LA CABEZA DE RICARDO RAMOS
Mar 06 2022

POR EDUARDO JUÁREZ VALERO, CRONISTA OFICIAL DEL REAL SITIO DE SAN ILDEFONSO (SEGOVIA).

Ángel González Pieras

No hay ideal que no merezca ser cuestionado, ni cuestionamiento que no conduzca a una idealización. Un servidor, como el pirata de Espronceda, solo se rinde ante la belleza sin igual o ante la verdadera amistad.

La cabeza de Ricardo Ramos

Mi amigo Ángel González Pieras desconfía del idealismo. Fiel seguidor del escéptico Voltaire, Ángel no cree en las ideas que siempre acaban por decepcionar. Ya sea desde el punto de partida, cuando establecen un paradigma que seguir y al que amoldar el presente voluble en que vivimos; o al final del recorrido, cuando la conclusión lacerante termina por desengañar a todo enamorado de la idea, la parte analítica de Ángel, esa que le impide soñar un poco y creer que la idea pueda inspirar un mañana mejor, le confirma la volubilidad de cuanto nos rodea. El Maestro Antonio Fornés, por su parte, defensor de la creencia e hincha de Pascal, se siente a gusto con el concepto definido de partida, con la consecución de un objetivo inicial que nos permita recorrer un camino donde el final ya se espera desde el principio. Así, Antonio puede pasear por la vida admirando ese paisaje ora tremebundo, ora deleznable, confiando en que la capacidad infinita y prodigiosa de la mente humana le permitirá alcanzar ese término augurado con la definición. Sentado en una decepción que le honra, Ángel observa cómo, a buen seguro, Antonio perderá el tiempo, la esperanza y la alegría de vivir al confiar demasiado en lo que podría ser y no en lo que es. Ambos, mirándose en el cruce, creerán en la equivocación del otro y probablemente desecharán la posibilidad de vivir un mundo escéptico de idealismo fraternal.

Un servidor, que admira a toda persona que defiende desde la razón y el respeto sus ideales, creencias y decepciones, no de deja de sorprenderse por nuestra infinita capacidad para encontrar explicación a lo inexplicable que encierra el ser humano; de la fiabilidad que presenta la inseguridad inherente a la conducta social; de lo mucho que hay de creencia en la decepción y el exagerado escepticismo que rodea todo ansiado ideal.

Bien aprendido lo tengo después de gastar eones discutiendo con mi amigo Ricardo Ramos Castro.

De rocoso aspecto, verbo lento y gutural, pose de pilier demasiado castigado por un partido que nunca parece terminar, Ricardo Ramos es uno de los mejores amigos que uno pueda desear. Fiel al compromiso, defensor de la amistad como el único ideal posible, postula su creencia en la honradez y la dedicación hasta el final. Y, cuando digo hasta el final, créanme que no exagero. Hasta el final del tiempo de discusión, del debate, de la beligerancia. Hasta que nadie quede en pie, sobrio, cabal, sensato. Puestos a defender posiciones innegociables, nadie como él. Decididos a llegar a un acuerdo tendiendo puentes, mejor busquen a otro, que este no dejará títere con cabeza, ni cuerda, ni madera, ni traviesa por la que cruzar cualquiera que sea la distancia que nos separe.

Sin ir más lejos, hace unos días, entre compañeros fatigados, amigas inspiradoras, deliciosos y aterciopelados vinos; entre duelos y quebrantos, que diría Cervantes, acabamos por entablar conversación entorno al compromiso, a la lealtad hacia una idea y el conflicto existente entre la defensa de la justicia y la honradez de las necesidades del común y los espurios intereses particulares. Pensando en lo que se avecinaba por el Este, tratábamos de reparar en la condición humana y las miserias que esconde ese larvado idealismo fútil envuelto en pútridas y corroídas banderas. El Maestro Herrerín y Herminio Gas defendían la conceptualización del individuo según la adhesión al ideal social o al egoísmo individualista, ese que se centra en el uno por encima del común, desoyendo los gritos que alborotan allí donde pisa su misérrima bota. Así, en situaciones que exigen en máximo sacrificio, los seres humanos quedarían agrupados en represores o agresores, agredidos, represaliados, violentados y masacrados. Este que suscribe, que siempre anda entre la idea y el descreimiento, Pascal al despertarme y Voltaire en la merienda, tuvo la ocurrencia de tildar al resto no incluido entre tamañas y nefandas categorías de colaboracionistas, desatando la furia invencible que vive dentro de la cabeza de Ricardo Ramos.

Imprudente que es uno en esto de hablar a destiempo, sabedor de que en toda discusión hay que conocer a los ponentes, dio pie a una diatriba interminable alrededor de la decencia humana y el derecho a claudicar cada uno en su casa y que dios se las apañe en la de todos. Sentados durante horas de iracunda e irreconciliable controversia, de interminables tragos de vino enardecedor y apasionados sorbos de cerveza, fuimos incorporando a todo el que por allí asomaba para terminar por convertir un discurso historiográfico en una ponencia humanitaria digna de la asamblea general de las Naciones Unidas.

Sin embargo, llegados al punto final, ese que impone el dueño de restaurante por respeto a los trabajadores, a la decencia y a lo cansino de una batalla dialéctica de chichinabo, esas que, por cierto, definen la vida y la honra de la humanidad, saliendo de la Posada de los Embajadores, justo enfrente de donde una vez vivió el embajador del reino de Portugal, caí en la cuenta de lo necesarias que son cabezas de rocalla granítica como la enarbolada por mi amigo Ricardo Ramos. Que, en esto de aprender de la vida, de asumir los compromisos y defender las posiciones, a veces es preciso un adoquín irrompible que no haya razón alguna capaz de moverlo. Sea uno idealista, conformista, descreído o escéptico; siga el camino feliz e interesado, confiado en el devenir, aunque devenga en miseria, como hace Antonio Fornés; se quede uno a la espera de que el acaso futurible confirme el pesimismo innato que las consecuencias de lo humano conllevan, según acostumbra Ángel González Pieras; sea uno como fuere, este humilde Cronista siempre preferirá poder agarrarse a un descomunal y pétreo bolo de esquisto segoviano que prevenga el despeñamiento, pues, en el momento de rendir cuentas, será la amistad verdadera lo que habrá de prevalecer y perdurar. Y esa, queridos lectores, sí es una idea por la que luchar y caminar, creer y decepcionarse.

FUENTE: https://www.eladelantado.com/opinion/tribuna/la-cabeza-de-ricardo-ramos/?fbclid=IwAR1mz_AB_0haNbdAaH24-t4TDdbRAGb46dG9oPdaWv2YeYlA541f3VQiyMY

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