POR JOAQUIN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
El otoño marcaba antiguamente la época en la que se efectuaban las últimas labores de la temporada. En esos días del año, marcados por los cambios climatológicos, los ciervos machos ‘berreaban’ reclamando la presencia de las ciervas, que estaban en celo por las proximidades para aparearse. A la vez, coincidía con una fase de la luna que mostraba su cara más pálida (de color amarillento). Por tal motivo, a este ciclo laboral, en los campos se le llamaba ‘La berrea y luna de cosecha’.
A esas alturas de la recolección de los productos agrícolas, a finales de septiembre, en los campos de nuestro pueblo se efectuaban las últimas actividades de la temporada, quedando pendiente, la recogida de una parte de las uvas y toda la campaña de recolección de la aceituna.
Cuando las cosechas del año habían sido bonancibles, en los alrededores de la almazara de los antepasados de la Claudia, se efectuaba una celebración especial en agradecimiento a los conjuros y rogativas para que hubiera una buena cosecha.
Estas rogativas, que tuvieron gran arraigo en nuestra localidad, durante el siglo XIX, contaron con el entusiasmo de los sacerdotes y curas (unos más y otros menos) y el fervor de la mayoría de los uleanos; ya que, la mayor parte de la población, vivía de la agricultura. A la celebración de estos actos festivos, a finales del mes de septiembre, que se efectuaba a primeras horas de la noche, por consiguiente, se le llamaba ‘Fiesta de la berrea y la luna de cosecha’.
Gracias a esos conjuros, había sido un buen año ya qué, aunque cayó granizo, fue escaso y mezclado con abundante agua de lluvia, por lo que no dañó a la agricultura ni al ganado.
Los campos quedaban para pastos de ganados y, los ciervos que empezaban a perder su cornamenta, tras los apareamientos, esperaban a la llegada de la siguiente primavera; para que les volvieran a salir.
Ese tiempo, los labradores lo aprovechaban para preparar los aperos del año siguiente. Todos los fines de año, en la iglesia, se hacían rogativas para que el invierno transcurriera sin plagas, tormentas, heladas ni ventiscas.