POR CARMEN RUIZ-TILVE, CRONISTA OFICIAL DE OVIEDO
La Cadellada fue un barrio de Oviedo, al principio más una aldea, perteneciente a la parroquia de San Julián de los Prados. Aquel mundo rural, muy vinculado a la ciudad, se fue haciendo urbano. Hace un siglo, La Cadellada, como su vecina Ventanielles, ni soñaba el desarrollo urbano que vino luego. De las seis casas y 21 habitantes que se mantenían vino el cambio drástico cuando, en 1928, se edificó allí el Hospital Psiquiátrico Provincial, que transformó la vida de la zona albergando hasta 200 enfermos muy variados, como variadas son la enfermedades mentales, muy dadas a los nombres eufemísticos. A la vez había bares y casas de comidas y era famoso el bar Casa Faldetes, con pipas de sidra e incluso fábrica de licores, en un tiempo, con la feria de ganados cerca, cuando los visitantes llegaban en charrete. Otro bar célebre fue el París, entre Bermúdez de Castro y El Villar, trasladado luego a la avenida del Mar. Allí, por los veranos, había espectáculos de malabarismo y magia, y cada cual llegaba con la silla de casa. Esenciales por allí eran las tiendas de ultramarinos, en las que se compraban la piña de encender el fuego y la arena de brillar la chapa y todo lo que suponía el avituallamiento doméstico cuando, lejos la tarjeta de crédito, la gente llevaba una libreta en la que el comerciante, quitándose el lápiz de la oreja, apuntaba la compra para cobrar a fin de mes. Así ocurría en Casa Cándida y en Casa la Potera, que servía la fruta al manicomio.
Aquella segunda etapa de La Cadellada tuvo un final desflecado que no terminó con el problema personal y social de las enfermedades mentales. Todo aquel mundo y la vida que acogía desapareció bruscamente para poner en su lugar el nuevo hospital que, venido desde las antípodas, en el Cristo de las Cadenas, da sus primeros pasos de una ceremonia entre la vida y la muerte que tendrá todo aquello como escenario.
El pasado día 3 fuimos hasta allí, como recorriendo un mundo nuevo y desconocido, para recordar a un ovetense excepcional, Eduardo González, Macano, al que tanto se echa de menos. Médico, Macano era ovetense ejerciente y ahora ya tiene calle, desierta hoy, muy pronto bulliciosa, porque conduce al nuevo Hospital. Partiendo de la evidencia de su ausencia, el cielo nos obsequió con una mañana de otoño ventosa y despejada. El aire traía las notas de Verdi, el «Va pensiero» que tanto le gustaba a Macano. A la espalda, el Naranco; al frente, el Aramo; presidiendo el caserío abigarrado de la ciudad, la torre de Catedral, mástil de la ciudad por encima de los edificios y de las torres. La Catedral, silenciosa, lo ve todo y pronto tendrá que ser vigía del Hospital.
La mudanza del Hospital no es noticia menor y va a suponer transformación severa, por lo que ocupa y por lo que deja.
Fuente: http://www.lne.es/