POR JUAN LUIS ÁLVAREZ DEL BUSTO, CRONISTA OFICIAL DE CUDILLERO (ASTURIAS)
Con la humildad de un cudillerense -porque «pixueto no soy, que no nací pescador»- y, lo digo sinceramente, con una parte de mi corazón y de mi pasión situada en este concejo hermano de Soto del Barco, quiero resaltar las excelencias de la angula, en cuyo honor se celebrarán en el municipio, durante el próximo fin de semana, unas jornadas gastronómicas con la participación de seis establecimientos hosteleros, cinco de San Juan de La Arena, los restaurantes El Pescador, Escollera, Escondidas, Miramar y Sibarita; y uno de Soto del Barco, el restaurante Ría del Nalón.
Antes de nada, he de felicitar a la organización de este evento por la calidad del producto que siempre ofrecen los participantes y porque tiene claro que Soto del Barco, como municipio turístico que es, no debe estar al margen de este tipo de acontecimientos que hacen que el concejo suene aún más si cabe en Asturias y en España.
Ha de tenerse también en cuenta que este prestigioso festival debería estar en puertas de celebrar su 25.º aniversario, concretamente en 2009, ya que el primero tuvo lugar en 1984. Pero, debido bien a la escasez de capturas de la materia prima protagonista de las jornadas o a su alto precio, o a ambas cosas, se suspendió en cuatro ocasiones. Habrá, pues, que esperar a 2012 para festejarlo por todo lo alto.
Hablar de la angula es hablar del Soto del Barco marinero y pescador, que, como tantos otros pueblos de la costa, nace y muere con la marea, es decir, al subir y bajar ésta; del pueblo que en sus entrañas lleva grabada la palabra mar, en unas ocasiones para alegría de sus gentes y en otras para evocarla con tristeza, como es el caso de la trágica galerna de 1961, de la que con conocimiento y emoción nos hablaba hace escasos días, con ocasión de celebrarse el IV Vermú literario de la mar, el periodista Juan Manuel Wes López. Ello es motivo más que suficiente para que Soto del Barco, y más concretamente San Juan de la Arena, conserve en sus entrañas, en su aire, en su latido, en su ser, las más puras esencias del pueblo pescador por excelencia.
Pero vayamos al «grano», a ocuparnos de la angula, reina de estas jornadas gastronómicas.
La angula es la cría de la anguila y uno de los seres vivos más increíbles de la creación. Los miles de kilómetros que viene a recorrer este pez a lo largo de su vida es algo que no tiene parangón en la naturaleza. Pero aún hay más: ningún organismo en período de crecimiento reduce su tamaño, como lo hacen los alevines de la anguila.
El lugar para el desove, que se desconocía hasta el pasado siglo XX, se sitúa en el mar de los Sargazos, entre las Bermudas y Puerto Rico. Allí desovan en aguas profundas y, antes de morir, la hembra produce hasta 20 millones de huevos de flotación libre. Lo de «flotación libre» no quiere decir que se vayan flotando por libre, allende los mares de Dios; qué va. Estas larvas, llamadas leptocéfalas, se dejan arrastrar por la corriente del Golfo en forma de bolas, como si de pelotas de tenis se tratara, y tardan tres años en llegar a las costas europeas. Pero maravíllense, porque ese periplo a lo largo de un trienio le sirvió a la prole de las anguilas para convertirse en gallardas angulas de entre seis y ocho centímetros, que colonizarán los estuarios, en este caso el de nuestro siempre querido río Nalón y, si alguna sobrevive a la trampa de las redes, nadarán río arriba para convertirse en adultas y completar su ciclo vital.
