POR DAVID GÓMEZ DE MORA, CRONISTA OFICIAL DE LA PERALEJA, DE PIQUERAS DEL CASTILLO, VALDEPINO DE HUETE, SACEDA DEL RIO Y CARECENILLA (CUENCA).
Como en cualquier zona de un territorio ruralizado, la presencia de construcciones en puntos aislados, desperdigados o apartados de los centro de población, ha sido una constante, y cuyo aspecto o trama arquitectónica ha ido adaptándose a las peculiaridades impuestas por el medio en el que se encuentran.
Alquerías, masías, baserris, cortijos y otros tantos modelos de poblamiento en áreas rurales, son solo ejemplos que nos hablan de esa arquitectura en puntos distanciados de focos poblacionales, que si los analizamos a fondo, al margen de su aspecto o fisionomía, acaban compartiendo una serie elementos en común. Un fenómeno que sucede con las casas de labranza que apreciamos en el territorio conquense.
Estas como veremos, se integran alrededor de una explotación sustentada por un modelo económico agrícola y/o ganadero. Y es que tanto en la tierra de Cuenca como en otros puntos del país, este tipo de hábitats poseen escasos elementos diferenciales que los distinguen de las tradicionales residencias rurales ubicadas en medio del campo.
Aun así, consideramos necesario remarcar su importancia en el pasado en diferentes lugares en los que ya han desaparecido, puesto que complementan una parte de la historia de esos focos poblacionales, en los que la historiografía general ha omitido muchas referencias en el momento de abordar la vida en las sociedades rurales de antaño, y como especialmente en el caso que nos ocupa, en lo que se refiere al ámbito conquense.
El posicionamiento de estos espacios suele ser una loma o zona realzada, que les permite disponer de una buena visibilidad del área que controlan, además de una mínima comunicación con el exterior a través de un camino o senda, junto con la indispensable presencia de agua, gracias a una fuente en el mismo entorno o no muy lejos de este, sumando en su conjunto una serie de factores, que permiten que ese enclave persista generacionalmente. Todo esto, además de una buena disponibilidad de terreno para el desempeño de la actividad económica que sustentará a los integrantes de esa explotación.
Tengamos en cuenta que el tamaño de estas casas de campo puede variar de acorde a las características que ofrezca la explotación, como de la capacidad económica de su propietario. Como veremos entre las gentes del lugar, sus designaciones obedecían a nombres que podían ir variando, donde caseríos o haciendas mayores, eran hitos que de la misma forma están refiriéndose a esa residencia labriega.
No hay que olvidar que el número de personas que podían habitarlas era muy reducido, pudiendo estar compuesto únicamente por una sola familia.
La presencia de un complemento animal en una finca agrícola, o una explotación más importante enfocada hacia el cuidado del ganado, se verá reflejada en el tamaño y cantidad de los corrales, que bien conectados con la zona residencial, o en sus alrededores, serán un espacio indispensable en la génesis y expansión de esas construcciones que sin ningún tipo de planificación, crecían de forma espontánea.
Respecto a la casa de labranza conquense, veremos que por norma general se empleaba material de la zona, colocándose las mejores piedras de sillería en esquinas como puertas de acceso, no sin después dejar lista la vivienda con un característico color blanco, resultado de la cal con la que se cubría la fachada. La existencia de un palomar, cuadras e incluso una zona abierta a modo de patio, eran partes importantes, que iban variando de acorde al tamaño del lugar y capacidad de la familia que vivía en esa residencia.
La planta de la casa no obedecía a un diseño específico, no obstante, de acorde a los casos que hemos estudiado, veremos que estas solían poseer una forma rectangular. Cabe decir que algunas podían proceder de un antiguo villar, que desde tiempos del medievo, debido a la regresión poblacional como por su falta de capacidad de crecimiento, harán que ese enclave quedase prácticamente despoblado.
