LA CAZA MAYOR EN EXTREMADURA (SEGUNDA PARTE)
Nov 05 2023

POR VICTOR GUERRERO CABANILLAS, CRONISTA OFICIAL DE ESPARRAGOSA DE LARES (BADAJOZ).

Tratado de monteria del S.XV

El paisaje.

En octubre del año 2000, el convenio del paisaje definía este como la interacción de factores naturales y humanos entre las características físicas del territorio y actividades económicas y culturales llevadas a cabo en él. Al hablar de paisaje cultural, lo entendemos pues como una realidad dinámica.

Nos quejamos con razón de carecer de cultura paisajística, no mostrando interés por nuestro entorno; los seres humanos no somos más que la mitad de nosotros mismos, “despaisados”, según palabra de Ortega y Gasset, vivimos de espaldas a aquel, al que no sabemos mirar ni ver ni escuchar. Pero no hay un yo sin un paisaje y viceversa.

En la actualidad, en Extremadura predominan los paisajes antropizados en mosaico, dominados–entre labrantíos, olivares y acebuchales, matorrales de monte alto y bajo y extensos pastizales -, por encinares ahuecados transformados en ecosistemas. No por azar el lugar central de nuestro escudo lo ocupa un escusón de plata con una encina de sinople fustado.

Lugar destacado en el corazón de los extremeños como escribió José M. Santiago Castelo, enamorado también del fuste y la prestancia de aquellas encinas: “Viviré en los encinares / cuando sólo sea memoria / cuando me borre la historia, / y mis versos sean cantares…. / Por encinas y /olivares / irá vagando mi alma / y al atardecer con calma / de la clara primavera / oiréis mi nombre en la era / y en el rumor de la calma ”8

Las áreas de bosque y monte mediterráneo se hallan distribuidas por toda nuestra comunidad. La que ocupa la mal llamada Siberia extremeña tiene una destacada biodiversidad, obteniendo el 19 de junio de 2019 el reconocimiento de la UNESCO como reserva de la Biosfera. Esta comarca forma parte de las estribaciones más a poniente de los Montes de Toledo, limitando al norte con la de Villuercas-Ibores-Jara, geoparque mundial también por la UNESCO, y al sureste con Sierra Morena. Está surcada por diversas serranías locales, macizos paleozoicos de Navalvillar de Pela y Hornachos, grandes volúmenes de agua embalsada que conforman el mayor litoral de agua dulce de España; cuenta también con algunas masas forestales de repoblación de pinos y eucaliptos, poco aptas como hábitat venatorio; son parajes de singular atractivo visibles desde la cumbre de la sierra del Manzano. Aunque ya poco tengan que ver estos paisajes arbolados con las imágenes primigenias de los bosques y montes extremeños que, durante siglos fueron blanco recurrente de quemas, descuajes y roturas, en sus adentros,–no patente pero sí latente -, palpita aún el alma del humilde labrador o ganadero, creador y conservador de los paisajes, venidos del árbol y de la piedra.

Su huella esculpida a golpe de hacha y azadón ha configurado casi por completo el paisaje actual. Por eso quizás sea ahora un buen momento para, en lugar de someter a juicio crítico sus acciones, evocar su figura como si se tratara de los grandes héroes de los tiempos de los celtíberos. Sí, antropizaron o labraron el paisaje actual con sudor y humildad. Al igual que sus antepasados del Paleolítico, en el fondo no hacían más que pelear a su manera por la subsistencia. Se merecen sobradamente nuestro respeto y admiración.

Miguel de Unamuno, en su conocido viaje por Extremadura en el año 1911, al pasar por Yuste advertía del error de quienes no veían en las tierras extremeñas más que “yermos y pelados parameros, desnudos de árboles, abrasados por los soles y los hielos, áridos y tristes”.9 Durante mucho tiempo los montes ardían por la acción tradicional de labradores y ganaderos, acuciados como estaban por la necesidad de hierbas, pastos, picón y carbón; cierto que ahora se incendian y extinguen por otras razones, cuestión sangrante para abordarla en otro artículo.

