LA ARQUITECTURA COMTEMPORÁNEA EN EXTREMADURA. PUESTA EN VALOR, SIMBOLOGÍA Y NECESIDADES CONSTRUCTIVAS (2)
Ago 05 2021

POR JOSÉ ANTONIO RAMOS RUBIO, CRONISTA OFICIAL DE TRUJILLO (CÁCERES).

Edificio La Giralda Badajoz

Este tipo de arquitectura dio lugar a hablarse de “revival” porque se construye a imitación de los diferentes estilos históricos anteriores, conociéndose como neos y denominándose: neobizantino, neogótico, neorrenacentista, neobarroco, etcétera. En España, resurgieron, con el deseo de encontrar nuestra identidad, nuestras costumbres y como fiel reflejo de la sociedad, los estilos medievales, donde el neogótico ocupó un papel especial. Especialmente en el último tercio del siglo XIX, después de la I República, momento en el que la iglesia mantuvo buenas relaciones con el Estado. Otro estilo que tuvo gran proyección fue el neomudéjar, inspirado en la Alhambra de Granada, la Giralda de Sevilla y la Mezquita de Córdoba; implantado como expresión de un valor nacional patrio.

Uno de los pocos edificios que nos llega del arte neorrománico, del Historicismo español, es la basílica de Covadonga; creada por el significado tan especial que Asturias tenía a este estilo. Aunque la arquitectura más sorprendente, como ya se ha dicho, la ha dado el neogótico, con construcciones como: la catedral de la Almudena (Madrid), la iglesia de San Juan Bautista en Arucas (Las Palmas), el castillo de Butrón (Vizcaya), o el palacio de Sobrellanos (Santander). El arte neomudejar también deja el legado de edificios termales, y construcciones como el palacio de Anglada y la plaza de toros de las Ventas (Madrid).

En lo que se refiere a la arquitectura Eclepticista, desarrollada en España durante el siglo XIX, la mayoría de las construcciones no han llegado a la actualidad; a pesar de que, con este estilo, se construyeron edificios para albergar instituciones como diputaciones, ayuntamientos y ministerios; también, estaciones, mercados, teatros, casinos, escuelas, bancos, edificios bursátiles, culturales, kioscos de música, etcétera. Merece especial mención, por su conservación actual, el Arco de Triunfo de Vilaseca y Casanovas, y el palacio de Justicia (Barcelona); el palacio de Comunicaciones, el palacio de Congresos, y el edificio del Ministerio de Fomento (Madrid) -hoy en día actual Ministerio de Agricultura, con patios cubiertos por estructuras de hierro y cristal-; y el Teatro Arriaga (Bilbao), entre otros.

Entre los grandes arquitectos europeos de la época, que proyectaron con este estilo, hay que destacar a: Joseph Paxton, Charles Barry y Augustus W. Pugin (Inglaterra); a Viollet-le-Duc y Charles Garnier (Francia); y a arquitectos españoles de la talla de Federico Aparici, Narciso Pascual Colomer, Antonio Palacios y Joaquín Otamendi.

Aunque estas construcciones se llevaron a cabo con el empleo de los materiales tradicionales, como la piedra, el ladrillo y la madera, a mediados del siglo XIX se ponen en valor otro tipo productos innovadores para la construcción, como el hierro y el cemento Portland. 

Con estos materiales se construyen diseños conservadores, como los ya descritos, a la vez que surgía un incesante afloramiento de diseños novedosos o industrializados. Estos nuevos modelos arquitectónicos se idearon gracias a la ingeniería; surgida para representar el paso entre el pasado y el presente, y embarcarse en tres grandes campos de actuación: el nuevo concepto de dimensionamiento de los edificios con una nueva estructura metálica, la creación de cubiertas de hierro y cristal, y la aplicación del hierro en los puentes.

Se fomenta así la utilización de columnas de fundición de hierro para reducir la ocupación de muros de mampostería, y aportar mayor espacio útil a las construcciones. Las cubiertas de hierro y cristal, iniciadas en el siglo XVIII, alcanzarían mayor protagonismo en este nuevo periodo, con edificios de varias plantas que necesitaban estar despejadas. Periodo en el que este tipo de construcciones genera una topología amplia y variada, desarrollada plenamente en el siglo XIX con diseños como: invernaderos, mercados cubiertos, grandes almacenes, estaciones ferroviarias, e incluso instalaciones para exposiciones.

Como ejemplo de grandes exposiciones están: el Palacio de Cristal (Londres) construido por Joseph Paxton, para la Gran Exposición de 1851; La Galería de Máquinas (Paris) de Louis Dutert y Víctor Contamin, y la Torre Eiffel (Paris) de Gustave Eiffel, como diseños especiales para la Exposición Universal de Paris de 1889. Este tipo de obras combinan el gigantismo arquitectónico, con el que se asocia a la industria y comercio, con la confianza optimista hacia el futuro progresista.

