POR ADELA TARIFA, CRONISTA OFICIAL DE CARBONEROS (JAÉN)
Tal día como hoy, hace dos años, tuve el honor de asistir a un magnífico acto científico en el Aula de Cultura de La Diputación Provincial de Jaén: impartían una magistral conferencia, organizada por la sección de Medicina del Instituto de Estudios Giennenses los doctores Emilio García de la Torre y Dionisio Carrillo. La mesa fue coordinada por el Dr. Rosell. Trataron el tema de la atención a los ancianos.
Hoy nada es igual. Entonces éramos libres. Eso pensábamos. Éramos felices. Pero no lo sabíamos. Se suele valorar más lo que de pierde, por desgracia.
Don Emilio, presidente del Colegio Médico, es una de las miles de víctima del sector sanitario que luchan contra esta nueva Peste asesina, la roja por venir de China. Le llaman Cv19. Se contagió, como tantos. Rezamos para que gane esta batalla. Y le agradecemos su ingente labor al servicio de la ciencia médica.
Antes de esta «Peste Roja», la humanidad fue atacada por otras terribles epidemias pestilentes. Padecimos la Peste Negra y la Amarilla. Nada nuevo hay bajo el sol. Entonces como ahora, ante falta de soluciones científicas y médicas, se recurrió al aislamiento y cuarentenas.
El tiempo hizo el resto.
La soberbia nunca es buena. El olvido tampoco. La historia es una gran maestra.
En estos tiempos de prisión domiciliaria y de pérdida de libertades individuales y colectivas hay más ocasión para reflexionar. Para ser libre interiormente. Y para aprender de los errores.
Lo primero que vamos aprender es a separar el trigo de la paja.
A diferenciar héroes de villanos.
Todos sabemos que los héroes están en el lado de los ciudadanos corrientes, los que no han dudado en arriesgar incluso sus vidas para que los demás sobrevivamos. Si somos un gran país es por eso: por los ciudadanos invisibles. Por los científicos, que trabajan en precario. Por los sanitarios, mil veces ignorados. Por los agricultores y trasportistas. Por las fuerzas de seguridad del estado, vilipendiadas y minimizadas en episodios políticos recientes. Por tantos y tantos trabajadores que ahora son nuestro soporte. Alejados del foco mediático. Mal pagados y poco reconocidos. Hasta que un día ellos, de la noche a la mañana, se convierte en trigo que nos salvará, y dejan ver qué es la paja. Lo que nos sobra.
Por suerte nadie nos puede privar de la libertad de pensar. No siquiera a quienes padecen penas de cárcel se les domestica el pensamiento. La historia lo evidencia.
Estoy segura de que saldremos juntos de ésta. Y estoy segura de que saldremos siendo más libres. Mas humanos, más buenos y más inteligentes. Esa será la batalla ganada.
Sin embargo la gran tristeza que nos acompañará eternamente es la ausencia de tantos fallecidos, familiares y amigos. Particularmente el dolor por la horrible muerte en soledad de nuestros mayores.
Eran el mejor tesoro que teníamos. Estábamos orgullosos de ser un país que cuidaba a sus viejos. Hoy ya no podremos presumir de ello.
No merecían morir así.
Nos lo dieron todo.
Los ciudadanos con alma
tendremos que aprender a vivir con esa culpa. Los que no saben que somos alma y cuerpo ya los olvidaron. para ellos eran un lastre. Preferirán que nada les recuerde esto. Que no haya señales de duelo. Pero el duelo es inevitable ante lo que ha pasado y está pasando.
Por eso este gran país de ciudadanos libres y pensantes está de luto por dentro. Por eso yo he puesto un lazo negro en mi ventana, para pedir perdón y memoria. Luego, cuando esto pase, qué cada palo aguante su vela. Y que cada conciencia cargue con su culpa. Si lo soporta.
Sí, la humanidad en adelante está condenada a sobrevivir con la carga de sus errores de hoy.
Hemos tropezado en la misma piedra de nuevo.
Lo siento.