La regulación de los caudales de agua de los dos grandes ríos Tajo y Guadiana y sus afluentes y los territorios en regadío han transformado buena parte del paisaje forestal. Sin embargo, a pesar de todo, grandes planicies onduladas, salpicadas de batolitos y cubiertas de encinas, alternan con elevaciones cuarcíticas cuyas laderas se hallan cubiertas por un denso bosque o monte arboriforme y arbustivo –encinas, coscojas, madroñeras, citáceas y ericáceas- y coronadas de enebros y acebuches. Bajo esta cubierta vegetal vive una notable diversidad de fauna cinegética: jabalí, ciervo, gamo, corzo, muflón, cabra montés y arruí.

Otras especies corrieron peor fortuna. El lobo abandonó su hábitat extremeño. También el asno salvaje, encebro o cebro, al que M. Terrón Albarrán dedicó un estudio en su discurso de recepción en la Real Academia de Extremadura. El ilustre montero extremeño hizo un análisis biomorfológico del équido salvaje extinguido probablemente en el siglo XVI debido a la presión cinegética. En la reseña informativa se detiene en el estudio de su distribución geográfica en Extremadura y Portugal hasta su extinción. Fue publicado en Memorias de la Real Academia de las Letras y de las Artes de Extremadura (Guadalupe, Doncel, 1983). Algo parecido ocurriría con los osos de cuyos hábitos migratorios estacionales en la Siberia extremeña se daba minuciosa cuenta en el Libro de la montería de Alfonso XI, escrito por encargo real en la primera mitad del siglo XIV, aunque no sería publicado hasta 1582.

Entonces, y en todos los tiempos, los libros sobre caza carecieron de ornamentación, no incluyendo la descripción del medio; pongamos como ejemplo, entre otros, los relatos del que pudo ser, junto al capitán de montería Pedro Castillo, cazador arquetípico en Extremadura, Antonio Covarsí, conocido como el montero de Alpotreque, autor de una vasta narrativa cinegética. Pero en su extensa obra literaria hubo poco lugar para el paisaje: sólo perros y sus castas, lances de caza y especies cinegéticas. En sus relatos vibrantes no había lugar para digresiones, no concediendo interés alguno al arroyuelo de aguas cristalinas ni al macizo de petunias silvestres aflorado entre los canchos grisáceos de la pedriza, ni al enebro de la cumbre ni a las azulonas sierras sobre la raya de Portugal.

No cabe decir lo mismo de su hijo el pintor Adelardo Covarsí, Con frecuencia, el paisaje era un escenario improvisado donde el pintor incluía cazadores, monteros a caballo de rostros adustos y requemados por el viento y el sol, guardas de traje de pana con bandolera de piel, las puestas de sol en la cercana Portugal, pero nunca una escena truculenta del animal malherido, muerto o siendo presa de los podencos campaneros amastinados.

Si hay algo inseparable de la caza y su contexto es sin duda el paisaje. El propio J. Ortega y Gasset señalaba en un artículo de 1906 que “los paisajes me han creado la mitad mejor de mi alma; y si no hubiera perdido largos años viviendo en la hosquedad de las ciudades […] sería ahora más bueno y más profundo. Dime el paisaje en que vives y te diré quién eres”.10

Es también el arte de practicar nuestra convivencia con la naturaleza. El amor al campo y a la naturaleza, no sólo el gusto por la caza, una condición sine qua non para ser un buen montero cazador.

Francisco Giner de los Ríos, vocero de la Institución Libre de Enseñanza propuso un imperativo estético para el paisaje: “mira y goza”. Para el cazador sin embargo más que mirar es ver y más que ver vivir la cacería, para lo que no debe olvidar que también ha de saber escuchar. Es una apreciación errónea ese entuerto que se dice del silencio del campo. Solo al compararlo con los ruidos de la ciudad cabe hacer esa apreciación. El monte espeso de arbustos, lleno de vida, no puede permanecer mudo. El cazador, para no ser sorprendido, debe permanecer a la escucha en las honduras de la mancha. Alguna carraca o rabilargo, verdaderos centinelas forestales, avisarán del charabasqueo delator del animal que se acerca sigilosamente. O que se aleja discretamente después de detectar nuestra presencia. Así pues más que mirar y gozar, el buen montero debe escrutar y escuchar minuciosamente. Es decir, permanecer mimetizado en alerta para así no ser un sujeto pasivo que no toma parte activa en la experiencia cinegética.