A imitación del Palacio de Cristal, también se diseñaron y construyeron, en España, otros palacios de cristal. Los dos ejemplos más notorios son: el Palacio de Cristal del Retiro, y el Palacio de Cristal de la Arganzuela, situados en Madrid. Ambas obras fueron construidas con perfilaría de hierro recubiertas de planchas de vidrio.

Además de estas grandes obras, en Inglaterra, especialmente, se ejecutaron otros edificios en los que se aplicaron métodos de construcción modernos, como: el Museo de artes prácticas (1856) de Londres, conocida poco después como “las calderas de Brompton” hasta su desmontaje; los astilleros de Sheerness” (1860) de Kent; los almacenes Gardner’s (1856) de Glasgow, donde ya se expresaba modernidad, y prueba de ello es que se hizo constar en una reseña del “Illustrated London News”, en marzo de 1956:

Este edificio presenta un carácter sorprendente, y sea en cuanto a la novedad del proyecto o a los materiales […] Las dos fachadas están compuestas íntegramente con fundición y lunas de vidrio de fabricación británica[…] Una de las características generales del edificio[…]es la ligereza de la construcción, que hace posible una buena iluminación natural, unas plantas diáfanas y la facilidad de su subdivisión para adaptarse a distintas clases de inquilinos.(13)

Estos hechos desgranan la importancia del vidrio pulido en las nuevas construcciones, a efectos de ampliar la escala y trama de los edificios; permitiendo, de este modo, la configuración de un mayor número de plantas y que estas sean abiertas, y, a su vez, permitan una disposición flexible de los tabiques no portantes.

En 1850, el francés François Coignet desarrolló una técnica para reforzar las estructuras reticuladas de hierro, que consistía en embeberlas en hormigón. Esta nueva técnica se puso en práctica en una villa, en Saint-Denis (1853), y, posteriormente, con la iglesia neogótica de Le Vésinet (1864). Pero seríaFrançois Hennebique quien “transformó el hormigón armado en un sistema de construcción convincente”(14), llevando a efectos su patente en 1892; logrando, de este modo, el reconocimiento del hormigón armado como un material de excelente calidad.

Por otro lado la enorme demanda que empezó a tener el acero propició una incesante evolución, para adquirir una gran resistencia en la década de 1870, con la creación del acero dulce. Con este, se lograrían mayores luces y soportarían mayores cargas las plantas de los edificios. Estimulándose la construcción de edificios más altos hasta dar forma a lo que hoy en día se conocen como torres. Al frente de la construcción, de estos rascacielos, se colocaron los EE.UU. de América. Un arquitecto inglés, Alfred Bossom, afincado en EE.UU., contribuyó, en buena medida, en la construcción de estos primeros rascacielos norteamericanos. El mismo, en su libro “Building to the skies”, aclaraba lo siguiente:

La construcción de rascacielos no es un juego de niños, sino una vocación extremadamente arriesgada. Las consecuencias negativas para los nervios, la fortaleza física y la resistencia fisiológica son incesantes. De los operarios especializados…pocos llegan a pasar cinco años sin tener un accidente grave.(15)

Bossom describía que los trabajadores iban equipados con impermeables, botas altas de goma, y sombreros de marino. Se colocaban lonas impermeabilizadas y se encendían braseros para mitigar los problemas de la lluvia, la nieve, el viento y las bajas temperaturas. 

En cuanto a los oficios, seguían, en mayor o menor medida, los mismos a los que ya existían, aunque se emprendería una etapa de distinción entre mano de obra del taller o fábrica respecto a la de obra. En las obras intervenían ingenieros y/o arquitectos, albañiles, carpinteros, vidrieros, orfebres o herreros, canteros, montadores… aunque la debilitación gremial, producida en el siglo XVIII, como consecuencia del desarrollo de la industria moderna, se vio reflejada, en el siglo XIX, en una creciente proletarización del trabajo obrero. Poco tiempo después se produciría un movimiento obrero, que acabaría organizándose en sindicatos y partidos políticos.

Las alturas que venían permitiendo conseguir los nuevos materiales, demandaron nuevos avances de los equipos de trabajo. De este modo, a partir del siglo XIX, se desarrollan las “primeras grúas de hierro”(16), a las que, poco después, se unirían una serie de aparejos más consistentes que las cuerdas de fibra natural, como son los cables de alambre. En el año 1851, se produce una nueva concepción respecto al levantamiento de cargas, al ser elevadas mediante una grúa accionada con vapor; sustituyendo a la entonces funcional treadwheels o rueda con tracción humana.

En cuanto a los medios auxiliares, las cimbras adquirieron un nuevo impulso, al comenzarse a estudiar el cálculo de la cimbra, y la forma de cimbrado; con el fin de ahorrar material y otorgar mayor facilidad de ejecución. Así, en el año 1822, Boistard realizó una descripción detallada de la cimbra empleada en los puentes, debido al interés de la época en mejorar la construcción de arcos y bóvedas, y que se vio reflejado en los tratados de la época.

