LA BOVEDILLA EN EL PASEO DEL POCILLO
Nov 01 2020

POR EDUARDO JUÁREZ VALERO, CRONISTA OFICIAL DEL REAL SITIO DE SAN ILDEFONSO DE LA GRANJA (SEGOVIA)

El profesor universitario y Cronista Oficial de la Granja, Eduardo Juárez Valero.

Hace ya algún tiempo, perdido entre los legajos del Archivo Histórico Municipal del Real Sitio, tuve la suerte de encontrar una descripción del inframundo que sustenta este Paraíso. En un papel seco y de tinta oxidada, uno de los fontaneros municipales daba cuenta de todas las canalizaciones, registros, tapas, colectores y acometidas existentes bajo los suelos adoquinados de San Ildefonso con milimétrica precisión.

Minucioso en el relatar, este olvidado servidor de lo público tuvo a bien regalarnos un mapa de lo desconocido tan útil como sorprendente. Como comprenderán, fue encontrarlo y poner de inmediato en la pista a nuestra arquitecta técnica, Encarnación Reques, y a Jesús Espinar, señor de las aguas corrientes, manantes y estantes a este lado de la sierra.

Sorprendidos por el hallazgo, les dejé discutiendo si esa tubería discurría por la cobija aquella o entraba bajo la toma contraria a la que supuestamente estaban pensando para, intrigado por una extraña conducción descrita por el anónimo fontanero de finales del siglo XIX, salir de allí en su búsqueda.

En efecto, la descripción del mundo ignoto señalaba una conducción de agua que recorría sumergida la superficie de la primera casa de postas para aflorar en el paseo del Pocillo. Como alma que lleva el diablo enfilé el camino de la vieja tubería, saludando a la carrera a cuantos vecinos me cruzaba. Dejando los restos de la puerta del Horno, caminé pegado a la cerca del Real Sitio unos ciento cincuenta metros hasta que di con la tubería.

Asomando justo frente al pilón que alguno quiso dedicar a Buenaventura Durruti (quién sabe si por lo agradable del nombre de aquel partisano irredento de la España más descarriada) hallé los restos de la, más que cobija, bovedilla tan bien explicada en el viejo informe municipal.

Prácticamente enterrada por la sucesión temporal de capas en que se convierten las aceras de este país, el cielo de la bovedilla asomaba tímidamente sin que nadie pudiera prestar la mínima atención a su ancestral existencia. El ladrillo rojo apagado y la argamasa parda, vieja y descascarillada refutaron en un santiamén la posible relación con la citada pila anarquista. En cuclillas y un tanto confundido, empecé a elucubrar acerca del posible sentido de aquella infraestructura, a simple vista, del siglo XVIII. No mucho, la verdad, pues, con solo girar la cabeza, me vino a la mente el condenado Demetrio Crow.

Y es que resulta imposible no asociar la canalización con el genial ingeniero viéndola asomar frente al edificio que Juan de Villanueva y José Díaz Gamones levantaron entre 1770 y 1772 para albergar la Real Fábrica de Cristales. Tomando el agua que manaba desde el Chorro Grande, el arroyo de las Flores y la ría construida para alimentar el Jardín del Rey por René Carlier, otro ingeniero sin par, Demetrio Crow diseñó una conducción general de aguas que por canalejas y cobijas cerradas en bovedillas alimentaran con su fuerza serrana los ingenios más variopintos al servicio del arte vidriero.

Siguiendo la estela de las canalizaciones empleadas por Ventura Sit y Carlos Sac en la segunda manufactura del Real Sitio, Demetrio Crow proyectó una máquina total que participara en la producción del vidrio de forma integral. Así, discurriendo a través de la bovedilla que acababa de descubrir el que suscribe, el agua conseguía fuerza suficiente para girar los cangilones que habían de mover las tahonas trituradoras de sílices cristalinos; mover el laberinto de engranajes, bielas y articulaciones capaces de pulimentar al tiempo hasta seis espejos; y rotar el eje del piso superior enganchado por correas a los puestos de esmerilado para la talla y decoración de las más hermosas y delicadas copas, jarras, aguamaniles y petacas.

De modo que, bajo una sedosa y fresca lluvia primaveral, me sentí obligado a entrar en el Centro Nacional del Vidrio y deleitarme con el ingenio del Maestro Crow. Tras cruzar los postigos y saludar a Lines y Olga, Juanjo y Diego, artífices de la pirotecnia admirable en el que fuera secadero de maderas de la vieja manufactura, me encaminé hacia la súper máquina de Demetrio Crow, ubicada en la galería baja del gran edificio fabril. Para mi desgracia, sólo hallé silencio donde debería haber encontrado los traqueteos y bufidos propios de un ingenio sin igual.

Lo mismo que ocurriera en la Casa de la Moneda segoviana o en las bombas de agua articuladas por Juanelo Turriano en Toledo, el patrimonio industrial español ha terminado por convertirse en recuerdo de lo que una vez fue, garantía de la pérdida tecnológica en que se ha hundido nuestro presente sin futuro al que arrimarse.

Donde debería haber estado la máquina de Demetrio Crow, si éste fuera un país que comprometiera el pasado con el futuro, tan solo quedan restos arqueológicos ignorados por una falta evidente de explotación museística y docencia dirigida. Ni estudiantes ni turistas llegan a comprender la grandeza de aquel logro que suponía transformar las escorrentías juguetonas de Peñalara y el Reventón en etéreas opalinas esmaltadas con delicadas magnolias y fragantes peonías de las praderas de Navalparaíso.

Como ocurre en la mayoría de los centros fabriles históricos de esta España nuestra abocada a la entrega de servicios terciarios como modelo económico destructor del porvenir, sólo nos queda lamentar su pérdida, deseando que martinetes, batanes, telares, cecas y demás tesoros de la patria innovadora vuelvan a ser inspiración para generaciones inconformistas, incapaces de aceptar que la genialidad quede reducida a una bovedilla desconocida en el paseo del Pocillo.

Fuente: https://www.eladelantado.com/opinion/tribuna/la-bovedilla-en-el-paseo-del-pocillo/?fbclid=IwAR3ZyarDtRMCC9yQ58G4BaLpuGQAcWhEC4ttQ3sIlp_dyBWPFz6GEBKStfY

 

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