LA CARTUJA
Jul 04 2024

POR TITO ORTIZ, CRONISTA OFICIAL DE GRANADA.

La Cartuja, Granada

Los árabes escogieron el lugar, por la riqueza de sus aguas, y consiguiente vegetación, que lo hacían ideal para asentar sus cármenes de recreo. Gonzalo Fernández de Córdova, se encargó de que su vida allí, no fuera tan placentera. Más de treinta años antes de que los reyes católicos tomaran Granada, el monasterio de santa María del Paular, decide construir el de Nuestra Señora de La Asunción, (La Cartuja de Granada). Su Construcción da comienzo al iniciarse el siglo XVI, y El Gran Capitán, cede terrenos para que se edifique el monasterio, dado que, en aquel lugar, las había pasado canutas en una de sus frecuentes escaramuzas contra los invasores, en la que a punto estuvo de ser preso y muerto, Salvando al fin el pellejo, Gonzalo decidió consagrar el lugar al culto católico en agradecimiento, aunque algunos mantienen, que llegó a desentenderse del proyecto, por un cambio en la ubicación del mismo. El paraje es un vergel de frescor en verano, de ahí la predilección de los musulmanes por vivir allí, gracias a las cercanías del cerro de Aynadamar, y su fuente de Las Lágrimas, de rica agua alfacareña. Durante más de tres siglos, el monasterio se fue construyendo, no estando la aventura exenta de vicisitudes, políticas, religiosas y económicas, pero al fin, se pudo cuajar aquí una joya de un Barroco superlativo, de difícil equiparación con otras. 

Obra de trescientos años 

Si solo la sacristía y sus cajoneras, con la taracea más sorprendente que jamás hayamos visto, dicen que un monje tardó cuarenta años en hacerlas, no debe extrañarnos lo prolongado en el tiempo de su fábrica total. El resultado mereció la pena, y aún hoy, cuando nos ha llegado tan diezmada, la joya nos parece deslumbrante. Porque en el lugar, se dieron cita un ramillete de artistas que no suelen coincidir en otros proyectos al estilo. El gran Bocanegra, y Fray Juan Sánchez Cotán dieron lo mejor de sí en una iglesia, cuyo sancta sanctórum, es el prodigio de las maravillas, con su baldaquino de mármol cañonero, para que reine perpetuamente la Asunción de Mora y el techo de Palomino y Risueño. San Bruno preside, la búsqueda de un pez, un perro y una dama. Vicente Carducho, en la sala Capitular dejó su impronta, en ésta estancia de silencio, es donde la orden se hace épica en su militancia religiosa, solo la mirada para comunicarse, y todo entre buenos entendedores, pues nada hay más fiel que un cartujo. 

Ecce Homo 

En el venerable patio monacal, en una de sus capillas de la galería, se conserva la obra más importante de, Jerónimo, Francisco y Miguel, los hermanos García. Se trata de un Ecce Homo en barro, cuyo realismo y buena factura, ha trascendido muy por encima de quienes después de ellos, han querido dar continuidad al arte en barro granadino. Se trata de una joya de incalculable valor, que hemos heredado desde el siglo XVI, que no hace más que enriquecer, todo el continente y el contenido de la Cartuja de Granada, que, de no competir con La Alhambra, sería uno de los baluartes más valorados de nuestro patrimonio. Éste patio de Fray Alonso de Ledesma, con su fuente central, sobreviviente a tantas desgracias y piquetas, conforma el lugar donde el visitante, tras digerir tanta belleza, puede en contacto con la naturaleza, amansar su alma, y comprender la predilección del lugar desde hace tantos siglos, por creyentes de distintas religiones, y dispares culturas. A veces los sitios nos atraen sin saber por qué, vengamos de donde vengamos, y seamos quienes seamos. Existe el magnetismo de los lugares, que llaman al bienestar del espíritu, y sosiego del alma. Durante los años sesenta y setenta del pasado siglo, en el paroxismo de la hipérbole, una mujer sordomuda, enseñaba el lugar a los visitantes, reclamando su atención con gestos y sonidos guturales, sobre aquellas piezas importantes. Entre otros efectos, cerraba la doble puerta de la sacristía, antes de que llegaras a su proximidad, y una vez allí, la abría con gran solemnidad, para que admiraras la bella taracea, y el estuco blanco de paredes y ventanales, que, con la luz del sol, propinaban al lugar, la apariencia de una hermética caja del tesoro, donde la belleza no tiene fin.

FUENTE: CRONISTA T.O.

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