Los encofrados también tuvieron un importante avance a partir del siglo XIX. Fue el siglo en el que los encofrados, hechos principalmente de madera, evolucionaron para adaptarse a cualquier parte del edificio y de las construcciones civiles, donde se utilizase el hormigón armado; adquiriendo diversas formas según los encofrados fuesen verticales, horizontales, e incluso personalizados. Parte de culpa, de la evolución de los encofrados, se atribuyó a los ingenieros de la École des Ponts et Chaussée (17) de Francia, por su tradición a la construcción con tapiales, y a los arquitectos que insertaron la mentalidad de olvidarse de los adornos, y de “no ocultar la estructura” (18).

Otros medios auxiliares, como los andamios y las escaleras, mantendrían características similares a los periodos anteriores, y utilizaban, como materia prima principal, la madera, a partir de la cual se formaban: montantes, travesaños, largueros, peldaños.

La centralización de las fábricas productoras de los materiales empleados, con producción seriada y que acabaría siendo normalizada para ofrecer mayor calidad al material, junto al continuo aumento de kilómetros de ferrocarril –unos 4.000 km. en el año 1866-, fue ganando terreno en el transporte de los materiales. Los carros, tirados por caballos o bueyes, seguían empleándose para pequeñas distancias, y para aquellos lugares donde el ferrocarril aún no había llegado. Otro acontecimiento destacable fue la incesante creación de carreteras “17.544 kms. en el año 1868”(19), que mejorarían notablemente el transporte de las carrozas, e impulsarían la evolución de la máquina de vapor y de nuevas alternativas; así, Jean Lenoir, en el año 1859, inventó el motor de combustión interna, con motores más ligeros que los de vapor pero con igual potencia; aunque su desarrollo pleno no ocurriría hasta la disposición de gasolina y de otros derivados del petróleo. En el año 1880, Nikolaus Otto inventó el motor de gasolina, y en 1897, Rudolf  Diesel, su versión de gasóleo.

Las cimentaciones de las construcciones Historicistas solían ejecutarse en forma de losas, zapatas corridas, o zapatas individuales, extendiendo hormigón con piedras y cal, o con fábrica de ladrillo, sillares… reforzados, en ocasiones, mediante una serie de “pilotes prefabricados, de madera, de hierro, o de hormigón armado y con rosca”(20); escrupulosamente diseñados tras años de estudios y de puesta a punto. Cuando las cimentaciones no se realizaban sobre canchales, y cuando éstos tampoco requerían empleo de explosivos (dinamita), se excavaban a mano, con vaciados de profundidad variable según la calidad del suelo y la escala de la edificación; de forma similar a lo que se venía haciendo en épocas pasadas pero con mayor presencia de equipos de trabajo, como la máquina excavadora y perforadoras, accionadas a vapor. “Las cimentaciones a realizar en terrenos pantanosos, se ejecutaban con hormigón hidráulico y cajones sumergidos”(21).

La ejecución de pilares, muros y alzados en general, se llevaron a cabo con los mismos recursos que se empleaban en los épocas pasadas, con la diferencia de poderse emplear, además de los materiales tradicionales, el hierro, el cristal o el hormigón; en sus formas más variopintas, y alcanzado alturas de construcción jamás concebidas. El descubrimiento de la corriente eléctrica, por Alessandro Volta (1800), y de Humphry Davy (1809) en la descarga gaseosa, se convertirían en la base de la soldadura de metales; en el año 1885, Bernados y Olszewski, patentaran la soldadura(22), generando calor para hacer una fusión localizada y unir piezas metálicas. Este hito, posteriormente más desarrollado, se convertiría en un método esencial para las uniones de pilares y vigas y, en definitiva, para el levantamiento de estructuras metálicas. Los medios auxiliares seguían siendo los mismos hasta los entonces conocidos; las cimbras y los encofrados se entrelazaban, en la mayoría de las obras, junto a los andamios y escaleras de mano. 

Para la elevación de cargas, cuando las piezas o materiales no podían remontarse por los trabajadores, al subir por las escaleras, se empleaban las grúas de hierro, en las que el accionamiento mediante vapor estaba, cada vez, más extendido.