El paisaje viene a ser entonces como un enlace entre lo que nos rodea y las sensaciones propias, la vida, los sentimientos, las ideas, lo subjetivo, nuestro interior. En la misma obra se recoge también cómo F. Giner de los Ríos transmitía a J. Ortega y Gasset lo que le había contado Concepción Arenal: “con los paisajes ocurre lo que en las posadas de aldea; en ellas, la posadera responde – “Señor, lo que usted traiga”–a la pregunta del viajero acerca de qué se puede comer, Pues esto es el paisaje. Lo que cada cual traiga”11

Manuel Terrón Albarrán escribió también sobre el paisaje en el primer aniversario de la muerte del pintor Adelardo Covarsí, representante del regionalismo pictórico extremeño.

“Y Extremadura es profundidad, cósmicamente profunda. Aquí no se concibe lo cercano. A. Covarsí logró adivinar plásticamente esta característica principal del paisaje extremeño […]”.12 Seguro que se refería a esos horizontes inabarcables que muestran las montañas azules descansando sobre la raya.

En El sentimiento del paisaje de A.Covarsí recoge Isabel de la Cruz Solís tanto la impresión de Terrón Albarrán citada como la de Julio Cienfuegos Linares. Este último escribía en la revista Alcántara (1951), “A. Covarsí fue el gran descubridor del paisaje extremeño. Extremadura, dura tierra de llanuras, tierra de pobre anecdotario y de silenciosas lejanías inalcanzables difícilmente contenidas por las líneas azules de las montañas”.13 Una paleta la del pintor de colores sobrios y delicados, al atardecer el horizonte de nubes se tiñe de tonalidades rosáceas, incendiadas por el último sol que se oculta en el Alentejo.

Pero, justo es reconocerlo, esta campiña del entorno de Badajoz poco tiene que ver con el paisaje agreste y montuoso de la Extremadura prendida de las estribaciones de los Montes de Toledo.

En el mencionado libro de Isabel de la Cruz aparece también la figura de Mariano José de Larra. En 1835 el periodista visitó el entorno territorial de Mérida y la sierra Grande de Hornachos, invitado por el conde de Campo-Alange. Según lo describió, aquellos paisajes del territorio extremeño eran inhóspitos y salvajes. La mayor parte de sus tierras eran “dehesas para pasto, sumamente despobladas y cubiertas de encinas, maleza y jarales. Se podía decir que casi toda ella era un inmenso soto”, concluía Mariano J. de Larra.

Allí pudo ver el desarrollo de una montería. La experiencia, a juzgar por sus comentarios, de los que se haría eco Eduardo Martínez de Pisón debió ser muy poco gratificante: “ un desierto donde hormiguean jabalíes, venados, lobos, zorros, liebres, búhos, urracas, gallinas, todo revuelto, volando, saltando, corriendo, aullando, bramando […]” Aquello era, según sus propias palabras, la “representación perfecta de la creación”.

En todo paisaje hay representado una forma especial de vida. Es el resultado de la interacción del hombre y su medioambiente, fruto de la historia y de la cultura. En la obra colectiva Paisajes culturales del agua (Cáceres, 2017), coordinada y coeditada por María del Mar Lozano Bartolozzi, cuenta que efectivamente el paisaje es siempre una realidad dinámica y compleja. La complejidad reside en su propia naturaleza participada por componentes naturales, materiales e inmateriales, tangibles e intangibles.14

Viene pues a ser el resultado de las interacciones de los procesos ambientales, sociales y culturales sucedidos a lo largo del tiempo en un territorio determinado. De ahí la importancia de que el hombre restablezca su relación con el medio ambiente natural, abandonando aunque sea de forma figurada y ocasional el medio urbano. El ejercicio de la caza mayor en montería es una buena oportunidad para retomar la relación.

Ciudad y campo, ciudad y naturaleza, ciudad y paisaje son, en cualquier caso, ámbitos no excluyentes por antagónicos. Este último, eso sí, entendido y percibido como el territorio interiorizado en cuyas brozas quedaron prendidas nuestras experiencias emocionales y nuestras tradiciones más señeras. Es el paisaje visto y percibido como el interior de uno mismo, porque en cierta manera vemos lo que somos o, quizás mejor, lo que fuimos. Una vida que no nos viene dada ya hecha, sino que tenemos que hacérnosla acercándonos como protagonistas al estar, vivir y ser de los cazadores, del paisaje y del paisanaje.