Además, la historia de la angula se puede relacionar a la perfección con la memoria histórica, tan de moda últimamente. Y es que la angula, junto con el salmón y el reo, son verdaderos seres con memoria histórica. Me explico: las anguilas, como antes señalé y todos sabemos, emprenden viajes de miles de kilómetros hasta llegar al mar de los Sargazos. Allí desovan, mueren y las crías retornan el viaje al río donde vivieron sus madres y no a otro. Es, sin duda, algo genético que esta especie lleva en sus cromosomas y que entiendo confirma lo dicho.
La angula fue una especie más bien depreciada y despreciada, tanto que servía de comida para las gallinas. Los pescadores preferían salir a la mar, dejando el hoy denominado oro blanco para los aldeanos o terrestres. Hasta que una mujer de Fuenterrabía, conocida por «Maricuerno», se desplazó a Asturias para comprarla, precisamente en La Arena y en San Esteban de Pravia, y enviarla al País Vasco.
Sucedía esto a finales del siglo XIX y principios del XX. A partir de entonces la fama de la angula fue a más y podemos decir sin temor a equivocarnos que la nuestra supera a todas las del Cantábrico, incluyendo la de Aguinaga, sin que con ello quiera decir que las restantes no tengan calidad. Todo lo contrario.
Es un alimento muy completo y exquisito. Como alimento, tiene los mismos nutrientes que cualquier otro pescado azul, aportando además vitaminas A y B y de forma muy relevante D y B12, algo de lo que la mayoría de los pescados carecen.
Fíjense si es nutriente que cuando se construía el ferrocarril vasco-asturiano -hablo de nuevo de últimos del XIX principios del XX- los trabajadores desplazados en San Esteban de Pravia comían al menos dos veces a la semana salmón y angulas. Y el trabajo era duro.
Y es, sin duda alguna, uno de los platos mejores, de mayor prestigio y, si se quiere, más elitistas de la cocina española. Muy especialmente cuando se hace en cazuela de barro con aceite, ajo y guindilla. Una forma sencilla de cocinar, pero de excelentes resultados.
Aunque la angula se puede degustar de otras formas, siempre deliciosas. Por ejemplo: tartaletas de angulas, angulas con gambas, con cocochas, a la vasca, a la brasa; ensalada de angulas, tortilla de angulas, angulas en hojaldre, revuelto de angulas, pimientos rellenos de angulas, angulas con fabes o con oricios; patata rellena de marisco y angula; bocadito de cherry con queso de cabra y angula al aceite de albahaca; el flamante pincho «Río Nalón», que se compone de bacalao con angulas y salsa al pil pil, y tantas otras combinaciones creadas en un afán de buscarle nuevos sabores, aprovechando las tradiciones locales.
Claro que la angula es un producto que no está al alcance de cualquiera, sobre todo desde que los japoneses mostraron serio interés por la especie, viéndose desde entonces el mercado y los precios desbordados. A Japón llevan las angulas en vivo para los arrozales, consiguiendo un doble objetivo: favorecen el cultivo desparasitándolo y tienen pescado, la anguila, que, por cierto, es uno de los peces de río menos promocionados, a pesar de que la empanada de anguila la conocían los romanos y en los recetarios españoles de los siglos XIV al XVII todos los gastrónomos de prestigio se ocupan de ella amplia y favorablemente.
La angula es, en definitiva, un lujo de manjar. Quienes la han probado, que me imagino serán la mayoría de ustedes, bien lo saben; y quienes no, podrán comprobarlo durante la celebración del Festival gastronómico. Y habrá para todos, aunque escasea. Según datos del Gobierno del Principado, en 2007 se capturaron en Asturias 2.150 kilos, por un importe de 962.000 euros. Y del total de capturas, 686 kilos corresponden a la Cofradía de San Juan de La Arena, 410 a la de Cudillero y el resto, fundamentalmente a los pósitos de Ribadesella y de Bustio.
La angula, ateniéndonos al acróstico de sus letras, podríamos decir que tiene:
La A, de Anguila, como no podría ser de otra forma, porque una hija debe ser siempre bien agradecida con la madre.
