POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
Nació el día 19 de septiembre de 1918, en Caravaca de la Cruz (Murcia), ya que su padre ejercía en dicha localidad como oficial carabinero. Aunque sus padres, Francisco y Remedios, eran de Ojós, se convirtió en un “trotamundos”, debido a los traslados profesionales de su padre.
Ya, en el colegio, cuando solo tenía cuatro años, se intuía, en el, una manifiesta inclinación, por los aviones. ¿Por qué lo digo? Sencillamente; por la anécdota siguiente: El maestro, aficionado a los trabajos manuales, construyó con unos trozos de madera y de cartón un avión y, cuando consideró que lo había terminado, invitó a los alumnos, que no les diera miedo, a que se subieran a la cabina de mandos. Nadie se atrevió a subir al aparato; bueno, sí: cuando se dio cuenta, Juanito Salinas se había encaramado por su escalerilla y se prestaba a ejercer de piloto. Tomó los mandos de la avioneta, y sonreía desde la cabina del avión ¿Fue una premonición? Solo tenía cuatro años.
Desde Caravaca de la Cruz, se marcharon a Cartagena, concretamente a la cala de Bolete Grande, en Isla Plana, dentro del espacio protegido de cabo Tiñoso. Tenía tan difícil acceso qué, a veces, se veían obligados a utilizar lanchas. Allí arribó Francisco (el padre), con su mujer (Remedios) y sus tres hijos de corta edad (Juan Francisco, Remedios y Luisa). Con ellos llevaban sus pertenencias y, en la Cala de Bolete Grande, ejerció como carabinero, durante dos años.
De allí se trasladaron a Canteras (Sierra de Roldán), en donde su padre ejerció en el Cuartel de Carabineros. Desde allí, en el año 1935, se marchó a la URRS, a los 17 años, en barco, sin que le despidieran su madre y sus hermanas; solo contó con la presencia de su padre. Recibió la instrucción pertinente, en San Petersburgo, obteniendo el título de Sargento Piloto, perteneciente a la primera promoción U. R. R. (D.O. número 180) No desaprovechó el tiempo y, a su regreso a España, se inscribió en el Aero-Club “Cierva Codorniú”, con fecha 9 de agosto de 1936(D,O. Nº 190) Fue un alumno aplicado, hasta el punto de qué: el día 4 de diciembre de 1936, La Gaceta de la República nº 341, refiere que, por reunir las condiciones que se determinan en dicha Circular, se le otorga el Título de Piloto Militar de Aeroplanos, concediéndole el empleo de Sargento de dicha arma, con los deberes y derechos inherentes a dicho cargo militar El tiempo de estancia, de su padre, en tierras cartageneras, lo aprovechó Juanito, para cursar estudios en la Escuela de Peritos Industriales. Dichos Estudios los alternó con el curso de piloto que efectuó en la academia de San Javier; en donde se le efectuaron los correspondientes exámenes y reconocimientos médicos. Tuvo que realizar el consiguiente adiestramiento en Los Llanos (Albacete), Castejón del Puente (Lérida) Barbastro (Aragón) Pomar del Cinca (Lérida), Almansa (Albacete), Celdrá (Gerona), La Torrecilla (Albacete) y, finalmente en el aeródromo de Campotéjar, limítrofe entre los términos municipales de Molina, Archena y Ulea (Murcia), en donde acabó la contienda civil; efectuando el último vuelo, el día 18 de marzo de 1939. Los avatares del momento, hicieron que sus superiores le destinaran al destacamento militar de los Baños de Archena y, desde allí, acudía, diariamente, al aeródromo militar de Campotéjar, tras realizar el periplo militar reseñado. Desde su residencia en el acuartelamiento de los Baños de Archena, se desplazaba en un convoy militar y, al paso por el puente de hierro, sobre el río Segura, tenían que apearse todos los militares, por el temor de que el vetusto puente se desmoronara; al ir cargado. Como había vigilancia en el puente, en ambos sentidos, en días de lluvia o de intenso frío, se escondían bajo la lona y evadían dicho control.
Participó en los combates de la primera Escuadrilla Aérea, en la batalla desencadenada en el Levante español. El día 8 de julio, de 1938, se disponían a realizar un “rastreo aéreo” y Juanico se encontraba un tanto aturdido, ya que el avión no se había revisado y, temía que el vuelo no llegara a su destino. Las órdenes de los superiores eran indiscutibles y, “a pesar de su corazonada” se disponía a subir al avión, como segundo piloto de vuelo. Cuando otro jefe le ordenó que volviera al hangar para coger unos planos, el Comandante de vuelo dispuso la salida inmediata sin esperar la llegada de Juan Francisco Salinas, con los planos, y se quedó en tierra.
