POR HERMINIO RAMOS, CRONISTA OFICIAL DE ZAMORA
Sayago es poesía, su geografía es un gigantesco y rico filón, en el que el alma del poeta que además ha nacido en el mismísimo corazón de ese filón encuentra abiertas todas las posibilidades por dar rienda suelta a su pensamiento, atormentado por la inmensa riqueza que lo envuelve. Su vida fue la poesía y nos basta para llegar a esa conclusión los dos tomos editados en los que nos encontramos con más de mil páginas en las que podemos perdernos en la inmensa grandeza y fluidez de su inspiración, atrapada por las inquietudes de su juventud y las ricas aportaciones de esos recuerdos y ese amor inquebrantable a su tierra.
Para Justo Alejo, esos recuerdos estaban enriquecidos y envueltos en la túnica verde de su esperanza cultural que le enriqueció y muchas veces le hizo dudar. Él seguía impasible y tenaz y ahí está su obra llena de inquietudes y de aciertos.
Nos conocimos en aquella célebre cafetería de la Plaza Mayor a la sombra de la torre de San Juan, El Rosi, en la terraza de verano en la que Faustino Rosi nos deleitaba y trataba con afecto y simpatía. Allí comenzó una amistad regulada siempre por las vacaciones de verano y lo que la prensa y las colaboraciones nos ofrecían hasta la llegada de su triste final. Ese lugar, hoy desaparecido, fue testigo de largas y muy ricas conversaciones y temas del momento, llenos de expectativas y, por qué no decirlo, de sueños. Porque hablar largo y tendido con Justo era terminar con algún proyecto que saltaba de repente en la conversación, tal era su vitalidad creadora que sorprendía siempre.
Tengo en mis recuerdos una nota oscura en aquella carpeta que sus amigos vallisoletanos me entregaron con material para dedicarle el trabajo que mi cese como delegado de Cultura frustró. Conservada en mi poder la carpeta se me reclamó para una tesis doctoral. La entregué y nunca he sabido nada de tal trabajo, ni por supuesto de la carpeta.
Nos basta para conocer a Justo Alejo estos dos tomos de su obra, auténtica revelación de su intuición, su inspiración y fuerza creadora que nos lleva a trasladarnos casi sin darnos cuenta a esos paisajes silenciosos desde la encina centenaria y señorial al roncón solanero y apacible donde se gesta y nace casi sin darse cuenta la vida de ese mundo cargado de inquietudes, de aspiraciones y de sueños que solo de cuando en cuando llega a ver la luz. Justo Alejo vio esa luz que nos ha dejado reflejada en su obra poética.
Fuente: http://www.laopiniondezamora.es/