La montería

El médico y escritor L. Barahona de Soto, en Diálogos de la Montería advertía por boca de uno de sus interlocutores: “decís que se cazan peces, aves y fieras, pero solamente pienso tratar de la parte que enseña a matar fieras, y de todas estas no todas, sino las necesarias para nuestra comida (sic) y que se hallan en nuestra tierra, la cual parte se llama montería tomando el nombre o título no de los fines ni de los instrumentos, sino del lugar donde se practica, los montes de nuestra tierra, de donde toma el nombre de montería, bien de puercos y ciervos y otros animales grandes, la caza mayor, o bien de liebres, conejos y perdices, la caza menor”.15

La montería española es sin duda el paradigma de la caza mayor. Integrada visceralmente en la cultura extremeña, se practica de octubre a febrero en los ecosistemas regionales de monte mediterráneo que sirven de hábitat habitual para los animales silvestres objeto de caza. Su práctica se ajusta durante siglos a un mismo patrón de realización, cuyas reglas han venido siendo transmitidas oralmente hasta la actualidad como un reflejo de nuestra identidad cultural.

Jenofonte, como ya se adelantó, fue el primer escritor de la antigüedad griega en dar cuenta de esta actividad humana. Cinegética, De la caza o Caza con perros (391-392 a. C.),–de estas tres maneras cabe titular a este epítome–escrito casi 400 años antes de Cristo. Fue un hombre que mostró pasión por el campo, la caza y la equitación, como todos los grandes monteros; se trata ciertamente de un tratado técnico menor, pero muy interesante para nosotros. Jenofonte hacía hincapié en el concurso de hombres y perros adiestrados para la práctica exitosa de esta actividad humana ya desarrollada grupalmente por los primeros homínidos del Paleolítico Superior. Entendió como capital para la práctica venatoria el concurso de una mezcla de buenos perros tenaces y valientes de presa, rastro, ladra y viento. Fue precursor por lo tanto de la rehala para la montería hace ya 2.400 años.16

También el autor señalaba de paso las ventajas del ejercicio de la caza: mantenimiento de un buen estado físico proporcionando salud corporal, perfeccionamiento de la vista y el oído, retraso de la vejez y preparación para la guerra. Alabó a los buenos monteros, a los auténticos; en su Cinegética –etimología del griego, canis, etycon, conducir, guiar o enseñar a los perros- hablaba de los perros y sus razas, de los “héroes” como Heracles que la habían practicado, de la necesidad del collar de afilados clavos y del ajuar quirúrgico para curar a los canes heridos.

El libro dedicó una atención especial a los jóvenes a quienes recomendaba ocuparse en dicha actividad, es decir, cumplía con todas las exigencias para la educación de los príncipes. Por esta razón, junto al elevado costo de su ejercicio que exigía el concurso de un numeroso elenco de personas y la necesidad de disponer de grandes espacios de vedados de caza, se convirtió en privativa de los reyes, su entorno cortesano y la alta nobleza.

Por un lado caza y monte o monte y caza, y por otro los dos actores protagonistas, cazadores y perros, he ahí los ingredientes indisolubles de la venación. El epítome de Jenofonte Cinegetica o la Caza con perros fue fuente y referente autoridad para otras obras escritas en nuestra lengua sobre la montería: el citado Libro de la Montería, mandado escribir por Alfonso XI (1312-1350) que es el mayor relato escrito nunca, tanto de las manchas de osos y de puercos en España como de la distribución de las armadas y las sueltas de perros, un verdadero google maps cinegético que sigue prestándonos providenciales servicios muchos siglos después. Desde el punto de vista del cazador el máximo interés se centra en el Libro 3º dedicado principalmente a la caza del oso y el jabalí. Una atención menor mereció la caza de los cérvidos (corzo, gamo y ciervo).17