Los avances tecnológicos de la época, y el mayor conocimiento y perfeccionamiento de los recursos disponibles, permitieron, en la construcción de las cubiertas, rebasar límites hasta entonces impedidos; empleando, además, materiales estancos frente a la penetración del agua por gravedad. Fue un periodo en el que los nuevos materiales, como el hormigón, el hierro y el cristal, comenzaron a definirse, en la ejecución de las cubiertas de los edificios para convivir con los materiales clásicos, como el ladrillo, la madera, la piedra y la teja. Siempre que la técnica lo permitiera, cualquiera de estos materiales, creados en sus respectivas fábricas, servirían para construir, mediante una combinación lógica, cubiertas abovedadas, cúpulas coronadas, o las clásicas cubiertas de tejas. De este modo, las cimbras, hasta entonces imprescindibles en la ejecución de las cubiertas, fueron desestimadas con materiales como el hierro y el cristal; en cambio, en el resto de materiales, e inexcusablemente el hormigón, seguiría siendo un medio auxiliar fundamental, hasta que estos consiguieran la resistencia y dureza apropiada para su autosustentación.

Dada la escasa atención recibida por la historiografía a la siniestralidad laboral, “en este siglo no se puede cifrar un número concreto de accidentes laborales”(23), ya que hasta la creación de la Ley Dato (Ley de Accidentes de Trabajo del 30 de Enero de 1900) no se tiene un registro documental de siniestralidad laboral. A pesar de ello, no está de más decir que los avances tecnológicos que se adquirieron, con la Revolución Industrial, no tuvieron gran aportación en la mejora de las condiciones de trabajo de dicha época. 

En el siglo XIX se entendía que los AA.TT. eran responsabilidad única del propio trabajador; salvo falta muy clara, y muy grave, del patrono o empresario, “a los condicionantes clásicos de peligro (caídas a distinto nivel, caídas de objetos, aplastamientos, temperatura, carga física…) se sumarían aquellos otros fruto de la evolución tecnológica”(24), derivados de: seguridad (electrocución, explosión…), ambientales (contaminantes, y el aire), psicosociológicos (conocimientos, y estabilidad laboral), y organizativos (carga física y carga mental). Condicionantes que, junto a la inexistencia de protecciones ni medidas de prevención, serían causantes de numerosos AA.TT. graves y mortales, y notorias EE.PP.

La caridad cristiana y la piedad burguesa se juntaron en un afán de “curar las heridas físicas y morales” que los trabajadores sufrían como consecuencia del trabajo que realizaban(25). Así, nacen y se organizan asilos, casas de refugio, hospitales u hospicios. Un ejemplo de institución creada es el Asilo de Inválidos del Trabajo de Vista Alegre, creado por RD el 11 de enero de 1887.

Sin embargo, fue un periodo en el que comienzan a repuntar los primeros mecenas de la PRL En España, el médico, catedrático de Higiene y miembro de la RAE, Pedro Felipe Monlau, redactó un informe, en el año 1847, con el título “Elementos de Higiene Pública o el Arte de conservar la Salud de los pueblos” que evidencia la necesidad de protección social debido a la penosa situación del obrero. Uno de los párrafos, de este informe, es el siguiente:

Muchas son las habitaciones insalubres; pero las de la clase pobre, y por consiguiente las de los obreros, lo son todas[…], todas ellas son además, o muy bajas (y privadas por consiguiente de luz y calor), o muy altas (y expuestas, por lo tanto a los rigores de las temperaturas extremas, del viento, etc.), y siempre reducidas en demasía. Por manera que el aire que respira el obrero en su casa es casi tan impuro como el que respira en el taller.  Cuando la ciencia pide de doce a catorce metros cúbicos de aire por individuo […], hay casas en las cuales el inquilino ocupa una habitación donde apenas encuentra de tres a cuatro metros cúbicos de aire respirable. Yo digo que debe prohibirse el alquiler de semejantes habitaciones. Es una industria culpable el especular con el primero de los bienes que dio Dios al hombre, con el aire que respira[…] La insalubridad[…] no llama la atención hasta que no se tocan las consecuencias, hasta que una epidemia cualquiera viene a advertirnos.  Inconvenientes higiénicos que aún encuentro más acentuados en las fábricas y talleres […]; entrad en una filatura de algodón, por ejemplo, y al punto sentiréis un olor desagradable y cierta constricción en la garganta […] Conté 178 individuos, entre oficiales y aprendices, que cómodamente sólo podía contener unos 25; era de noche, los mecheros de gas ardían desde las cuatro de la tarde; la ventilación era casi nula; a los pocos minutos tuve que salirme medio asfixiado. ¿Cómo habían de poder gozar de buena salud aquellos infelices que diariamente respiraban por espacio de quince horas un aire por demás impuro?[…] No es extraño, pues, que la estadística, en inexorable lenguaje, nos diga que se encuentra doble número de tísicos entre los obreros que trabajan en fábricas o talleres(26).

Felipe Monlau, en España, fue lo que Percival en Inglaterra, o Villerme en Francia; es decir, precursores de las moderna técnica aplicada de la seguridad e higiene, tras el análisis de las condiciones de trabajo y sociales del momento, relacionados con el exceso de horas, el alcoholismo, o el salario, entre otros condicionantes.

