LA ADORABLE PIEDAD ESCONDÍA UN TERRIBLE SECRETO • SE CUMPLE MEDIO SIGLO JUSTO DESDE QUE UNA NIÑA MURCIANA DE 12 AÑOS ENVENENARA, UNO A UNO, A SUS CUATRO HERMANOS
Dic 15 2015

POR ANTONIO BOTÍAS SAUS, CRONISTA OFICIAL DE MURCIA

Autora. La niña Piedad, durante su estancia en el Hospital Provincial.
Autora. La niña Piedad, durante su estancia en el Hospital Provincial.

La pequeña Piedad, a sus doce años de edad, era una niña aplicada. Quizá demasiado. Porque al desholline de la casa se sumaba la limpieza de piezas metálicas, el bordado y el cuidado de sus nueve hermanos, a quienes también, cuando nadie la vigilaba, intentaba asesinar. Y, de hecho, lo consiguió, por desgracia, hasta en cuatro ocasiones. Pero eso se supo más tarde. Mucho más tarde, cuando sus padres ya habían sido detenidos, cuando medio barrio del Carmen exigía someterse a análisis médicos y cuando media España estaba pendiente de conocer cuál era la extraña dolencia que había acabado con la vida de los pequeños, de edades comprendidas entre los nueve meses y los cinco años.

Los hechos sucedieron a comienzos de diciembre en la casa de Andrés Martínez del Águila, en la calle de la Farola del barrio del Carmen. Andrés compartía el hogar con su esposa y sus diez hijos. Era una familia humilde, como todas las que habitaban aquellos bloques.

El día 4 de diciembre se produjo la primera tragedia. La pequeña de la casa, con apenas nueve meses de edad, falleció. Un médico dictaminó, quizá sin demasiado interés, que la pequeña padecía meningitis. Y el luto se instaló en el hogar de los Martínez del Águila. Nadie sospechó entonces que, en los diez días siguientes, también encontrarían muertos a otros dos hermanos, un niño y una niña que apenas contaban con 2 y 4 años de edad.

Los tres fallecimientos conmocionaron a la ciudad. Aunque también inquietaron a muchos, puesto que los tres hermanos habían muerto por orden de edad, de menor a mayor. Este detalle, desde luego, alertó a la Policía. Y al diario ‘La Verdad’, que publicó en sus páginas la noticia el día 15. Ya unos días antes, cuando falleció el segundo niño, de nombre Mariano, el médico de familia encargó diversos análisis, cuyos resultados se conocieron, precisamente, cuando falleció la tercera hija de Andrés. Toda la familia fue ingresada en el Hospital Provincial. Al principio, se creyó que pudieran estar afectados por alguna enfermedad cerebral o por una intoxicación alimentaria.

Los primeros análisis a la familia no dieron resultado alguno. La teoría de la meningitis recobró fuerza mientras todos los niños del bloque donde vivía la familia recibieron tratamiento médico «para aumentar sus defensa naturales», según escribió el entonces redactor García Martínez.

Los Martínez del Águila, pasados unos días, recibieron el alta médica y regresaron a su hogar. Todo parecía normal. Sin embargo, el día 4 de enero de 1966 falleció otro de los niños. Era, por si fuera poco, el siguiente en edad. Y también la pequeña Piedad había sido la última persona que todos ellos habían visto con vida. La niña, a preguntas de la prensa, relataba con soltura detalles que hacían temblar a los lectores. Por ella se supo que la única de sus hermanos que habló antes de morir fue Fuensanta: «Piedad, ven pronto. Me estoy muriendo», suplicó.

Esta cuarta muerte precipitó las investigaciones. La familia volvió a ser ingresada en el hospital. Los médicos advirtieron enseguida de que la enfermedad que supuestamente padecían «no es contagiosa» para atajar los rumores que cundían en la ciudad… Y Piedad, según la prensa, se dedicaba «a bordar pañuelos».

Entretanto, se ordenó exhumar los cadáveres de dos de los pequeños y las investigaciones se impulsaron en la Escuela de Medicina Legal y la Escuela de Toxicología, ambas en Madrid, así como en la Sección de Virología de la Escuela Nacional de Sanidad, entre otras. Todos los medios de comunicación nacionales fijaron su foco de atención en el caso.

El 14 de enero se ordenó el traslado del padre y los hijos al Hospital Psiquiátrico de El Palmar. En el Manicomio Provincial, en la calle Acisclo Díaz, permanecieron la madre y las niñas. Un día antes, por orden del juez instructor, se enviaron a Madrid los cadáveres de los dos primeros niños que fallecieron.

En la ciudad se comentó que el padre, albañil de profesión, estaba siendo sometido a diversos estudios psiquiátricos para determinar si estaba cuerdo. No era un rumor. Porque nadie, al menos al principio, podía creer que la pequeña Piedad fuera la responsable.

La separación de la familia evidenció que las investigaciones se centraban en descubrir quién era el envenenador. En las redacciones de los diarios ya se sabía a aquellas alturas que la Policía sospechaba de los padres. De hecho, el día 19 de enero, la madre, embarazada de siete meses, regresó al Provincial bajo estrictas medidas de seguridad. Y, curiosamente, solo Piedad quedó recluida en el antiguo manicomio.

Por fin, ‘La Verdad’ desveló el caso en su portada del día 21 con un titular antológico. «Cierto: Los cuatro niños, envenenados», anunciaba el rotativo. Y los padres fueron detenidos. A ellos seguiría Piedad, quien, por la edad, quedó a cargo del Tribunal de Menores. Los forenses pronto concluyeron que alguien había suministrado veneno a los niños en su comida.

En la casa del Carmen, además, se encontraron rastros de cianuro potásico y DDT. Estas sustancias correspondían a productos de uso cotidiano como el insecticida Cruz Verde o Neocid, o las pastillas que Piedad empleaba para sacar brillo a los metales. Pese a ello, determinar el responsable de los asesinatos no parecía sencillo. Hasta que a un inspector de la Brigada de Investigación Criminal se le ocurrió tenderle una trampa a Piedad. Mientras hablaba con ella hizo el ademán de echar en su vaso de leche una pastilla de cloruro potásico. La niña, en un acto reflejo, le apartó la mano al policía y le advirtió: «No hagas eso, que puedes hacer mucho daño a alguien».

Aunque más tarde la niña confesó que la madre le había ordenado administrar el veneno a sus hermanos, la Policía concluyó que ella era la única responsable. Quizá por eso mismo: por ser pequeña. Tenía edad para estar jugando con sus muñecas, algo que adoraba, en lugar de atender a sus hermanos. Piedad, por su minoría de edad, quedó ingresada en el centro de Las Oblatas y los diarios pronto olvidaron su nombre sin aclarar del todo los detalles del crimen. Aquella diminuta envenenadora tendrá hoy 62 años. Pero también un terrible secreto que contar.

Fuente: http://www.laverdad.es/

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