Quedó en el aeródromo, cabizbajo y pensativo, temiendo las represalias, a su regreso. Dichas represalias no se produjeron ya que el avión se incendió en pleno vuelo, falleciendo todos sus tripulantes. Como consecuencia: se libró del siniestro.
Durante la guerra civil española, los padres se trasladaron a vivir a Cartagena y, allí, pasaron la triste contienda. Tras la derrota de los republicanos, fue desposeído de su oficio, como carabinero y, como consecuencia, perdió su retribución salarial qué, tras una apelación posterior, le fue retribuida, con carácter retroactivo, en su totalidad.
En tiempos tan infaustos, tras su regreso de Rusia, visitaba a sus familiares en Ojós (sus padres nacieron en Ojós y, allí, tenían toda su familia).Como era muy aficionado a montar en bicicleta, en este medio de locomoción realizaba el recorrido. Unas veces se iba por el camino interior de Ulea, cruzando el puente de madera; para entrar a Ojós y, otras, se iba por la carretera del “Salto de la Novia”. Allí conoció a una joven lozana y simpática, natural de Alcantarilla, que tenía unos tíos en Ojós y carecían de descendencia. Esta joven, graciosa y desenvuelta, se llamaba Pepita Pacheco Sornichero, con la que entabló relaciones sentimentales y acabaron casándose en la Iglesia de San Pedro, de Alcantarilla, el día 19 de noviembre de 1947.
Perteneció a la A. D. A. R. (Asociación de Aviadores de la República) y, al acabar la contienda civil, estuvo tentado en exiliarse en Francia o en Méjico, ya tenía sus enlaces para evadirse pero, al haber sido Piloto de la Aviación de Combate, en el bando republicano, fue detenido, represaliado y confinado en el Convento de las Agustinas, antesala de su destino definitivo; tan pronto como fuera juzgado. Sin embargo, Juanico “el aviador” como le llamábamos en Ulea, fue una persona nacida con suerte ya que una historia rocambolesca, pero real; como la vida misma, hizo qué, quien fue alcalde republicano, de Ulea, durante los dos últimos años de la contienda civil, D. José Abenza López, tuvo la valentía de asilar, proteger y alimentar, a personas perseguidas por los milicianos, para detenerles y, posiblemente darles “el temido paseillo”, por el hecho de pertenecer a grupos políticos de distinta forma de pensar. Además, advirtió al comité republicano de ejecución, con sede en Archena, que jamás se acercaran por Ulea ya qué, él, “se bastaba y sobraba para impartir justicia en su pueblo”. Personas de Villanueva, Archena, Ricote, Cieza, Ojós y, por supuesto, Ulea, tuvieron el cobijo y protección. Allí, en los sótanos de las casas de Tomás Tomás Tomás y la que fue de Vicente Caracena, poco tiempo después, se escondieron a más de 30 personas, entre ellas Cayetano Ayala y su familia, los hijos mayores de Gumersindo y Jesualdo Cascáles, Joaquín “el de los muebles” José María Garro Valiente, Juan Gómez y un largo etcétera. Es de reseñar que a los de Ulea, les permitía salir a sus casas con la condición de que regresaran antes de amanecer el día. La conclusión fue qué, “en Ulea, no se le dio el paseillo a nadie”.
Al resultar vencedores quienes estaban enclaustrados en Ulea, y ser represaliados quienes les habían salvado la vida, se esforzaron con tal de que no se metieran con el alcalde de Ulea, D. José Abenza López “El colorao” y le dejaran en libertad. Gumersindo Cascales, su hermano Jesualdo, sus hijos Jesualdo y Joaquín, Cayetano Ayala, José María Garro, y Juan Gómez, así como un alto mando de las fuerzas aéreas de la zona de Levante; todas, personas influyentes del bando vencedor; movieron todos sus tentáculos con tal de liberar al “Colorao” y, de esta manera devolver los favores que recibieron durante su cautiverio. Fueron agradecidos. Pero, “el colorao” que conocía a Juan Francisco Salinas, de su militancia, en Archena, como miembro destacado del bando republicano, les pidió que hicieran todo lo posible para que liberaran a “Juanico el Aviador”, que era un joven con gran talento y que figuraba como republicano porque donde vivía era zona republicana pero; nada más. Les dijo más: es una persona de bien y de futuro.
