POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
En todos los confines del planeta tierra, desde tiempos remotos, los escolares y niños pequeños, hemos aprovechado cualquier espacio libre, con el fin de entretenernos; participando en pandilla en juegos populares.
Recuerdos de mi infancia- allá por la década de 1940 a 1950- me traen a la memoria aquellos recreos escolares, cuyo tiempo ocupábamos en efectuar juegos infantiles, que eran populares y, por consiguiente, estaban al alcance de todos los pequeños.
Sí, «jugábamos al gua» en cualquier espacio abierto, teniendo la precaución de no utilizar las calles estrechas ni los lugares por donde pasaran caballerías ni vehículos rodados. Los días escolares, jugábamos en las cercanías de las escuelas; «bien en la plaza mayor o en el callejón de las balsas».Allí acudíamos con los bolsillos llenos de bolas- también llamadas canicas, o bien unas bolsas pequeñas, cuya boca atábamos con un cordel, con el fin de que no se salieran las bolas y se nos perdieran.
En el juego del gua participábamos dos o más niños, en esa época las niñas no se mezclaban con los niños para casi nada, y menos para jugar. Como he dicho con anterioridad, el agua se juega con bolas o canicas (en Alemania le llaman kuicher, que significa «bolas para jugar los infantes»). En otros países sudamericanos se les denomina «boletas», en México se les llama «cuicas», etc. Este juego se ha practicado en todo el mundo, desde que el ser humano descubrió objetos redondos capaces de rodar.
Para poder jugar se hacía un hoyo en el suelo- llamado gua- con una profundidad de unos 4 a 6 centímetros. Generalmente estaban hechos desde fechas anteriores y, si no, se horadaba en ese momento.
Para comenzar a jugar, se trazaba una raya, distante del gua entre 3 y 5 metros. A continuación, los jugadores participantes lanzaban sus bolas o canicas desde el gua hasta dicha raya, con la finalidad de determinar el orden de salida de los participantes. El comienzo lo efectuaba el jugador que más cerca de la raya había depositado su canica. Además, el jugador que iniciaba, tenía el privilegio de imponer las reglas del juego.
En dicho momento del juego, los participantes lanzaban sus bolas intentando introducirlas el gua y, desde allí, siguiendo el orden del juego comenzando desde el más cercano al más distante, lanzaban sus canicas sobre las de los demás. Colocando su bola sobre el interior de los dedos índice y corazón y propulsándolas con el dedo pulgar.
Entre la bola del tirador y la que golpeaba, debía quedar la distancia mínima de un pie siempre, la medida, era el pie del tirador. Aunque esta medida era distinta en cada región en Ulea, efectivamente, era la de un pie. La tirada, si no se fallaba, se hacía en tres fases: primera, media, segunda, o pie y, tras tutear la bola, regreso al gua. Si así ocurría ganaba la bola del abatido y continuaba; si no fallaba. Al fallar, perdía el turno y continuaba el que había quedado en segundo lugar y, así, sucesivamente, hasta que quedaba un único jugador.
Recuerdo que, casi todos los niños, llevábamos una bolsa de trapo, en donde guardábamos las bolas que, unas eran metálicas, otras de cristal y, las más corrientes, de arcilla. Con frecuencia, llevábamos las manos llenas de tierra y sucias, por lo qué, antes de regresar a la escuela o nuestras casas, nos íbamos al brazal del algarrobo o del matadero, a lavárnoslas, ya que, los maestros, nos pasaban revista de manos tras el recreo y nos castigaban con severidad a los que las llevábamos sucias. También en casa, nuestros padres, nos pasaban revista de manos y ropa, antes de sentarnos a la mesa, a comer.