A Monlau comenzarían a secundarle otros como Joaquín Solarich, quien, en 1858, estudiaría y analizaría los peligros derivados del trabajo de los tejedores. 

En 1873, coincidiendo con la I República Española, se consolida el movimiento obrero y se crean las primeras manifestaciones, y las primeras Sociedades Obreras. En una de las manifestaciones de Barcelona, ante más de 20.000 personas, se convocó un mitin, en el que se reclamaba lo siguiente:

Queremos el establecimiento de la enseñanza obligatoria en todo el grado posible. La instrucción tan necesaria para el obrero. Queremos que rijan en los talleres y fábricas condiciones higiénicas, que la salud del obrero así lo exige. Queremos evitar lo posible el triste espectáculo de ver a los niños perder su salud en trabajos impropios de su edad. ¡Menos horas de trabajo y más salario! ¡Salud y emancipación social(27).

También en el año 1873, el entonces Ministro de Fomento, E. Benot, aprobó la maltrecha Ley española de AA.TT., conocida como Ley Benot, sin apenas aplicación, pero que permitió, en 1883, que se realizara una encuesta sobre las condiciones de trabajo en las industrias españolas, que, posteriormente, debería haber servido, a los gobernantes, para hacer frente a los problemas que acarreaban los AA.TT. y las EE.PP.

Otras Normas destacables fueron un RD de 5 de diciembre de 1883, que promovía el estudio de la mejora de las condiciones sociales en las clases obrera; la Orden de 28 de junio de 1884, sobre la protección de trabajadores afectados por EE.PP.; y un RD de 11 de abril de 1886, sobre el Nuevo Pliego de condiciones para la construcción de Obras Públicas. 

En ámbito europeo fue destacable la creación, en Francia, en el año 1875, del cuerpo de inspectores de trabajo, mediante una Ley que regulaba la higiene y la seguridad en el trabajo; y la creación, también en Francia (París), por Emil Muller, de la Asociación de Industriales contra los AA.TT., donde los empresarios estaban obligados a contribuir con una cuotaa cambio de asesoramiento y ayuda en materia de PRL. En Alemania, en el año 1884, se aprobó la cobertura obligatoria, por parte del estado, de la invalidez por AA.TT. y EE.PP. Y en Portugal se aprobó la primera Ley específica en Seguridad y Higiene en el Trabajo, con incidencia sobre la Construcción Civil.

Por otro lado, la Iglesia Católica, también fue consciente de las dificultades del trabajo y de la explotación del hombre, y elevaría su voz en defensa del trabajo y de la dignidad del hombre. El Papa León XIII, en 1891, hablaría, en su Encíclica Rerum Novarum, sobre la situación de los obreros: 

La autoridad pública debe tomar las medidas necesarias para proteger la salud y los intereses de la clase obrera, dado que el trabajo constituye un acto de la persona, revestido por ende, de una dignidad superior, por lo que los trabajadores deben beneficiarse, entre otras cosas, de las convenientes condiciones de salubridad que el puesto de trabajo ofrezca, debiendo eliminarse aquellas que atenten a la dignidad y saludo del operario que se encuentre a su cargo… el descanso festivo es un derecho del trabajador que el Estado debe garantizar.

Como colofón de los guiños realizados a la PRL, en el siglo XIX, se debe citar el III Congreso Católico Nacional de España, celebrado en Sevilla, en el año 1893, en el que se habló, entre otros temas, de la fatiga física; incluyéndose lo siguiente: “Debe reconocerse el derecho al descanso semanal ya que renueva las fuerzas físicas del hombre y conforta su espíritu para que pueda continuar su tarea con más vigor. Aumenta la fecundidad y eficacia del trabajo y la perfección de los productos e impide la depreciación de los salarios”.

Estos acontecimientos se llevaron a cabo entre profundos conflictos políticos, donde la monarquía absoluta, de primeros de siglo, se vio forzada a ser constitucional, para poder aguantar, durante gran parte del siglo XIX, la revuelta republicana.

La sociedad del siglo XIX tuvo la contienda de continuar con la densificación de las ciudades, y la desaparición de los pequeños pueblos y aldeas; las casas, paulatinamente, irían siendo sustituidas por pisos. También fue una época en la que la diferencia de clases seguía siendo muy acentuada; la Nobleza, el Clero, la alta Burguesía, los terratenientes, y otros tantos Jefes Militares, fueron todo un bloque dominante de una sociedad mayoritariamente formada por campesinos, pequeña burguesía, el proletariado y los excluidos socialmente. Mientras unos tenían en propiedad viviendas de varias plantas, que las destinaban bien al negocio, o al ámbito familiar, con grandes salones, confortables habitaciones, servicios higiénicos, y abastecimiento de agua potable, en cambio, la sociedad más desfavorecida, u obrera, sobrevivía en casas de claras deficiencias energéticas, insalubres, ausentes de baños, e incluso de agua corriente.

