POR HERMINIO RAMOS, CRONISTA OFICIAL DE ZAMORA
La historia se repite. El lejano ayer se refería a su propio entorno físico, hoy aquel entorno se ha extendido a la geografía político-administrativa que fue como nació aquel célebre año de 1833.
Estamos viviendo el final de una etapa histórica que hemos llamado Transición, sin saber con cierta claridad hacia dónde vamos, arrastrando todos los errores, desaciertos y desajustes de esa triste creación, destacando de manera singular ese maquiavélico reparto en autonomías que en gran parte responden a viejas enemistades, criterios y caprichos dinásticos junto a situaciones históricas difíciles de entender y ponerlas en práctica siglo y medio más tarde.
Por el este que sale sol de la alta administración de la llamada autonomía, todo está cerrado y bien cerrado. Por el norte, guía y orientación, nada de nada y por el mediodía otra salida de escape. La Bien Cercada está tan rodeada que el tema es para un romance semejante a los de la Alta Edad Media, solo que en este caso concreto no solo cambiaría la indumentaria, también los personajes y hasta el escenario, que de seguro estaría asfaltado.
Está claro que solo nos queda como única esperanza de salida el oeste ese que fue el primer sueño dorado de esa Castilla gloriosa e inmortal. Pero aquí, en medio de esta turba desordenada de siglas, nombres, mucha oscuridad y poco horizonte, los que son menos pierden siempre. Hasta los lobos andan sueltos por esas pocas vías que habían precedido a esta agónica Transición que ha convertido a la Bien Cercada en una tierra de nadie semiabandonada y llena de lobos, salvo que el oeste generoso y abierto cubra esos claros que la incompetencia humana ha fomentado. Triste destino de los pueblos cuando el vivir y soñar del cada día no cuida la realidad del despertar que le espera siempre.
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