POR RICARDO GUERRA SANCHO, CRONISTA OFICIAL DE ARÉVALO (ÁVILA)
Es curioso como la sociedad de hoy enseguida encuentra nombres a las cosas y a las situaciones. No es que inventen nada, pero le encuentran denominaciones que en cualquier caso suenan bien, y están cargadas de populismo, pero estas situaciones tan bien retratadas resultan viejas y cansinas para quienes no han dejado de estar cerca, en esta sociedad cambiante y sin norte que confunde el estado del bien estar con tener y poseer sin apenas siquiera comprender el verdadero asunto y valor de las cosas. Resulta sorprendente y sarcástico ver cómo hoy se dan cuenta de lo que estaba anunciado a bombo y platillo, con el abandono de las zonas rurales. Los más mayores recordarán aquellas masivas huidas del campo a la ciudad allá por los años 60, cuando la mecanización dejó millares de manos trabajadoras del agro libres y sin alternativa laboral que salían a Bilbao, Barcelona, Madrid o Valladolid a buscar un puesto de trabajo en las industrias que los poderosos y políticos instalaban tan selectivamente en grandes polos de atracción. O esas emigraciones tan numerosas a Francia, Alemania o Suiza… con lo puesto, como se decía. Algunos volvieron y otros no, solo de visita veraniega. Ahora nos hacemos de nuevas y preguntamos el porqué del abandono rural, pero entonces no pensaron que si distribuían la industria y las inversiones fijarían a las gentes en sus lugares de origen. O acaso es que se estilaba el fomento de grandes urbes en una puja por ver quien crecía más… en detrimento del campo que se disputaba, aún sin quererlo, el ver quien disminuía más.
Y con aquellos abandonos masivos, ¿quién cuidará a agro? los más apegados a la tierra, quienes tenían unas tierras que daban lo suficiente para vivir. Pero que con el tiempo los rendimientos se fueron acortando y los costos alargando hasta el límite, o por la falta de servicios, o la disminución de la renta agraria, y la soledad, han hecho que ya solo queden en los pueblos los mayores que no se han querido ir, y con la normal evolución vegetativa, en poco más de una generación no tendrán más remedio de abandonar. Eso sí luego nos gusta ir cuatro días en verano para quejarnos de la carencia de servicios mínimos que el resto del año solo afectan a cuatro gatos que se han quedado pegados al terruño… Ya no están los padres o abuelos para ir a comerles la matanza… ahora vamos con las ofertas de los grandes supermercados en el maletero del coche… pero ya nada es lo mismo, antes era de gorra y ahora no… ¡que bonitos son los pueblos de visita veraniega! pero que poco queda para que sean residencias veraniegas ocasionales y costosas de mantener “para cuatro días”.
Y con ese abandono el campo, labrado por grandes máquinas que ocasionalmente realizan labores, mucho de ello queda abandonado. Y los montes, otro importantísimo aspecto de lo que comentamos, sin limpiar ni desbrozar que son como un polvorín con apenas una chispa… Este verano está siendo especialmente virulento en muchos y grandes incendios que asolan el ánimo de las personas cercanas, arrasan con todo, con la desgracia de muchos y el ingente trabajo de otros muchos que resulta difícil de cortar el fuego devastador.
He recibido dos misivas, una en la que me decían que no hablaba con profundidad de los eventos culturales, parece que no le gustan mis columnas o no lee todas, que lo vamos a hacer. Otra de un amigo que viviendo fuera de Arévalo, sigue puntualmente la vida y los pálpitos de esta ciudad, y me decía que estaba de acuerdo conmigo en el tema de aquella columna de hace unas semanas sobre el dolor que causa esta “villa vieja” como decían los escritos del s. XVI y envejecida como hoy podemos advertir. Los jóvenes van a otros barrios donde no les vuelven tarumba con tanto permiso e informe, o se van fuera… Dos tristes realidades, la Castilla vaciada y las ciudades históricas vaciadas. Ahora parece el tiempo de reflexión. A buenas horas… Otro día trataremos más.