Desde finales del siglo XIX hasta principios del XX (año 1920, aproximadamente), se desarrolla en Europa una nueva etapa para el arte en general, y para la arquitectura en particular; el Modernismo. Este estilo vino a representar la transición de la arquitectura decimonónica a la arquitectura del siglo XX, con la idea de innovación, novedad y proyección de futuro, y con el anhelo de poner en valor el trabajo artesanal, con los avances tecnológicos hasta entonces conseguidos frente a la falta de estilo del siglo XIX y la deshumanización emprendida por la producción industrial en el siglo XVIII. 

La arquitectura modernista, o Art Nouveau para los belgas y franceses, trataba de concebir una ciudad agradable, elegante, moderna y alegre; fruto de una burguesa con un fuerte componente ornamental, inspirado en la naturaleza, la flora y la fauna. Esta admiración por la naturaleza no se limita a la decoración sino, también, a la planta y a la estructura del edificio; concebido como un organismo vivo coherente en todas sus partes.

La clave estaba en la inspiración libre de referencias históricas, de la Edad Media, con el regreso a un arte bello y personalizado, pero sin rechazar los nuevos materiales y la técnica. Las características más habituales se basaron en dar forma al sistema estructural y decorativo, inspirados en elementos vegetales entrelazados; con un claro predominio, en países como España, Bélgica o Francia, de la línea curva, las formas ondulantes, la disimetría y la estilización, frente a las líneas rectas, la simplificación y la geometrización de las construcciones, de países como Inglaterra y Austria. Se produce así, una arquitectura libre e imaginativa que trata de despertar los sentidos de quien la percibe.

Pero este tipo de construcciones no estaban al alcancen de cualquiera. Generalmente fueron construcciones creadas para la alta burguesía; las cuales demandaron obras tan variopintas como comercios, librerías, mercados, etcétera. Esta circunstancia acabaría por ser la decadencia del estilo modernista a partir de la tercera década del siglo XX, ya que no había surgido para resolver las necesidades de estandarización que pedía la producción industrial moderna ni el problema de la vivienda social.

Esta nueva forma arquitectónica, que dio gran importancia al diseño, desarrollaría la figura del diseñador; dando sus primeros pasos en Bélgica, de la mano de arquitectos como Van de Velde y Victor Horta. La casa la Bloemenwert, de Van de Velde, con una decoración claramente modernista, es considerada como la primera construcción ejecutada con este nuevo estilo. Victor Horta, considerado como el más puro de los modernistas, descubre las posibilidades del hierro para darle forma a la forja. De él son grandes obras como la escalera de la calle Paul-Emile Janson (Bruselas), múltiples kioscos de hierro, y bocas de metro lujosamente decoradas, las casas Tassel, Solvay, y del Pueblo, el palacio de Bellas Artes (Bruselas) y el Gran Bazar (Fráncfort).

De Francia, destacan arquitectos como Hector Guimard, quien singularizaría las entradas del metro de Paris con formas orgánicas en hierro, y obras como la Maison Louis Colliot, o el Palais León Nozal 1902. En Austria, sobresalieron arquitectos como Otto Wagner, con obras como la Majolikahaus, y Joseph M. Olbrich con el palacio de Sezesion. En Holanda, Hendrik Petrus Berlage, y en Inglaterra arquitectos como William Morris y Charles Rennei Mackintosh, también fueron grandes modernistas de la época, con planteamientos muy originales. En concreto Mackintosh, con su estilo sobrio en los exteriores, le valió para ser el precursor del racionalismo; uno de los diseños más simbólicos fue la Escuela de Arte de Glasgow.

En España, el Modernismo se manifestó, sobre todo, en Cataluña. Lluis Domenech i Montaner, en el año 1878, ya definió la arquitectura modernista, con el artículo “En busca d’una arquitectura nacional”, publicado en la revista “Reinaxença”. 

Todo anuncia la aparición de una nueva era para la arquitectura, pero preciso es confesarlo, nos falta aún un público de un gusto y de ideas afirmadas, nos falta un público al cual la enseñanza del dibujo decorativo en las escuelas o la práctica en la apreciación de obras artísticas le den un sentimiento artístico(28).

De él fueron obras como la Casa Lleó y el Palacio de la Música, que se construyeron en Barcelona. Pero el arquitecto que pasará, en la historia de España, como el más imaginativo y original del estilo modernista es Antonio Gaudí. Gaudí dispuso, en sus obras, una decoración exterior desbordante, donde las curvas y contracurvas, y las luces y sombras, y las figuras de la naturaleza, fueron determinantes en la mayoría de sus construcciones. Obras como la Sagrada Familia, la Pedrera y el Parque Güell, en Barcelona, son una buena parte del legado que nos deja este genio de la arquitectura naturalista.