Tras enterarse del lugar en que estaba confinado, se pusieron “manos a la obra” hasta que consiguieron su libertad sin cargos, pero, con una condición: “que renunciara a su filiación republicana”. Su expediente quedó inmaculado, hasta el punto de que, al poco tiempo, ingresó en el cuerpo de la Guardia Civil, tras haber ejercido de guardia Carabinero como su padre en Figueras (Gerona), durante dos años.
Al acabar la contienda civil y aceptar las normativas del nuevo régimen político, tuvo que realizar la “mili” y le destinaron a Santander. A los pocos meses, tan pronto como juró bandera, le trasladaron a Mazarrón y, como a su padre le habían rehabilitado como guarda carabinero le dieron un cargo similar, ingresó en la Guardia Civil, previa renuncia a su filiación republicana; como era preceptivo. Tuvo un privilegio muy notorio en aquella época: como era miembro del Servicio de Información e Inteligencia, de la Guardia Civil; podía ir vestido de paisano.
En esta época, ya estaba domiciliado en Ulea, en la calle Alfonso XII, con posterioridad O’Donnell. Desde Ulea, en unión de José Antonio Cano Tomás y de Máximo Salinas, amigos inseparables, se acercaba a Ojós tantas veces como podía, para estar con su novia; con su Pepita. Unas veces iban andando por el camino interior costeando la ladera del monte “El Castillo” y cruzando el río por el puente de madera. Otras veces rodeaban por Villanueva y circulaban, por la carretera, con sus bicicletas.
Tras un noviazgo con intermitencias, dadas sus obligaciones profesionales, como miembro de la Benemérita, se casó con su Pepita, en la Parroquia de San Pedro, de Alcantarilla, el día 19 de noviembre de 1947, a los 29 años de edad. De su matrimonio les nacieron una hija y un hijo.
¿Por qué se afincaron en Ulea? Cuando acabó la guerra, por medio de unos amigos, se compró (el padre) una finca de seis tahúllas en el paraje de “los Intes”, en la huerta de Archena y compró parte del material para hacerse una casa en la huerta y dedicarse a la agricultura. Mientras tanto, se alojaron, en Ulea, en casa de una tía, de Juanico “el Aviador”, que se llamaba Natividad (la mujer de Joaquín de Narciso). Estando allí, en la calle mayor y, por distintos problemas con el material de construcción, desistieron de hacerse la casa de campo y se afincaron, definitivamente, en Ulea, hasta el punto que los padres fallecieron en Ulea y, allí, están enterrados. Desde Ulea, iba y venía casi todos los días a la finca de Archena para efectuar su cultivo.
Desde estos momentos, “Juanico” se afincó, definitivamente, con sus padres y hermanas y, desde allí seguía yendo a ver a su novia cuando tenía algunos días de vacaciones. Sus dos hermanas se hicieron novias de dos uleanos y allí se casaron y tuvieron sus hijos.
En el año 1976, tras la amnistía de los represaliados por participar en la contienda civil, en el bando republicano, fue invitado por “El Politburó”, junto a todos cuantos hicieron la carrera militar en Rusia a visitar Moscú y San Petersburgo, con su mujer y sus dos hijos pero, “Juanico” declinó tal invitación, debido a consejos familiares, aunque, de buena gana hubiera vuelto a las ciudades soviéticas en las que se formó como aviador, 30 años atrás. Desde Moscú volvieron a insistir, pero la decisión estaba tomada y no hubo posibilidad de rectificar.
Durante la época que perteneció al cuerpo de la Benemérita, del que le jubilaron al cumplir los 50 años, siguió siendo “Instructor de vuelo”, aunque para ello tuvo que realizar, de nuevo el curso reglamentario de Piloto de Aviación.