Contiene su texto numerosas referencias a la composición de las masas arbóreas dominantes y de las manchas arbustivas y de matorral: pinos, robles, castaños, quejigos, rebollos, encinas, alcornoques y otras especies menos presentes. Especial mención merece el capítulo XIX: su contenido habla de la casa de la Rolda, que fue iglesia, y del castellar de Casarente, cerca de la junta de los ríos Guadiana y Guadalupejo, en las proximidades de Valdecaballeros (Badajoz), un “buen monte de ossos en inuierno”. Son los paisajes idílicos de la llamada Siberia extremeña en el quiñón nororiental de la provincia de Badajoz. En las tierras de “Capiella cerca de la foz de Garlitos” se hallaba el Monte de la Moraleja, “muy real de osso en inuierno”, que sería con el tiempo uno de los cazaderos preferidos de Manuel Terrón Albarrán.

Miguel de Cervantes, que fue lector de Jenofonte, dejó escrito en el capítulo XXXIV de la 2ª Parte de El Quijote un relato dedicado íntegramente a la caza de jabalíes, que bien parecido resulta a la actual montería española de los montes de La Mancha occidental, Andalucía y Extremadura. En El Quijote dejó abundantes muestras de esta apreciación. “Lo mismo que al hombre común que cultiva una huerta o un jardín se le llama hortelano o jardinero, al que se concierta en el monte con los sabuesos para dar muerte al colmilludo jabalí se le llama montero”, escribía en su relato novelesco mundialmente conocido. Todavía más. En el primer párrafo de su novela, Cervantes señalaba que el protagonista del magistral relato era un hombre “madrugador amante de la caza mayor”, una actividad que le procuraba raigambre social.

La caza, entendida entonces como un entrenamiento militar, estaba considerada como la forma de recreo que más convenía a su condición social y sus responsabilidades institucionales. Desde mucho tiempo atrás, en efecto, la caza mayor había devenido en afición propia de reyes y nobles de su entorno como ya se ha adelantado. En 1180 Sancho el Sabio, rey de Navarra, en plena Edad Media señalaba en su obra Los paramientos de la caza que “solo el Rey, los Rico-hombres, los Infanzones y Caballeros podrán cazar los animales de la caza mayor. Prohibimos pues por
este fuero a toda persona de calidad inferior que se dedique a esta caza”. En el libro se señalaron las especies de la caza mayor: “oso, jabalí, lobo, zorro, lince, todos destructores, más venados, corzo, rebeco, animales de monte que Dios había dado al hombre para su sustento”.

Pero, sin dudas, lo más relevante del libro mandado escribir por el rey Sancho es el capítulo I, dedicado íntegramente a los preliminares y ceremoniales de cada correría o montería y sus ritualismos religiosos previos. Todavía es un ritual, aunque muy poco frecuentado, el rezo común de un Padre Nuestro y de una Salve antes del comienzo de la montería, con frecuencia dedicados a la memoria de algún montero fallecido. En los tiempos de Sancho el Sabio la notable parafernalia de los ceremoniales religiosos se celebraban a lo largo del día previo al de la cacería real que dirigiría el propio rey navarro, quien decía así:

Hemos promulgado los paramientos siguientes relativos a la caza, con el fin de que todos nuestros pueblos se atengan a ellos por todos los tiempos. La víspera del día señalado para la gran cacería real que Nos dirigiremos en persona que será en el mes de noviembre de cada año los ricohombres, fidalgos, labradores y villanos, que habremos convocado por nuestro apellido se hallarán reunidos a las tres de la tarde en la plaza de la Iglesia de Santa María de Pamplona, y sus caballos enjaezados, sus perros atraillados y sus claveros se colocarán a la derecha, junto al atrio. Los labradores y villanos, también armados y vestidos adecuadamente para la correría permanecerán de pie a la izquierda en el otro extremo del claustro. Por último, nuestro alférez, el mege (médico) y nuestros mesnaderos, se  agruparán en el centro de la plaza, de frente al pórtico de la Iglesia.

Cuando a las 4 horas, las campanas anunciaban la presencia del clérigo, nuestro estandarte real, ondeando al viento, todos los invitados a la cacería, rodillas en tierra, se preparaban para recibir la bendición de Dios. Y mientras nuestro obispo nos imparte sus bendiciones cada uno de los presentes recitará la oración de San Isidoro para el buen éxito de la montería. Y habrá comida gratuita, conducha, comida y condidura, para todos los asistentes. […].

