POR FRANCISCO JOSÉ ROZADA MARTÍNEZ, CRONISTA OFICIAL DE PARRES-ARRIONDAS (ASTURIAS).
El día 9 de mayo de 1908 la Dirección General de Correos y Telégrafos concedió a la villa de Arriondas “una estación telegráfica limitada para toda clase de servicios”, cuya apertura se llevaría a efecto cuando dispusiese de personal. Para ello solicitaron un croquis de las oficinas y de la vivienda para el encargado.
La Corporación había solicitado la estación de Telégrafos un año antes, el 13 de abril de 1907 y se comprometía a pagar a un empleado para repartir los telegramas, así como 15 pts. mensuales para gastos de material de oficina, hasta que dicha Dirección General se hiciese cargo de esos servicios.
Como esta gestión y logro se debió al diputado en Cortes Manuel de Argüelles y Argüelles, la Corporación le concedió por unanimidad un “voto de gracias”, expresión típica de una pública y solemne expresión de agradecimiento.
(Casualmente, -desde el año 1988- la calle donde se encuentra este edificio pasó a llamarse calle Argüelles -por los muchos favores que el citado diputado hizo al concejo-, hasta esa fecha era conocida como calle José Antonio Primo de Rivera).
Y así se abrió concurso para alquilar casa en condiciones para oficina y vivienda del encargado.
Los propietarios de tres edificios presentaron solicitud para que fuesen la sede de Telégrafos en Arriondas y pedían como renta entre 296 pts. anuales el más barato, 300 pts. otro y 450 pts. un tercer inmueble, el de Manuel Junco, quien ofrecía el segundo piso del edificio situado frente a la estación del tranvía.
El Ayuntamiento eligió este último “por reunir las mejores condiciones y bajar el precio a 420 pesetas anuales”.
Telégrafos de Arriondas abrió sus puertas el día 15 de noviembre de 1908 y su primer oficial fue Antonio Sierra, nombrando la Corporación ordenanza interino a Anacleto Fernández con un sueldo de 450 pts. anuales.
Anacleto Fernández -el primer ordenanza interino de Telégrafos- ya trabajaba para el Ayuntamiento transportando bagajes y suministros, incluso alguna vez tuvo él mismo que anticipar el dinero, pues consta que le debían 366 pts. desde 1892, a pesar de que esa cantidad ya la había ingresado la Diputación en aquella fecha.
Anacleto -además de bagajero parragués- hacía un poco de todo y así un día le encontramos recibiendo en la estación a una pobre mujer de San Juan de Parres que había estado cinco años en el hospital y había que buscarle alojamiento en Arriondas o -en caso contrario- llevarla a la malatería de Vallobal.
El Ayuntamiento encargó al cura de San Juan de Parres que buscase a alguien en aquella parroquia que quisiera alojarla en su casa. Todo un reto para una mujer con graves problemas en la piel que la habían retenido hospitalizada un lustro.
De cómo de las manos de este primer propietario Manuel Junco el edificio pasó a manos de otra familia no procede comentarlo en estas líneas.
Manuel falleció en el año 1912, dejando como viuda a Honorina Pando.
Con los años la central de Telégrafos se trasladó a otro edificio cercano (segundo piso sobre el Bar Económicos), y el primer piso del edificio que nos ocupa quedó destinado para oficina de la Compañía Telefónica Nacional de España que se había fundado en el año 1924.
A este primer piso acudimos muchos parragueses para poder hablar por teléfono cuando casi nadie disponía de este servicio en su domicilio.
Allí nos atendían las hermanas Alicia y Esther Pulgar, Josefina G. Cuétara o Delia Vázquez, como antes lo habían hecho Dulce Junco y otras empleadas.
José Aquilino Pando Blanco (que fue alcalde del concejo entre 1925 y 1930 y -de nuevo- entre 1939 y 1942) fue el nuevo propietario del edificio en el que vivió con su familia en su segundo piso.
Tras la Compañía Telefónica el primer piso se alquiló de nuevo y fue su última moradora la familia de Mercedes Caravia Cuevas, donde instaló su primer taller de costura.
El bajo comercial fue utilizado primero por la Fábrica de licores de los Hermanos Castaño, que años después adquirieron las propiedades de Silverio Velasco en la travesía al parque de La Llera que acabó recibiendo su nombre, calle Los Castaños, donde vivieron las tres familias del mismo apellido y tuvieron la citada fábrica de licores.
Los Hermanos Castaño forjaron sus negocios de licores en Arriondas y desde su fábrica exportaban a numerosos países, especialmente a los de habla española, en América. La oferta era muy variada y apreciada.
José, Gerardo, Ludivina Castaño o Alfonso Carrio, fueron algunos de los más significativos miembros de esta familia.
El mismo bajo fue destinado a las oficinas de ERCOA (Electras Reunidas del Centro y Oriente de Asturias) que -en el año 1992- acabaría siendo absorbida por Hidroeléctrica del Cantábrico.
Por último, este local estuvo destinado a un comercio de electrodomésticos propiedad de Roberto Díaz Hevia.
Y en la parte posterior del portal guardaba Luis Ribaya hasta hace poco los materiales necesarios para su dedicación a la fontanería.
…Y ahí sigue el mismo edificio con las iniciales de su primer propietario MJ (Manuel Junco) en la piedra clave, bajo el balcón central del primer piso de su fachada, en espera de su final, bien en forma de derribo o de una muy profunda restauración.
De modo que sus ocho destinos fueron: Telégrafos, fábrica de licores, Telefónica, viviendas, taller de costura, oficina de ERCOA, tienda de electrodomésticos y depósito de material de fontanería.
Muchas veces un edificio en ruinas nos sugiere más cosas que un libro, un discurso, una película, una tertulia o un detallado informe.
Insinúa ideas, ilusiones, añoranzas y proyectos sobre los que en él habitaron y ya no están. Advierte que -tras un pasado de esperanza y vitalidad- todo concluye y finiquita, se consume, se malbarata, se esfuma.
Cita, nombra y evoca a cada uno de los que moraron, amaron, sintieron, gozaron o sufrieron bajo su techo, ahora en decadencia y abandono.
Un edificio en ruinas sugiere familiaridad, compromiso, amistad, confianza, camaradería o lugar de refugio para sus antiguos propietarios, inquilinos, invitados y amigos.
Apunta sentimientos de ternura para los que vieron su primera luz en él y, muchas veces, también la última.
Proyecta contra sus muros -en espera de su derrumbe final- las sombras de los que lo planearon, levantaron y mantuvieron.
Concentra un pasado que ya forma parte del nuestro y se asoma a una inminente desaparición, la cual pudo haber ocurrido ya hace meses pero vive ahora una prórroga temporal.
Este tipo de edificio estimulan la imaginación del espectador en una doble vertiente, como si nos dijesen: hasta aquí fui yo y -en un futuro- será otro.
De alguna manera un edificio en ruinas nos catequiza, sobre todo si lo conocimos con vida.
El noble, político y escritor Francisco Gómez de Quevedo nos viene bien para poner fin a estas líneas:
“Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes, ya desmoronados,
de la carrera de la edad cansados
por quien caduca ya su valentía”.
FUENTE: https://www.facebook.com/franciscojose.rozadamartinez