POR EDUARDO JUÁREZ VALERO, CRONISTA OFICIAL DEL REAL SITIO DE SAN ILDEFONSO (SEGOVIA)
Es esto del surrealismo algo que ha existido siempre, presente de forma perenne en la historia, y que tuvimos que esperar hasta los años veinte para que André Bretón le pusiera nombre. La mayoría de las cosas han sido y convivido con el ser humano hasta que algún despabilado se cansó de no poder definirlo, poniendo un nombre apropiado.
De haber conocido tal término, seguro que lo habríamos utilizado hasta la saciedad para definir actitudes y hechos históricos de otra manera indescriptibles. Sin ir más lejos, ¿cómo explicar la ocurrencia de Aníbal llevándose un grupo de elefantes por los Alpes? Surrealista. Ninguno llegó con vida a la península Itálica, pero todos celebramos el dislate como una genialidad militar. O María Cristina Borbón Dos-Sicilias, embarazada siendo Reina Gobernadora y viuda, con toda la corte sabiendo que no podía estar embarazada y estándolo, toda la corte mirando a otro lado: surrealista. O Isabel II teniendo hijos con un esposo que no podía tenerlos y reconociéndolos; y, éstos, llamándole padre sabiendo que no lo era. Surrealista. O Estanislao Figueras, primer Presidente de la I República, saliendo del despacho presidencial al despiste, para, al momento, echar a correr a la estación de Atocha y coger un tren, dejando tirado al régimen. Surrealista. O el general Franco declarando el estado de guerra en Radio Canarias el 18 de julio de 1936 sin estar allí, aludiendo a la paz y el entendimiento de las personas, citando el lema de la revolución francesa: libertad, fraternidad e igualdad. Surrealista. O, en un estado laico, media ciudad de Segovia enfrentada con la otra media por la imposición de un duendecillo fruto de la imaginación de los guías turísticos del siglo XIX. Lo dicho: surrealista.
Claro que, nada más surrealista que lo que acabo de descubrir en el archivo histórico municipal del Real Sitio de San Ildefonso. Resulta que, tras la publicación de la constitución de 1876, decidió el consistorio acabar con la resistencia carlista en la población. Para ello promulgaron la ordenanza de desahucio de todos los carlistas del Real Sitio. Parece ser que la mejor manera de acabar con el carlismo en San Ildefonso era echarlos de sus casas, a ver si así pillaban la indirecta. Después de una ardua búsqueda, sólo dieron con un carlista: Ramón Gómez de las Casas. Este vivía en una buhardilla cercana al palacio real. Inmisericorde, el Ayuntamiento ejecutó el desahucio del pobre Ramón. Que la vivienda no fuera suya poco importó. Lo realmente necesario era echar de su casa al opositor político. Lo dicho: surrealista.
Y en estos días de locura pseudo-política colectiva, no dejo de pensar en aquel pobre hombre de ideología confusa y en el renacer de tanta etiqueta trasnochada, arcaica y anacrónica. No se confundan: el surrealismo no existe en política. Ni en la historia. Tan solo en la percepción del que lo contempla, aunque, a veces, pareciera que Bretón y Dalí estuvieran al mando de la máquina del tiempo.
Fuente: http://www.eladelantado.com/