POR MANUEL GARCÍA CIENFUEGOS, CRONISTA OFICIAL DE MONTIJO Y LOBÓN (BADAJOZ).
Cruje el sol en los días finales de julio. El agua de las acequias busca los bancales y los surcos, acudiendo al encuentro con maizales y tomatales. Así es, madurar, cosechar y transformar. Del verde al amarillo y luego al rojo. Las Vegas Bajas, en el verano, son las playas de este oro rojo que se desangra en los surcos y en las tolvas. Bendito seas tomate, oro rojo. La memoria me lleva hoy a las mujeres que pudieron hacerse el ajuar gracias al trabajo en la fábrica.
A comienzos de los setenta, en el momento punta de la campaña, había más de mil personas trabajando y no sólo de Montijo sino del ámbito comarcal. También venían mujeres para trabajar en la campaña, procedentes de la llamada Siberia extremeña (Siruela, Tamurejo, Baterno…), vivían en la residencia habilitada que había dentro de la fábrica, en la que comían y pernoctaban. Y vuelvo a llamar a la memoria: “Cuando pagaban veinticinco pesetas por la caja llena de tomates, que tanto sirvió para ayudar, entre otros, a muchos estudiantes de apoyo para costearse sus estudios”. Más la memoria dicta: “la mecanización acabó con todo”.