La Federación Aeronáutica Internacional, con sede en París, por su experiencia profesional y por acumular 6.500 horas de vuelo, le concedió el diploma honorífico ”Paul Tissandier”, por su pericia a los mandos de aviones caza-bombarderos
En Ulea se comentaba qué, José Antonio López Garro, estuvo en la guerra de África como aviador y que se adiestró en Rusia para pilotar aviones de combate. Juanico estuvo pendiente de seguir su andadura y las noticias que le llegaban eran notorias, ya que tenía fama de ser de los aviadores de caza-bombarderos más intrépidos del ejército republicano, hasta el punto de que en la contienda civil española fue Jefe de Estado Mayor de Aviación. Estando en la escuela de adiestramiento, en Rusia, intentó contactar con López Garro; pero no lo consiguió. Cuando acabó la guerra, consiguió contactar con él, por medio de otro aviador que también se exilió en Francia, y le mandó un mensaje diciéndole lo que tenía que hacer para salir de España. Juan le contó a su familia cuáles eran sus intenciones y, como ya tenía 23 años; estaba convencido de que debía orientar su vida por otros derroteros. Juanico les decía a sus padres y a su novia que no se fiaba de los agentes secretos del bando vencedor y, aunque le habían amnistiado, temía que le tendieran una redada y le detuvieran como a tantos otros. Desde Francia, José Antonio López Garro, le insistió en que se diera prisa para tomar una decisión, ya que en Francia habían empeorado las circunstancias y, probablemente tendría que marchar a Méjico. A “Juanico” se le enrasaron los ojos de lágrimas, lamentando desperdiciar la ocasión que se le había presentado y que no podía realizar ya qué, al darles un ultimátum, diciendo que se marchaba, quisieran o no, parte de la familia se opuso de forma rotunda y tuvo que desistir de su empeño.
Al día siguiente le hicieron recapacitar al decirle que las situaciones eran completamente distintas. López Garro era miembro destacado del Estado Mayor de Aviación y tuvo que exiliarse porque le buscaban para detenerle y, quizá, ajusticiarlo, mientras que Juanico era un hombre libre al haber conseguido la ansiada amnistía política. Aunque estaba contrariado, reconoció que la situación, de los dos, no era idéntica y aceptó su renuncia al exilio voluntario.
Sin embargo, aunque perdió la comunicación con José Antonio López Garro, le seguía de cerca, preguntando a su familia de Ulea y a cuantos pudieran darle información de su paradero y de su misión en el exilio.
Pasaron unos 37 años, concretamente en el año 1977 cuando tuvo la ocasión de conocer a quién, en sus años jóvenes fue “su paisano y su ídolo”.
Fue tras la amnistía política que se le otorgó a quien se exilió por dicho motivo ¡Por fin! Por fin podían regresar a su tierra; a su patria querida y disfrutar con los suyos……, bueno, con los que aún vivieran, ya que la mayoría había fallecido sin haberles podido dar el último adiós.
José Antonio estaba enfermo y tenía 74 años. Se había dejado la familia en Méjico y tenía que volver en breve; si bien, con la ilusión de regresar, de forma definitiva, para pasar el último tramo de su vida con los suyos, aunque su mujer, mejicana, le advertía qué, lo que planeaba en su mente no podía hacerse realidad ya que allí tenían dos hijos y los nietos; su vida estaba en Méjico y vendrían a pasar una temporada; de vez en cuando. Por su parte, Juan, con 59 años, y jubilado desde los 50, no había salido de su tierra y tenía toda su familia aquí, así como sus amistades y las propiedades que debía administrar.
Era frecuente verles pasear por la Glorieta, rumbo a la Capellanía, o bien, sentados bajo “los árboles grandes” o en la barra del café—bar de Domingo Pérez, tomando una infusión. Juan había encontrado a su ídolo, tenía 15 años menos que José Antonio y los ojos le brillaban como a un niño pequeño cuando le cuentan una hazaña de un personaje célebre y, de pronto, un buen día “se encuentra con el actor”. Ambos se preguntaban cómo habían sido sus comienzos; quien influyó a la hora de tomar la decisión de ser aviadores. Cada uno tenía sus motivos y, si bien tenían una meta común diferían en su secuencia, ya que no se podían parangonar ni en el espacio ni en el tiempo; habían seguido itinerarios diferentes.
Cada uno quería saber más del otro y enseguida se preguntaron cómo fue su vida y formación militar en Rusia. Sacaron la conclusión de que fue muy similar, salvando la diferencia de edad, de 15 años. Ambos pertenecían al Ejército Republicano y, por lo tanto, fueron adiestrados bajo los mismos parámetros. El regreso a España se realizó bajo la protección de la aviación soviética. Sin embargo, aunque ambos fueron Pilotos de aviones caza—bombarderos, el riesgo y la responsabilidad, no fue la misma; José Antonio tenía una graduación más alta, con responsabilidad de Estado Mayor, mientras que Juan, había comenzado desde la base. Ambos se libraron de un siniestro que les pudo haber costado la vida y se zafaron de milagro, los dos decían que el destino así lo había querido.