Sobre este tipo de poblamientos de escasa densidad demográfica, Sánchez Benito ya dedicó un artículo titulado “Términos despoblados en la tierra de Cuenca: un problema de organización y articulación social en el siglo XV (2013)”. En el mismo su autor remarca la importancia y significado de la definición de “despoblado”, sin tener que ser necesariamente un espacio que ha quedado completamente vacío, sino que “el concepto despoblado, es preciso señalar que para que una localidad se considerase jurídicamente como tal no era necesario que perdiese todos sus habitantes y quedase completamente yerma. Como es lógico las propiedades privadas seguían manteniendo todo su valor, las tierras se seguían cultivando en muchos casos y, como tendremos ocasión de comprobar, la mayoría no se vaciaban del todo sino que mantenían unos cuantos habitantes” (Sánchez Benito, 2013, 328). Es decir, un despoblado eran aquellos lugares, con menos de diez o incluso cinco habitantes, donde no había concejo y que perdía la organización espacial (Sánchez Benito, 2013, 329) propia de cualquier núcleo poblacional, por pequeño que fuese.
Sánchez Benito no ignora zonas aisladas, que denomina como granjas o falsos despoblados en forma de asentamientos dispersos, que muchas veces desde el punto de vista funcional en casi nada se diferencian respecto estas antiguas casas de labranza que estamos denominando.
Para nosotros las casas de labranza en el sentido estricto, y que nunca se adscribieron a ningún tipo de asentamiento más grande que el que delimitaba su zona de explotación, guardan un interés especial, no solo por el peso histórico que supondrá su persistencia en el tiempo, sino también por la dureza de la vida que se desarrollaba entre sus paredes. Estos lugares eran prácticamente autosubsistentes, por lo que además de campos y huertas, había zonas dedicadas para la cría de animales, como el palomar, o corrales y cuadras en los que se tendrían cabras, ovejas, cerdos y pollos que los inquilinos aprovecharían para obtener productos. Huevos, queso, leche, además del pan elaborado a través de un horno, y que se construía alrededor de la residencia, eran muestra de esa vida apartada de las casas de los pueblos.
De esta forma, dentro de esa vivienda, veremos cómo se iría manteniendo el sustento de una economía casi autosubsistente, que permitirá a aquellas gentes no tener que acudir a la población más cercana a diario, sino que de modo esporádico, no invirtiendo por ello una cantidad de tiempo constante para desplazarse hasta su lugar de trabajo.
Igualmente tampoco podemos ignorar en estas casas la presencia de bodegas, las cuales muchas veces a través de cuevas que se agujereaban en la zona, eran un complemento que garantizaba la disposición de vino en la vivienda.
Otro espacio indispensable dentro de esa explotación venía a ser la era, además de un punto para la extracción y aprovisionamiento de leña, el cual estaba casi siempre listo, especialmente cuando llegaba el invierno. Todo ello sin olvidarnos de la fuente que brotaba agua de forma regular, y que solía haber no muy lejos de la casa de labranza, además de un punto para la captación de agua, tal y como era al caso de un pozo o cisterna
Tanto en el caso de Verdelpino de Huete, como en Saceda del Río y otros enclaves de la Alcarria Optense, conocemos puntos diseminados en los que la presencia de este tipo de hábitats dispersos, fueron una realidad, que incluso todavía algunas de las personas más mayores de estos lugares han llegado a ver en funcionamiento
La necesidad de tener estos entornos bien vigilados de la presencia de alimañas, como su aislamiento en medio del campo, obligaba a que estas personas contaran con un arma que les otorgara una relativa seguridad, de ahí que aunque históricamente veremos como muchos estudiosos relacionan la posesión de escopetas con familias que gozan de una buena posición económica (por ser la caza una actividad socialmente restrictiva), nada más lejos de la realidad, y gracias por las referencias leídas en diferentes testamentos que hemos consultado en el archivo municipal de Huete, hemos llegado a la conclusión de que la tenencia de un arma de fuego, era algo que iba más allá del estrato social en el que se circunscribía un individuo, de ahí que por ejemplo en casas de labradores con recurso, pero sin ningún tipo de lujos como el caso de las que nos ocupa, la tenencia de estas era más normal de lo que nos podemos imaginar.
Cabe decir que en la documentación de los siglos XVI y XVII, veremos cómo muchos vecinos, en lugar de escopetas, disponían de ballestas (mucho más económicas y fáciles de reparar), puesto que la necesidad de cazar presas para alimentarse, como de proteger el ganado de los ataques de lobos obligaron a su empleo a menudo.
FUENTE: https://davidgomezdemora.blogspot.com/2024/02/la-casa-de-labranza-conquense.html