El ceremonial alcanzaba tres días, una duración que en nuestros tiempos sería inasumible.

Aunque no pareciera así, las restricciones de la práctica venatoria se aliviaron a tenor del Real Decreto de 16 de enero de 1772 en el que se ordenaba que “solo podían cazar con escopeta y perro los nobles y los eclesiásticos y todas las personas honradas de los pueblos en quienes no hubiera sospecha de exceso y de ningún modo los jornaleros y los que sirven oficios mecánicos, que solo lo podrán hacer en los días de fiesta y para su diversión”.

Sin embargo, no fue hasta las Cortes constituyentes de Cádiz cuando se produjo el primer intento de liberalización de la caza debido a la sobreabundancia de algunas especies como el jabalí, lo que producía un quebranto notable de los cultivos agrícolas, así como otros daños colaterales. Primero, la liberalización de 1811 que se suspendería en 1823; más tarde la R. O. del 2-II1837 establecía que “en adelante todos los españoles podrán cazar sin otras trabas y limitaciones que las que a todos imponen la justicia, la equidad y el bien común”.

En Extremadura las áreas geográficas de bosque y monte mediterráneo de mayor interés cinegético,–aunque su ejercicio esté en algunas muy restringido o prohibido a pesar del sinergismo positivo caza, biodiversidad, conservación medioambiental -, son la Sierra de Gata y las Hurdes, el Parque Natural Tajo Internacional, sierra de San Pedro, Monfragüe-Valero, Parque Nacional, Villuercas-Ibores-Jara, Geoparque Mundial y La Siberia, uno de los territorios extremeños de mayor biodiversidad.

A todo lo dicho cabe añadir a modo de colofón que la montería es una modalidad de caza mayor practicada grupalmente en la que concurren, por un lado un grupo de cazadores con frecuencia conocidos entre sí y otro, más reducido, de perreros que participan con sus perros de mucho oficio batiendo el monte para “desencamar” y hacer huir hasta los puestos a los especímenes autorizados de caza. Los canes despliegan una actividad destinada a tener un papel esencial en la búsqueda, acoso y persecución de las presas que serán empujadas hasta alguna línea de escopetas situadas en las distintas armadas con que se ocupa y cierra la mancha o cazadero. Tradicionalmente, los perreros guiaban la progresión de sus canes dentro del monte, valiéndose de caracolas como instrumento musical de viento que servía para la ejecución de órdenes.

En Almería, el resto de Andalucía y Extremadura, aún se usan para transmitir órdenes simples o mensajes breves. La caracola actúa como una caja de resonancia que amplifica el ruido ambiental; sonido fluctuante, va y viene como ocurre con el sonido de las olas del mar cuando alcanzan la playa, emitiendo su propio sonido sin par. En un auténtico mar de brezos, la caracola evoca la bocina de los barcos en los días de espesa niebla. Nos traslada a un mar de neblinas. Abriéndole un orificio distal, al insuflar aire en el interior, se comporta como un instrumento sonoro capaz de emitir órdenes y mensajes de regreso, llamada o agarre, vuelta a la suelta.

Pero el hecho de cazar en montería no se reduce a estas acciones apuntadas. Antes y después discurren secuencialmente otros hechos y prestezas desde el orto hasta que el sol está en el ocaso o aún después. Si el cómputo del tiempo ocupado en la celebración de una montería se puede estimar en unas tres o cuatro horas, pocas veces más, quiere decirse que habrá un tiempo adicional de unas seis o siete horas, importantes también. Por esa razón se suele decir que la montería termina cuando empieza la cacería. Sancho el Sabio, rey de Navarra, señaló como especies principales, por un lado, al oso, jabalí, lobo, zorro, lince, todos destructores. Los más codiciados, oso y jabalí, por sus dificultades y peligros, más venado, corzo, rebeco, animales de monte que Dios dio al hombre para su sustento. Inadvertidamente dejaron a un lado la cabra montés de Gredos y el gamo. Como hemos apuntado anteriormente, en Extremadura había en la Baja Edad Media una especie más de caza mayor, el asno salvaje o encebro, extinguido a lo largo del siglo XVI.