Respecto a los oficios, no existieron grandes cambios respecto a los siglos anteriores. Los ingenieros y arquitectos fueron quienes gestionaban las obras, con amplios conocimientos técnicos desde un punto de vista artesano, y sin perjuicios para rechazar cualquier falsificación en la preparación de los elementos primarios que se iban a emplear. Junto a estos, estaban los albañiles, carpinteros, vidrieros, orfebres o herreros, canteros… y el equipo de montadores, quienes, desde su aparición en la Revolución Industrial, fueron adquiriendo mayor peso en la ejecución de las obras.

Podemos destacar en Extremadura edificios como el edificio “La Giralda” de Badajoz, de estilo regionalista andaluz, de Abel Pinna y Martín Corral; el Mercado de Abastos de Don Benito, el casino de la Granja de Torrehermosa con múltiples y ricas expresiones artísticas de vanguardia, acompañadas con las corrientes filosófias y culturales que dejarán huella en los arquitectos. Podemos destacar las plazas de toros, como las de Trujillo, Cáceres o Mérida por citar las más antiguas de Extremadura. Esta última, obra de Ventura Vaca,  cuya obra se inserta en las corrientes propias de la época, desde  el modernismo hasta el eclecticismo (es obra suya el edificio de las Tres Campanas de Badajoz, que podríamos definir de estilo Francés Segundo Imperio; no obstante, en su interior desarrolla una notable arquitectura de hierro). Vaca, aunque en lo formal se mantenga acorde a la tradición, será en los detalles decorativos donde experimente novedades de un modernismo que llega a Extremadura de forma tardía.

Toda la provincia pacense está jalonada por edificios diseñados por Ventura Vaca. De entre sus obras, cabe destacar la remodelación del Palacio de la Diputación Provincial, en colaboración con su colega Tomás Brioso; la construcción del Casino de Badajoz, junto a otro aventajado arquitecto local, Morales Hernández; el pedestal de la escultura en honor a Moreno Nieto, también en Badajoz; la casa del Marqués de Solanda de Zafra; el Mercado de Abastos de Calatrava; el Grupo Escolar Trajano de Mérida; el Palacio de Justicia, la Cárcel y la Casa Hospital de la Caridad de Almendralejo, y la casa de Doña Mariana en Llerena (hoy habilitada como Hospedería).

Los arquitectos e ingenieros llegaron a utilizar cualquiera los materiales de construcción que hasta entonces eran conocidos; desde la piedra labrada y el ladrillo, hasta el hierro y el vidrio. Las combinaciones, entre los materiales, no obedecían a reglas generales fijadas de antemano, sino a los particulares fines que sus proyectos persiguieran. En cambio, la elaboración de los distintos materiales se cuidaba con suma atención, según los principios tradicionales más estrictos, a fin de conseguir determinadas texturas y calidades. Junto a los materiales clásicos, también se empleaba la cerámica, la porcelana, el barro cocido y los escayolados árabes. 

El hierro fue muy empleado para la forja; adoptando cualquier forma. La madera, otro de los materiales empleados desde la antigüedad, también ocupó su lugar en la arquitectura modernista, al trabajarla con exuberancia hasta conseguir formas recargadas en las que predominaba la curva lineal o superficial. Al igual que con el resto de materiales la madera se empleaba como estructura y revestimiento.

Durante las dos décadas del siglo XX que duró, prácticamente, la arquitectura modernista, la evolución tecnológica llevó a cabo nuevos avances en la fabricación del hormigón, incrementándose, en mayor medida, su puesta en escena junto al acero; el hormigón armado se convertiría en un material ineludible en las obras de construcción.

Con los progresivos avances tecnológicos y la evolución de los materiales, las construcciones no solo crecían en altura sino, también, en volúmenes y luces entre otros elementos soportes. A modo de ejemplo, el Jahrunderthalle, o Palacio del Centenario, en Breslau (actualmente Wroclaw, en Polonia), construido en 1913, obra del ingeniero Trauer, puso de manifiesto las posibilidades técnicas de los equipos de trabajo y de los nuevos materiales como el hormigón armado, al levantarse un enorme espacio interior, de estructura moderna, garantizando que “fuese un testimonio de la cultura de nuestra época, incluso después del paso de los siglos”(29); la enorme escala de la estructura vista de hormigón armado, con todas las huellas del encofrado, le convertiría en un edificio innovador e importante de aquella época.

Aquellas primeras grúas de hierro, fabricadas en el siglo XIX, accionadas con vapor para el levantamiento de cargas, evolucionaron, en estas primeras décadas del siglo XX, como consecuencia de los “conocimientos eléctricos y mecánicos de los aparatos de elevación. El propio conocimiento implicaba la preocupación por: la seguridad y el ruido”(30). En este nuevo siglo florecen los primeros diseños de grúas más estables y resistentes, con controles de basculamiento, frenos, transmisiones, rodamientos y, en definitiva, un sinfín de mejoras que permitirían elevar cargas con mayor seguridad.

