores en lo que ha sido su trabajo… En Japón, por ejemplo, el anciano es venerable y aquí, en España, poco menos que se le insulta.
– ¿Le han tentado con entrar en política?
Me lo han ofrecido alguna vez, además de ideologías distintas. Pero yo, como Les Luthiers, que decían: «La inteligencia me persigue, pero soy más rápido que ella». Pues igual, pero con política. A mí la política me gusta porque, al final, es parte de la teoría del Estado, pero…
– ¿Pero? Agustín Conde fue alcalde con 30 años, ¿se ve igual?
¡Pero Agustín Conde valía! No lo veo, la verdad. A mí me llaman más otras cosas: la investigación, la docencia, la abogacía… Y, quizá, la política me quite ese margen de libertad…
– Dicen que los jóvenes votan a Podemos. ¿Qué le parece este partido?
No comparto su ideología, pero, estamos en un país democrático y la gente es libre para votar lo que considere oportuno mientras sea sensata y sincera.
– Da conferencias sobre Derecho, Filosofía e Historia. Tres preguntas rápidas. ¿A veces es bueno saltarse la ley y hacer la revolución?
Me gusta más la fórmula franciscana: primero, usemos el diálogo, la concordia y, si esta no funciona, usemos la ley. El acuerdo es fundamental. A mis clientes siempre les digo: «Un mal acuerdo es mejor que un buen juicio». ¿La revolución? No, porque la revolución implica la polarización y no pensar en el interés general debido.
– ¿Un principio filosófico con el que se sienta identificado?
Soy un gran seguidor de Ortega y Gasset. Él intenta que la gente deje de ser masa, que progrese. Me identifico mucho con él por su ‘raciovitalismo’.
– ¿Por qué es importante saber de historia?
Porque la historia es maestra de vida. La historia nos dice qué ha ocurrido y cómo no repetirlo, o cómo repetirlo. La historia no deja de ser una enseñanza, nos da una recapitulación retrospectiva. El pasado nos ayuda a avanzar.
– ¿Qué tiempo le hubiera gustado vivir?
Aunque esto no va de nostalgias, me habría gustado ver la Ilustración, el afán por el conocimiento. Me apasiona el siglo XIX por el romanticismo, y la época de los Reyes Católicos por admiración a Isabel La Católica.
– ¿A qué personaje toledano le hubiera gustado conocer?
A muchos. Siendo muy niño, conocí a Luis Moreno Nieto, una vez que fui con mi padre al banco. Lo recuerdo perfectamente. Mi padre me dijo: «Este señor ha recopilado todas las leyendas de Toledo». Y a mí eso me alucinó. Me hubiera gustado tratar con él, a pesar de que le conocí un minuto. También con Julio Porres, con mi tatarabuelo Vicente Cutanda, que fue uno de los fundadores de la Real Academia de Toledo, o con Esperanza Pedraza, archivera municipal y fundadora de la Cofradía de Investigadores.
– ¿Cómo se ve dentro de 20 años?
Pues con 20 años más (risas). Me gusta lo que hago. Quiero prestar un servicio y dejar una huella. Lo que decía Horacio: «Non omnis moriar» (no morir del todo). Los egipcios tenían la idea de la muerte física y la intelectual. Yo sé que no voy a ser nadie, pero me gustaría dejar algo para el futuro.
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