Así pues, aunque sea solo con carácter enunciativo vale la pena, a los fines de este relato informativo, detenerse para revisar y analizar la secuencia de acontecimientos relacionados causalmente con la celebración de una cacería mayor en la modalidad de montería española, desde el encuentro matinal hasta que a la tarde o tarde noche se entregan los trofeos, dando por finalizada la jornada de caza.

Pero antes que nada debo hacer un inciso para llamar la atención sobre que en esta participación bipolar monteros-perreros estos últimos han pasado de protagonistas de la cacería a subalternos que, ni aunque cumplan, merecen y reciben una muestra de consideración. Creo que es un buen indicador de por dónde caminan las cosas, algo que debería preocupar a todos los amantes de esta caza. La generalización de las monterías y sus variantes organizativas acabó despertando muchos recelos a finales del siglo XX, tanto respecto de su idiosincrasia como de su futura viabilidad. La Federación Española de Caza, junto a otros organismos de defensa de esta actividad venatoria tan singular, emitieron un Manifiesto en 1994 en el que reclamaban la necesidad de salvaguardar y defender las esencias de la montería en peligro de degradación o extinción.

La montería española amenazaba con morir de éxito. Se decía en el Manifiesto: “la defensa de la caza y su cultura, como actividad integrada en la socioeconomía del mundo rural, en el ocio y diversión y también en la defensa de la naturaleza, pasa por una mejor gestión y buen uso de los recursos cinegéticos”.

La montería da comienzo con el desayuno y sorteo de los puestos. El lugar del encuentro suele ser sobre las 9h. de la mañana en alguna nave u otra edificación de la finca, si la propiedad lo permite o bien en el pueblo más próximo. En su defecto, algún establecimiento hotelero cercano puede servir. Alejarse discretamente de la mancha puede evitar que la caza, alertada por los ruidos y sobre todo por los ladridos de los perros, abandone sus encames más próximos, vaciándose el cazadero antes de tiempo y dando al traste con la cacería. Como desayuno colectivo el menú clásico es el de migas con chorizo y huevos fritos.

Esta primera convivencia matinal servirá a los fines de robustecer el sentido de pertenencia y la cohesión del grupo de iguales o afines, estrechando los vínculos y alianzas afectivas, y fortaleciéndose como consecuencia la identidad colectiva. Es el tiempo de mayor interacción social. Se mejora los niveles de autoestima de los participantes quienes exhiben alguna prenda o complemento de color amarillo reflectante que les identificará fácilmente en el monte. Una vez concluido el sorteo de los puestos los monteros podrán conocer las características y situación de la postura asignada–traviesa o frontera -, consultando bien el plano esquemático que suele ir impreso sobre la papeleta del sorteo o bien el plano de mayor tamaño, colocado sobre un panel en un lugar bien visible del lugar de encuentro. De nada servirá inquirir información del postor sobre las bondades del puesto asignado por sorteo. Invariablemente responderá: “el año pasado tantos y el anterior, cuantos y más. Una boca soberbia y una cuerna plata”.

Tras el sorteo de los puestos, el capitán de montería, máxima autoridad en la mancha, transmitirá a los monteros las informaciones pertinentes relativas a la hora de la suelta de los perros para el buen desarrollo de la cacería, disposición de las armadas, número de rehalas participantes, especies de caza autorizadas y su número, haciendo especial énfasis en las medidas generales de seguridad. “Dejar cumplir la caza en el puesto empujada por los perros” es un mandato obligado. El capitán apelará a la caballerosidad de todos los monteros advirtiendo que prevalecerá el derecho de primera sangre y de que, en caso de discusión sobre quien dio muerte al animal, la última palabra inapelable le correspondería a él por su condición de capitán de la montería

Finalmente, antes de partir hacia sus puestos habrá un rezo colectivo –Salve o Padre Nuestro-, un ritual propiciatorio que cada día pierde adeptos en una sociedad ya bastante más laica y secularizada. Tras la alocución del capitán de montería los monteros miembros de cada armada son trasladados hasta sus posturas por un postor que, finalizada la montería, los devolverá de nuevo al lugar de salida. Nadie, salvo fuerza mayor, podrá abandonar su puesto ni “mejorarse” trasladándose a otro lugar próximo. Igualmente está prohibido doblar el puesto, es decir, compartirlo con otro cazador armado.

