LA BOTICA
Jun 21 2018

DE JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)

Interior de una antigua botica de pueblo

Estábamos en los albores del siglo XX, cuando Juan Fernández Valiente, padre de Julia y de Rafael, instalaron en su casa de la Plaza Mayor, una barbería y peluquería. Para ello, compró dos sillones giratorios y dos espejos de gran tamaño, adosados a la pared frente a los sillones.

Con los años, Joaquín, el marido de Julia, relevó al patriarca de la familia, en las tareas de afeitar y cortar el pelo a los clientes del pueblo, tanto a niños como mayores; siendo el continuador de dicho trabajo, hasta bien entrados los años 1950.

Es de reseñar que en aquellas calendas, los vecinos no tenían una economía boyante y, por consiguiente, la mayoría de las familias tenían un igualatorio que abonaban generalmente, cuando recolectaban sus cosechas.

Rafael, además de ayudar en la barbería y en las labores de la huerta, era un estudiante aventajado junto a otros jóvenes tales como Isaías Garro Valiente, Joaquín Moreno Sánchez, Damián Abellán Herrera y José Antonio López Garro. Todos ellos, preparados por el insigne maestro nacional de la localidad, Juan José Ripoll.

Rafael terminó sus estudios sanitarios en Murcia y obtuvo el título de «practicante» (así se le llamaba entonces) y, al final de la década de 1920, concretamente 31 de enero del año 1929, obtuvo en propiedad la plaza de practicante, del Ayuntamiento, trabajando junto al médico titular Joaquín López Sánchez-Cortés.

Hicieron, ambos sanitarios, un buen equipo a la hora de velar por la sanidad. Sin embargo, dicho médico observó que allí no había farmacia y tenían que acudir a la vecina localidad de Archena para proveerse de los medicamentos.

Como consecuencia, lo expusieron en un pleno del Ayuntamiento y el Regidor Gumersindo Cascales Carrillo hizo las gestiones para instalar un «Botiquín», dependiente de la farmacia de Archena.

Como el sanitario subalterno era Rafael Fernández Moreno, en él recayó la responsabilidad de regentar dicho botiquín y, desde entonces, el practicante dejó de llamarse Rafael Fernández; se le llamó, hasta su fallecimiento a edad muy avanzada, «Rafael el de la Botica».

Con posterioridad, en el mismo domicilio de la plaza Mayor, se instaló a vivir, Rafael Fernández Moreno y su mujer Concha Ramírez Tomás y, en dicho domicilio  nacieron sus hijas Mari Carmen y Conchita.

Allí, en el mismo salón en donde tenían la barbería y peluquería, instalaron unas estanterías, adosadas a la pared, preparadas para colocar los medicamentos.

Por aquellas fechas, el Ayuntamiento solicitó de la compañía Telefónica, la instalación de un «locutorio público» con sus cables, auriculares, manivela, y las célebres clavijas manuales. Todo un espectáculo

En un rincón del salón, al fondo de la estancia, quedó instalado el locutorio; al que se accedía por cuatro o cinco escalinatas de madera. Dicho habitáculo, con el fin de salvaguardar la intimidad de las conversaciones, fue aislado por medio de unas cristaleras, cerradas herméticamente, y una puerta de entrada.

Así las cosas, en dicho salón, en la planta baja del edificio familiar de  Juan Fernández Valiente y Doña Clotilde Moreno Martínez; padres de Rafael, quedó ubicada «La Barbería-Peluquería»; «El Locutorio Telefónico» y» La Botica».

Además, como es lógico, al costado de dicho locutorio al fondo, se habilitó un pequeño cuartucho aislado del público, para efectuar su tarea de practicante, poner inyecciones y efectuar curas de heridas. Sí, en dicho cuchitril, tenía una mesita con los instrumentos, una pequeña alacena para guardar el material de curas y una silla para que se sentaran las personas que lo precisaran.

Dicha casa, ubicada en el número 6 de la plaza Mayor, fue rebautizada con el nombre de «La Botica de Rafael», en donde se impartían los servicios mencionados.

Es de resaltar que todos estos servicios siguieron teniendo vigencia, hasta la década de los años 1950. Allí trabajaban Rafael Fernández y su mujer Concha Ramírez, además de su hermana Julia y su cuñado Joaquín, como encargado de la peluquería y barbería. Las hijas de Rafael y Concha, Mari Carmen y Conchita, se fueron incorporando a dichas tareas; en especial los servicios de telefonía y de la botica.

A partir de mediados del siglo XX, Rafael, un enamorado de la agricultura, fue delegando en su mujer y sus hijas, para las tareas sanitarias ya que habían aprendido de su padre todos los entresijos de la profesión.

De los pinchazos-conexiones a domicilios, se encargaba Concha (la mujer). Cuando se iba haciendo mayor, acudió a casa a ponerle una inyección a mi padre y tuve la ocasión de contemplarle cansada. Sentada junto a mi madre, con la que tenía buena amistad, nos contaba algunas peripecias de su trabajo preservando siempre el secreto profesional. En esta materia tenía bien aprendida la lección; afortunadamente había tenido un buen maestro.

Como era natural, para efectuar ese trueque de funciones sanitarias, Rafael contó con el beneplácito del médico titular y, por supuesto, del regidor del Ayuntamiento. Ambos fueron sus valedores.

Cerrada dicha «Planta Multiusos» de su vivienda, porque habían cesado en los servicios de botica, locutorio telefónico, barbería y peluquería y, los servicios sanitarios trasladados al consultorio médico, Rafael siguió con sus tareas de la huerta y, Concha, fue dejando su trabajo de forma paulatina de enfermería.

Vinieron a Ulea, nuevos médicos y practicantes, pero a «Rafael el Practicante», fallecido con más de 90 años, se le siguió llamando «Rafael el de la Botica» y, también » Rafael el Boticario».

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