La N, de Necesaria, para el sustento de las familias que directa e indirectamente dependen de tan preciado manjar.
La G, de Gula, porque apetece en exceso. Dos cazuelas, mejor que una, y tres, mejor que dos.
La U, además de Universal, de Única, porque es difícil que exista otra especie comestible tan diminuta y de tanto valor a la vez.
La L de Lista, porque tiene la virtud de escurrirse, poniéndoselo muy difícil a los anguleros, pagando las consecuencias, dada su escasez, los consumidores.
Y la A de nuevo, de Admirable, por su increíble y sorprendente comportamiento y ciclo vital. Y, quizá no lo sepan, de Afrodisiaca, virtud descubierta recientemente y que afecta a ambos sexos. El inconveniente es que, para que haga efecto, han de degustarse un mínimo de 300 gramos diarios, por persona, claro. ¿Merecerá la pena…?
Pero que la visita al concejo de Soto del Barco no quede en lo gastronómico.
Después del almuerzo, es recomendable hacer una buena digestión; y para ello, nada mejor que recorrer las extraordinarias rutas que el término ofrece, tanto en el interior como en la costa.
Admiren los espectaculares paisajes panorámicos que se contemplan desde donde nos encontramos, antaño palacio de La Magdalena, hoy convertido en señorial establecimiento hotelero y hostelero; desde el Cantu de La Peña o desde El Castillo.
Paseen con sosiego por La Ferrería, por Riberas, por La Corrada o por Ponte, algunos de los lugares más mágicos y cargados de historia del municipio.
Asómense a los miradores de la playa de los Quebrantos y de la punta del Pozaco.
Y observen la isla de La Deva, situada a unos 350 metros de la costa, el mayor de los islotes costeros de la región, de gran interés paisajístico y biológico. Hago un paréntesis en la visita porque me toca la fibra sentimental al hablar de esta isla, ya que está muy vinculada al Cudillero pescador de donde procedo, puesto que en la villa «pixueta» cuenta la tradición que los recién nacidos no vienen de París; los niños vienen de la peña El Rebeón y las niñas de la peña La Deva; y no los trae la cigüeña, sino sus padres en las baldas cuando regresan al hogar, tras la jornada o jornadas en la mar. Accedan hasta Ranón y, en el cementerio, ante la tumba del querido y recordado padre Aquilino Tamargo, depositen un humilde ramo de flores y entonen la salve marinera. Y en San Juan del Puerto de La Arena, en cuya fundación, allá por 1447, tuvo mucho que ver Alfonso Pérez del Busto, acaso pariente lejano de quien les habla, den un paseo por la playa de los Quebrantos y por sus calles, y admiren los singulares edificios que en el pueblo se conservan, entre ellos el de La Casona, de 1911; el de Conservas Lis y las casas de Chalín y de Marina Morán, de principios del siglo XX; la rula, de 1917; la iglesia parroquial, de 1909, y El Sanatorio, de finales del siglo XIX, muy ligado al gremio de mareantes.
Efectuadas las visitas, está claro que hay que reponer fuerzas, por lo que les sugiero que regresen a cualquier otro restaurante a cenar, degustando otro de los menús del Festival de la angula.
Y que todo redunde en una buena digestión, pues como escribió Quique Amado:
«Que quien sabe alimentase
sólo morirá de vieyu,
si non tien la mala suerte
de sufrir un atropellu»
Con la humilde sencillez de un cudillerense, con una parte de mi corazón y de mi pasión situada en este concejo hermano de Soto del Barco, ensalzo este festival de la buena mesa de la mar, que es el de la angula, como antes lo hice con el del pixín y el de la merluza del pincho, lo que me lleva a manifestar lo siguiente:
En Cudillero, merluza.
rape en Muros de Nalón;
y si se trata de angula,
Soto del Barco y La Arena,
que nadie lo ponga en duda,
lo mejor sin parangón.
Fuente: http://www.lne.es/