JOSEPH DE MISSO, NÁUFRAGO Y HOSPITALERO DE PEREGRINOS
Dic 07 2021

ARTÍCULO QUE CITA A JOSÉ ANTONIO FIDALGO SÁNCHEZ, CRONSITA OFICIAL DE COLUNGA (ASTURIAS).

La iglesia de San Cristóbal, en Colunga. / FOTOS: XUAN CUETO

Venga o no venga en sus guías de mano, los peregrinos que llegan por el Camino de la Costa a tierras colunguesas deberían incluir en sus planes, junto al templo prerrománico de Santiago de Gobiendes, la visita en la villa a la pequeña capilla de Santa Ana y a la ermita de Nuestra Señora de Loreto. Ambas están vinculadas a unos hechos que investigó y difundió con apasionado rigor el escritor y cronista oficial del concejo, José Antonio Fidalgo. Es el relato del marinero italiano Joseph de Misso, superviviente del naufragio de un barco veneciano frente a la vertical de Güerres en el año 1630. Fue acogido en la villa por los sacerdotes de la parroquia y, en correspondencia por el auxilio prestado, se ofreció a hacerse cargo del hospital de peregrinos que funcionaba en el mismo solar de Santa Ana. A esa labor consagró el resto de sus días y a fomentar el culto a la Virgen de Loreto, de la que era devoto, como agradecimiento por haberlo salvado de perecer en la galerna cantábrica junto a sus compañeros de tripulación. Tres décadas después de recalar en Colunga, De Misso fundó la Cofradía advocada a su Madonna que hoy sigue concitando la fe local bajo el cariñoso nombre de ‘La Romanina’.

El Camino de Santiago es pródigo en milagros e historias extraordinarias, por eso nadie debe sorprenderse de la feliz unión de azares o no tanto que remiten la memoria cierta del hospitalero Joseph de Misso al propio origen de la devoción lauretana y al extraordinario lienzo que Caravaggio pintó -más o menos en los días en que el náufrago italiano era niño- conocido como ‘Madonna de Loreto o dei Pellegrini’. La tradición piadosa refiere que, tras la invasión de Palestina por los mamelucos a finales del siglo XIII, la casa donde la Virgen María recibió la Anunciación fue trasladada por ángeles desde Nazaret a Tarseto en Dalmacia. El singular viaje fue por mar, surcando las aguas del Mediterráneo y del Adriático. Poco tiempo después, la Santa Casa viviría un nuevo traslado hacia la ribera italiana del último mar donde la asentaron en el bosque de laureles que le daría nombre: Loreto (del latín ‘lauretum’). Hacia allí peregrinaban gentes de toda la región, pero también ladrones para asaltar a los devotos. Ese fue el motivo por el que sus guardianes angélicos resolvieron promover su tercera mudanza a una colina cercana. Y no sería la última, ya que su ubicación causaba constantes disputas entre dos nobles enfrentados por las lindes de sus señoríos. Fue la gota que colmó el vaso de la corte celestial y logró que por fin la Santa Casa, con la imagen de la Virgen y el Niño que albergaba, hallara su lugar definitivo en un monte rocoso próximo a Recanati. Allí se levantó el Santuario que desde entonces veneran los italianos.

Michelangelo Merisi da Caravaggio pintó en 1604 su óleo, por encargo de Ermete Cavalleti, para su capilla familiar en la Basílica de Sant’Agostino in Campo Marzio de Roma. En la imagen, la Virgen sostiene a su niño en brazos, mientras una pareja de peregrinos, una anciana y un hombre joven, se arrodillan ante ella con las manos en actitud de oración. La figura masculina muestra los pies descalzos, sucios y magullados del camino. Estamos en el siglo de la Contrarreforma y el fervoroso impulso de la devoción mariana, especialmente intenso en la Italia que vio nacer al futuro navegante Joseph de Misso. No podemos aventurar ni descartar tampoco radicalmente que en sus andanzas juveniles los pasos le hubiesen llevado a Roma y allí tuviese ocasión de contemplar el cuadro de Caravaggio, pero sí tiene mucho sentido que aquel marino sintiese una especial devoción por una Virgen, patrona de peregrinos y como hemos visto, peregrina ella también en la leyenda religiosa. Podemos imaginarnos a De Misso, a bordo de aquel buque de la Serenísima que zozobraba ante la costa asturiana, mientras luchaba junto a sus compañeros a brazo partido contra la galerna, se encomendaba a su señora de Loreto para que salvase su vida y la de toda la tripulación. Luego un golpe de mar lo arrastró hacia los acantilados de Güerres. El estudioso José Antonio Fidalgo detalla que, tras sobrevivir, pasó la noche bajo la Castañar de Espina, un árbol centenario que, como el olmo poema de Machado, aún germina hojas verdes.

En la villa le dieron sopa caliente, pan y un lugar junto al fuego. La misma ayuda que el italiano prestaría hasta el fin de sus días a los peregrinos que avanzaban a Santiago por el Camín Real. A todos les encomendaría una oración por la Madonna para que les asistiese durante su viaje. El hospitalero también les recordaría a todos en sus rezos y pediría, mientras acarreaba leña para el hogar o sal para sus morrales, que aquellos pies sucios y magullados, como los que pintó Caravaggio, llegaran salvos a su destino en Compostela.

FUENTE: https://www.elcomercio.es/sociedad/joseph-misso-naufrago-20211205000711-ntvo.html

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