Edificio Torre Badajoz

Sobre el sistema de cimbrado fueron décadas que, impulsadas por un periodo precedente donde el descubrimiento del hormigón armado tuvo gran influencia en la corriente moderna, favorecieron el análisis y estudio de este medio auxiliar, a fin de mejorar la estabilidad y resistencia, y, también, en su diseño; creando estructuras auxiliares de acero, menos pesadas que las de madera y más fáciles de montar y desmontar.

La evolución de los encofrados tampoco sería menos en estas décadas. Descubierta la cualidad de adoptar posiciones verticales y horizontales, para ejecutar paramentos o forjados, rectos o curvos, a principios del siglo XX tuvieron una ligera evolución al incorporar elementos como: planchas de encofrados, puntales.

Los andamios y las escaleras tuvieron unas características muy similares a los periodos anteriores. Aunque la madera seguía siendo la materia prima principal, el acero se incorporaría al proceso de producción de los diversos elementos como: montantes, travesaños, largueros, peldaños…

Las fábricas productoras de los materiales de construcción, se asentaban en los lugares más favorables, y se verían favorecidas de las mejoras del sistema de transporte. A partir del año 1900, el ferrocarril quedaría relegado a un segundo plano; “la carretera (gracias a la mecanización de los vehículos) va a ir recuperando paulatinamente el poder preponderante en el sistema de transporte terrestre, que le había sido arrebatado en la segunda mitad del siglo XIX”(31). En año 1908, existían en España más de 40.000 km. de carreteras y caminos que favorecieron la progresiva generalización del nuevo vehículo de tracción mecánica, o motor de explosión, convertido en el sistema de transporte más habitual para el desplazamiento de los materiales de construcción; acontecimiento que empezaría a sustituir a las tradicionales carrozas tiradas por caballos o bueyes.

Con la creación de los grandes edificios modernistas, de construcciones muy pesadas, las cimentaciones, a primera instancia, crecerían de magnitudes; lo que representaría un problema de espacio y del proceso constructivo. De este modo, se idearon nuevas cimentaciones, compuestas de hormigón reforzado de hierro; en un primer intento se utilizaban los rieles de los ferrocarriles, pasando, posteriormente, por vigas I de acero, hasta descubrirse, finalmente, en la primera década del siglo XX, un modelo más eficiente que, en la actualidad, sigue empleándose y que se conoce como hormigón armado.

Con este nuevo material se ejecutaron: losas, zapatas corridas, o zapatas individuales, en sus más variadas formas. Las máquinas de perforación y excavación, accionadas por vapor, en poco tiempo pasarían a ser desbancadas por el brillante motor, más eficiente, de tracción mecánica.

Para la construcción de alzados, en los primeros años del siglo XX, comenzarían a vislumbrarse los beneficios de los avances conseguidos en la elevación de cargas, con máquinas más eficientes y seguras. Los sistemas de acceso y las plataformas de trabajo, al emplearse materiales como el acero, irían reduciéndose en espacios y peso, tratando de facilitar el montaje y desmontaje además de ofrecer mayor resistencia y estabilidad. Estos recursos servirían para mejorar la fase de elevación y distribución de los materiales.

Las cubiertas de las construcciones modernistas también fueron objeto de importantes avances, ya que era una época en la que cualquier material conocido podría adoptarse como cubierta. No obstante, se caracterizó por el raciocinio de los materiales y por el empleo de aquellos materiales que permitían la estanqueidad al viento y al agua de lluvia por gravedad. De este modo, dio comienzo un aumento latente del hormigón, de la teja, del hierro y del aluminio, en detrimento de la piedra, la madera y el ladrillo. Con cualquiera de estos materiales se construirían cubiertas abovedadas, cúpulas, con sus más variadas formas, así como las clásicas cubiertas de tejas. Las cimbras seguían siendo un medio auxiliar imprescindible para cualquiera de esos materiales, como el hormigón, que no fueran de autosustentación inicial. Sin duda, los primeros años del siglo XX fueron primordiales para sembrar las bases de la seguridad en el trabajo. A partir de la Ley Dato se fueron desarrollando una serie de Normas que marcarían un antes y un después en la calidad de vida laboral.

Continuará…..

Bibliografía

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[17]École des ponts et chaussées (traducido: Escuela de puentes y calzadas), cuyo nombre oficial actual en idioma francés es École des Ponts ParisTech (y anteriormente École nationale des ponts et chaussées) fue creada en 1747 bajo el nombre de École royale des ponts et chaussées, y referida a menudo simplemente como «les Ponts». Es la escuela de ingeniería civil más antigua del mundo en funcionamiento en la actualidad, así como una de las más prestigiosas.

[18] Frax y Madrazo, 2010.

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[31] Frax y Madrazo, 2010.

 

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