POR LA INVESTIGACIÓN LLEVADA A CABO POR RAFAEL SÁNCHEZ VALERÓN, CRONISTA OFICIAL DE INGENIO, SABEMOS QUE ANTONIO Y MIGUEL LIMIÑANA MIRALLES POSEÍAN A PRINCIPIOS DEL SIGLO XX DEPÓSITOS DE VINOS EN LAS PALMAS DE GRAN CANARIA
Una parte del pasado comercial de la capital se conserva en letra impresa en archivos y hemerotecas, recogida en anuarios o en forma de evocadores reclamos que aparecieron en la sección de anuncios de un periódico.
Otra parte no ha tenido tanta suerte. Se perdió para siempre o permanece en paradero desconocido. Me refiero a la escrita por los propios comerciantes, ya sean cartas, facturas o cuadernos donde registraron la actividad de su comercio. Toda esa documentación extraviada hoy es de vital importancia para conocer qué ocurría en el interior de tantos establecimientos ya desaparecidos de los que hoy nadie se acuerda, pero que un día formaron parte de la vida de los ciudadanos de Las Palmas de Gran Canaria. El que escribe los busca incansablemente, y dar con uno de esos documentos no es tarea fácil. Se necesita cierto olfato y altas dosis de buena suerte.
Pero no soy el único que los persigue. El cuaderno que hoy les traigo fue encontrado por Jaime Medina, un lector de Retrografías con el que tengo mucho en común, y no me refiero al don que él tiene en las manos, porque es un artista, un artesano de la caligrafía. Pinchando aquí pueden admirar su trabajo. A Jaime le interesan mucho los antiguos comercios, y estudia sus rótulos y carteles.
Volviendo al cuaderno, lo primero que llama la atención es lo que aparece escrito con tinta azul en su cubierta: “Bodega Las Palmas”. Lo segundo son las fechas de sus páginas, que nos sitúan entre marzo de 1937 y diciembre de 1943. Merece especial atención la miscelánea de papeles sueltos y fotografías que guarda en su interior, y que nos lleva directamente hasta el autor de los apuntes: don Miguel Limiñana Miralles.
Gracias a la investigación llevada a cabo por Rafael Sánchez Valerón, Cronista Oficial de Ingenio, sabemos que los hermanos Antonio y Miguel Limiñana Miralles, naturales de Monforte del Cid, Alicante, poseían a principios del siglo XX dos depósitos de vinos en Las Palmas de Gran Canaria. Un anuncio publicado en La Provincia se repite a lo largo de 1911 y sitúa un primer comercio en el Puerto de la Luz. Lo que no dice es que está en el número 80 de la calle Albareda.
En 1917 su hermano Miguel ya está en la capital ayudándole con los negocios, y ese año aparece un nuevo aviso en el Diario de Las Palmas que nos revela que también tienen una bodega en Triana, 5.
Es muy probable que el cuaderno que analizamos, titulado “Bodega Las Palmas”, perteneciera a la de Triana y existiera otro llamado “Bodega Puerto”.
En 1937, Antonio fallece y Miguel se hace cargo de los negocios, hasta su muerte en 1954. De la miscelánea de documentos, hay uno muy interesante relacionado con el oro de Moscú. Al parecer la población contribuyó a reponerlo. Miguel Limiñana donó “un casquillo muelas”, una pieza dental de 12 gramos de oro.
Luis García de Vegueta, en una de sus maravillosas crónicas de Nuestra Ciudad, publicada en La Provincia el 24 de enero de 1989, recuerda con añoranza la bodega de Limiñana, en la carretera del Puerto, regentada en los últimos tiempos por Ramón, hijo de Miguel. Uno de los lugares en la ciudad donde se celebraban tertulias, y donde la vida se detenía.
Hoy la vida tiene otro ritmo, y transitamos por las calles que nos pertenecen ignorando que un día donde hoy hay una franquicia hubo hace años una sombrerería, una barbería, o en el caso que nos ocupa una bodega. Los viejos comercios son una especie en extinción, y forman parte de nuestra identidad. Escribir sobre ellos es una buena forma de rescatarlos del olvido.
Fuente: https://blogs.canarias7.es/