LA CAPA MATA
Dic 17 2023

POR TITO ORTIZ, CRONISTA OFICIAL DE GRANADA

En noches de calor como estas, mi abuelo, Rafael Rubio Carmelino, sentado en la mecedora en el patio del viejo Carmen albayzinero, con el botijo de agua fresca a su vera, y aquel soplador de esparto para abanicarse, que también servía para avivar el fuego en la hornilla de carbón, contaba a sus hijos, Rafael, María Victoria y Antonio, viejas historias de muertos y aparecidos, que siempre ocurrían en frías noches de invierno, bajo una lluvia torrencial, y así de tal guisa, parecía que las tórridas madrugadas, se llevaban mejor, a la espera de que la Torre de la Vela, diera el toque de ánimas, y entonces coger valor para pasar a los dormitorios a intentar coger el sueño, que siempre escapaba por la ventana.

Él utilizaba capa española habitualmente, y es posible que ese sea el motivo por el que yo heredé la vestimenta, de la que me siento tan orgulloso, y que hace ya algunos años, me permitió presidir su asociación en Granada. Y de capa va la historia porque, uno de los sucesos que el abuelo contaba, ante los ojos asombrados de sus hijos tenía mucho que ver con tan elegante prenda de vestir. Decía el abuelo Rafael que, a principio de siglo, una tarde de invierno que amenazaba lluvia, dos amigos subieron al entierro de un familiar al cementerio de San José, y acabada la ceremonia, volvieron sobre sus pasos para coger la Cuesta de Los Chinos, pero al inicio de esta, uno le dijo al otro: Un momento compadre, que el que va de entierro y no bebe vino, el suyo viene de camino, así que vamos a tomarnos aquí en el Kiosco de La Mimbre unos macetazos, vayamos a tonterías.

La tarde se fue oscureciendo, el cielo tomó el color de la panza de una burra, y el agua no se hizo esperar. La lluvia copiosa les embarraba los botines y mientras la esclavina de la capa se convertía en surtidor de agua, los compadres seguían bebiendo y bebiendo, porque con la que estaba cayendo, ¿dónde iban a ir? Y claro, con los efectos etílicos, vinieron los retos y porfías. Todo surgió cuando uno le dijo al otro que, era un cagón porque le temía a los muertos, y éste, lejos de amedrentarse, le dijo a su oponente, que en noche cerrada y con el aguacero que estaba calándolos, no sería capaz de subir a la puerta del cementerio y clavar un papel en el que rezara, que no temía a los muertos y no creía en aparecidos.

Al compadre le faltó tiempo para pedirle al camarero un papel, y quitándole el lápiz de la oreja escribió: ¡No me dais ningún miedo! Después solicitó de éste un clavo, un martillo, y encaminó sus pasos hasta la puerta del cementerio. Embozado hasta la frente, con la lluvia en sus ojos y los efectos etílicos en sus ademanes y pensamientos, clavó el papel en la puerta del campo santo, y cuando se disponía a salir corriendo, algo lo sujetó por la espalda, y fue tal el pánico que falleció al instante. En vista de que las horas pasaban y no volvía al kiosco, su compadre y dos camareros subieron a ver qué pasaba, y se lo encontraron muerto en la puerta. Con el nerviosismo, la borrachera y el miedo, no se dio cuenta de que estaba clavando el papel, pero debajo también estaba fijando el embozo de la capa a la madera, así que al intentar huir, quedó fijado a la puerta y el pánico hizo lo demás.

FUENTE: EL CRONISTA

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