El último episodio y, quizá, el más importante en sus vidas, fue la manera de enfocar su futuro, tras la tragedia de la sinrazón; de la guerra. José Antonio le contó que emigró a Francia por los Pirineos y desde allí, al estallar la segunda guerra mundial, se tuvo que marchar a Méjico y, proseguir recorriendo toda Iberoamérica con distintos trabajos: vendiendo periódicos, impresor, publicando libros para los exiliados, dando clases a los hijos de los exiliados y emigrantes y conferencias por todo el Continente americano para dar aliento a quienes tuvieron que abandonar su patria y su familia. Al final, le decía a Juan: de todas formas ¿para qué? Tuve que abandonar a mi novia de siempre y mi tierra, por que me buscaban para hacerme consejo de guerra y matarme. Ella fue quien me proporcionó el enlace para llevarme hasta Perpiñán, cruzando, a pie, durante tres días, los agrestes senderos de los Pirineos, a sabiendas de que jamás nos volveríamos a ver. Así sucedió. Me casé con una acaudalada mejicana y hemos tenido una hija que es médica y un hijo ingeniero, Y, ahora ¿qué? Mi madre murió estando en el exilio sin poder regresar a verla. Yo estoy viejo y maltrecho; mi corazón no funciona bien y me tienen que operar. He andado los pasos para operarme en Murcia y me han recomendado un gran cirujano, pero, mi mujer, sin faltarle la razón, dice que me tengo que operar en Méjico y, por lo tanto, nos marchamos dentro de 15 días. Aquí estoy en casa de mi hermana y, tanto ella como mis sobrinos, me proporcionan cuanto necesito, con el fin de que pase una buena estancia. Al oído me dicen que me opere en Murcia que ellos estarán conmigo para todo cuanto necesite. Sin embargo, Juan, me marcho; no quiero entrar en colisión con mi mujer, a pesar de que vislumbro que este es mi último viaje a Ulea: se me acaba la vida y, quizá, no llegaré a tiempo de ser operado.
Bueno, Juan, vamos a cambiar de tercio que parecemos dos tontarrones ¿Qué te cuentas tú? Mi vida ha sido totalmente distinta a la tuya. Tras la guerra fui detenido y, sobre mí, se cernían negros nubarrones. Sin embargo tuve la suerte de qué, quien fue alcalde de Ulea, los dos últimos años de la guerra y, varias familias influyentes de Ulea, Villanueva, Cieza y Ricote consiguieron que me amnistiaran y que me despojaran de todas las cargas que pesaban sobre mí. Me liberaron sin cargos y obtuve una plaza de guardia carabinero, en Figueras, en donde estuve dos años. Posteriormente oposité al cuerpo de la Benemérita y me dieron plaza como miembro del Servicio de Información e Inteligencia de la Guardia Civil, por lo que tuve el privilegio de ir vestido de paisano. Alternando con mi trabajo en la Benemérita, seguí siendo Instructor de Vuelo, aunque, para ello, tuve que realizar, de nuevo, el curso reglamentario de Piloto de Aviación en el Aeródromo de Cuatro Vientos (Instalaciones del R.A.C.E.), efectuando las prácticas, a bordo de una avioneta Jodel—D 112—“BÜNCKER 131Q” Me jubilaron a los 50 años, aunque seguí volando, de forma discrecional.
He disfrutado de toda mi familia, hasta la muerte de mis padres y vivo a caballo entre Alcantarilla y Ulea. Hemos tenido, como tú, una hija y un hijo y, están acabando sus carreras, de las que pueden vivir desahogados y sentirse realizados. Dichoso tú, Juan, estás en tu tierra y con los tuyos ¡disfrútalos! Se dieron un abrazo y se dijeron adiós: ya no se vieron más.
Juan conoció a quién fue su ídolo. Ahora es un ídolo de carne y hueso, en el umbral del “Más Allá”. Un hombre, de éxito, marcado por las vicisitudes de la vida que le ha tocado vivir. Triste y decrépito regresa a Méjico. No, no es un ídolo de pedestal; es “un ídolo humano”. Para mí, tiene mucho más mérito del que me imaginaba. Aunque no le vea más, le seguiré admirando.