Una vez montadas todas las armadas, primero las de las fronteras de la mancha y después las traviesas de su interior, se produce una o más sueltas de rehalas en función de las características del terreno. Batida toda la mancha, los postores de cada armada desmontan las posturas, verificando que se han señalizado correctamente los animales muertos y regresando al lugar de encuentro.

A continuación se sirve la comida que suele ser un plato contundente de alubias o garbanzos. Es un intervalo de tiempo que sirve para comentar las incidencias y resultados. Compartir la mesa, el pan y el plato con amigos y afines es mucho más que la rutina de alimentarse, es un acto de despliegue de risas y afectos; es llevar a cabo un ejercicio de sociabilidad con personas de similares aficiones culturales. Etimológicamente compartir y compañero significan comer del mismo pan, remedando lo que hacían nuestros ancestros: compartir la caza y el alimento asegurando la subsistencia.

Es un tiempo importante en el desarrollo de la montería. Presta la oportunidad y es el momento para comentar la labor de los perros, los lances y las trolas, las dificultades de la mancha, la abundancia o no de caza, la inexperiencia de algún montero,….. en fin un tiempo de relajación, comunicación fluida y de reparto de afectos. Para algunos participantes es su momento estelar. Refiriéndose a su preeminencia no es infrecuente oír decir a algunos monteros: “ ¡Oh!, la montería, que maravilla sino fuera por ese tiempo eterno que hay que permanecer encaramado en los peñones de la cumbre, o en una traviesa a dos caras o dando el aire en un cierre”.

Mientras se come, los encargados de la recogida de los animales muertos, algunos de ellos provistos de una etiqueta identificativa, son trasladados desde el monte hasta el espacio debidamente acondicionado de la “junta de carne”. Allí se forma el tapiz, tapete o alfombra de animales cobrados en la montería. La exposición dura lo que el veterinario juzgue oportuno. Él autoriza su manipulación, evisceración y transporte con guía sanitaria.

Puede ser que haya entre los monteros participantes un cazador novel que mate por primera vez un animal de alguna de las especies autorizadas en la montería. En el argot cinegético se le llama “novio”. Es habitual que sea sometido a un juicio sumario que discurre como un ritual de carácter iniciático en la colectividad, y también de carácter expiatorio o de reparación por haber dado muerte intencionadamente y a traición a un animal bueno e indefenso. El proceso está plagado de irregularidades como que el abogado defensor se vuelva en acusador implacable o que no sea respetada la presunción de inocencia, siendo por el contrario objeto de vejaciones y castigos, a veces exageradas y censurables. El presidente del tribunal suele ser el capitán de montería que exhibe una conducta arbitraria con el aspirante a recibir el título de montero. El fallo, siempre condenatorio, suele ser el pago de las bebidas o una multa simbólica tras de la cual al novio se le expide el título de montero.

CONTINUARÁ

NOTAS:

8 SANTIAGO CASTELO, José M. La Sentencia. Madrid, VISOR, (2015).

9 UNAMUNO, Miguel de. Por tierras de Portugal y España. Madrid, Editorial Renacimiento, 1911.

10 ORTEGA Y GASSET, José. El Imparcial, “La pedagogía del paisaje”, 17-IX1906

11 MARTÍNEZ DE PISÓN, E. La Institución Libre de Enseñanza y Francisco Giner de los Ríos. Nuevas perspectivas. Madrid, 2012. Vol.I, pag. 9

12 TERRÓN ALBARRÁN, M. Hoja oficial del Lunes. Badajoz. 25-VIII-1952.

13CIENFUEGOS LINARES, Julio. Alcántara, Año VII, 1951.

14 LOZANO BARTOLOZZI, María del M., MÉNDEZ HERNÁN, Vicente (Coords y Eds). Paisajes culturales del agua. Cáceres, 2007.

15BARAHONA DE SOTO, Luís (1548-1595). Diálogos de la Montería.

16 JENOFONTE, Cinegética. De la caza o caza con perros (391-392).

17 El libro de la Montería del Rey D. Alfonso XI (1311-1350)

 

FUENTE: file:///C:/Users/ipuna/Downloads/Dialnet-LaCazaMayorEnExtremadura-9142127%20(3).pdf

 

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