Al ser Instructor de Vuelo, tenía la documentación reglamentaria para pilotar y, durante los últimos años- bastantes- disfrutaba haciendo vuelos rasantes sobre las ciudades de Caravaca, Cartagena, Archena, Alcantarilla y, sobre todas, de Ulea. Allí vivían sus padres, sus hermanas con sus familias y todas sus amistades y admiradores; que eran numerosas ya que Juanico, era una persona carismática y querida por todos los uleanos. Al oír el ruido de los inconfundibles motores de la avioneta, todos los uleanos salíamos a la calle y alzábamos la vista para contemplar las pericias del piloto en sus vuelos rasantes sobre Ulea. Tan bajo volaba qué, a veces, temíamos que pudiera chocar con las palmeras o la torre de la Iglesia. Tenía tal control qué, cuando sobrevolaba sobre la terraza de su hermana Luisa, le echaba unos caramelos en cuya envoltura figuraban la efigie de un avión y la bandera española. Su precisión era prodigiosa ya que, a pesar de las escasas dimensiones de la terraza, todos los caramelos caían en su recinto. En una ocasión, de la que tengo constancia, al sobrevolar sobre Ulea, enarboló una pancarta, sobre la cola de la avioneta, que decía: “Te quiero, Ulea” Siempre solía dar dos o tres pasadas, generalmente, sobre el cauce del río, con el fin de volar lo más bajo posible. Tan cerca le contemplábamos que veíamos el saludo de Juanico y su mueca de sonrisa; ambos gestos correspondidos por todos los uleanos. Una anécdota que se hizo popular en Ulea: “todos los trabajadores que se encontraban en la huerta, alzaban la mirada, sonreían y saludaban sombrero en alto”. Las mujeres enarbolaban sus pañuelos. Dos uleanos, íntimos amigos, fueron en varias ocasiones acompañantes en esos vuelos rasantes. Se trataba de Pedro José Palazón Yepes y José Antonio Cano Tomás. A las pocas horas, tras dejar su avioneta en el hangar, regresaba, a Ulea, con sus asiduos acompañantes.
Todos exclamábamos susurros de admiración, no exentos de sorpresa y pánico. Su intrepidez nos llenaba de orgullo y satisfacción, como si Juanico fuera algo nuestro- verdaderamente le habíamos adoptado como distintivo patrimonial de todos los uleanos- Él era sabedor de nuestros sentimientos; y nos lo agradecía.
Al ser nombrado Presidente del Gobierno Felipe González Márquez, en el año 1982, se instruyó una diligencia en el Consejo de Ministros qué, tras ser aprobada en el Parlamento, se consiguió la homologación de todos los servicios militares prestados al Ejercito Español, por todos los ciudadanos españoles; incluidos los del bando republicano. Como consecuencia le fueron reconocidos todos los servicios tras su llegada de Rusia, desde su inicio, en el Ejército de Aviación, siendo nombrado, en dicho momento, Teniente Coronel de Aviación, con sus emolumentos correspondientes, teniéndole que abonar, con efecto retroactivo, la diferencia salarial que recibía como miembro de la Benemérita. Nunca dijo la cantidad que le pagaron pero, cuando le preguntaban, se limitaba a responder: “un pastón”.
Aunque se jubiló de Guardia Civil, a los 50 años, tanto cariño le tenía a la Benemérita, que siguió abonando las cuotas correspondientes destinadas a engrosar los fondos de los “Huérfanos de la Guardia Civil”.
Estando en la reserva como Teniente Coronel de Aviación, fue ascendido a Coronel, galardón que ostentó, hasta su fallecimiento el día 14 de mayo de 1996, a los 77 años de edad.
En un momento de su sepelio, un gran amigo de Juanico le dedicó una sentida poesía. Decía así:
Al Coronel de Aviación Juan Salinas
UN HOMBRE BUENO
Juan Salinas se ha ido
En silencio, sin molestar
Como siempre ha vivido
Sin hacerse notar
En mi alma, muchos recuerdos
De su inmensa bondad
Su sonrisa de hombre bueno
Su gran generosidad.
Recuerdo mi primer vuelo
A su vera, sin pensar
Me sentía seguro
Sin saber lo que es volar.
Siempre le tuve a mi lado
Sin tenerlo que buscar
Sus consejos siempre sabios
Por haber vivido más.
Dos grandes amores tuviste,
La familia y el volar
Aunque lejos; muy lejos fuiste
Tú supiste regresar
A esta tu tierra murciana
Donde descansas en paz
Mientras tu alma viajera
A buen seguro estará
Volando en el Paraíso
En un avión celestial
14 de Mayo de 1996
Francisco Ortuño Mirete