LA REVISTA ‘ALIDRISIA MARINA’ PUBLICA UNA INVESTIGACIÓN QUE HA CONTADO CON AL ASESORAMIENTO DEL ARCHIVERO MUNICIPAL Y CRONISTA OFICIAL JOSÉ LUIS GÓMEZ BARCELÓ
Muchos sentirán repulsión por la caza de delfines y otras especies afines que se produce en las islas Feroe, con las playas teñidas de sangre y sus empecinados pobladores resueltos a no dejar de practicar el sangriento rito anual perpetrado contra los generalmente bonachones calderones, también conocidos con el nombre de negras, chatos o ballenas piloto. Sobre esta cuestión, tuve la oportunidad, con mi maestro, mentor y colega holandés J. C. den Hartog, de ver en su casa de Leiden, una tétrica colección de imágenes tomadas en los años 70 en Feroe que me pusieron los vellos de punta.
Mientras la información fluya, como ocurre en nuestros días será fácil conmover a la población urbana y encauzar la opinión pública hacia una determinada sensibilidad conservacionista. Así son las cosas de fáciles y confusas en el momento presente, pero no lo fueron así hace relativamente poco tiempo. Volviendo al Estrecho, hacia el final del periodo colonial en Marruecos (en la década de los 50), muy ofuscados y perdidos debían estar algunos, quizá debido al resplandor del “dorado” marroquí, para convertir delfines y calderones en aceite para hacer jabones, hecho que también ocurrió. Esta colaboración está dedicada al interesante artículo publicado por las profesoras Francisca Serráis Benavente y Genoveva Domínguez Martín en el volumen número cuatro de la revista ‘Alidrisia Marina’. En el mencionado artículo, cuya lectura recomiendo, se analiza la situación de la caza de ballenas durante el protectorado español en Marruecos, revelando datos interesantes. Es una investigación que ha contado con al asesoramiento del archivero municipal y cronista oficial José Luis Gómez Barceló y la colaboración del archivo municipal de Cádiz. También la perspicacia de las redactoras del artículo para detenerse en la magnífica obra del investigador-profesor Alex Aguilar, de la Universidad de Barcelona, y sacar sus propias conclusiones en relación a los impactos históricos de la caza de ballenas y a su conservación en nuestra región y que se divulgan en la mencionada obra. Hay que destacar la acertada huida de las autoras de relatos complacientes con la caza de ballenas y la propaganda triunfalista del protectorado español en Marruecos ¡por fin una mirada crítica! Ciertamente, varios han sido los artículos publicados, en el decano de la prensa ceutí, durante los últimos años, sobre la caza de ballenas en nuestra región, pero algunos están afectados de cierta añoranza colonial, adolecen de posicionamiento crítico y vierten una generosa cantidad de retórica del recuerdo decimonónica y antropocéntrica. Por ello y por las profundas consecuencias de aquellas masacres de antaño para nuestro mar y para nosotros mismos, herederos empobrecidos de patrimonio natural marino, se hacía necesario abordar los efectos de esta industria, en muchos aspectos infame y profundamente decadente, con interés conservacionista. Creo firmemente que no es la maldad sino la codicia, o la estupidez y la ignorancia insensibles las que pueden justificar la matanza de seres extraordinarios, auténticos dioses vivos, dueños de la inmensidad marina, a los que bien se podría adorar en templos animistas. Una criatura hecha para que nuestro intelecto se maraville con sus siluetas y ademanes y nos inunde de bondad el espíritu al contemplarlo, no puede terminar convertida en harina para que algunos se hagan ricos, otros justifiquen su fiebre colonialista y los más simples maten su sed de carne roja comiéndose uno de los mejores y más logrados tesoros biológicos alumbrados en la evolución de los mamíferos. La conversión de estos sublimes animales en grasa para las bombas de la gran guerra, jabones, corsés, aceite para iluminación o carne me revela y pienso en el asco que debió sentir Henry David Thoureau al enterarse de que las autoridades de Concord en Massachusetts querían bombear el agua del límpido y mágico lago Walden para que sus habitantes la utilizaran en la lavandería de vajillas y ropas.
A pesar de que no puedo ni imaginarme lo que tiene que ser dar muerte a un gigante como el cachalote, me gustan las historias épicas de caza de ballenas dónde el ser humano se mide al dios animal para poder vivir y sobrevivir en determinados entornos como las regiones polares. Incluso puedo entender el entusiasmo de Melville por los balleneros del siglo XVIII y XIX y su enorme cultura marinera. Gracias a mis viajes de trabajo he estado en entornos dónde se percibía de cerca los ecos de la emoción de la caza épica. Por ejemplo, en las Azores, tierra de encuentro con balleneros americanos cuando la caza la llevaban a cabo las esbeltas canoas que arriaban los grandes veleros balleneros. Tierra emblemática para los marineros, repleta de crónicas balleneras inspiradoras de pensamientos y obras artísticas. João Afonso ha recopilado una buena colección de momentos interesantes y de expresiones artísticas relacionadas con la caza de ballenas (véase Mar de Baleias e Baleeiros). Entre las leyendas recogidas en la mencionada obra en torno al mito de Jonás destacaría el delicioso relato mítico dentro del vientre de una ballena, en línea con los cuentos dieciochescos fantásticos sobre el Barón de Münchhausen. Por la proximidad histórico-geográfica destacaría el poema “La ballena y la tangerina”, que es un hermoso cuadro lírico de una relación mítica entre dos seres de especies distintas pero unidas en la humanidad. Además termina con la injusta caza de la ballena…, acaso hay caza justa…”O Mediterrâneo recubriu-se de sangue, Agora todo o azul emudeceu, escarlate, terrificante”. En las Azores pude trabajar en un improvisado laboratorio zoológico dentro de una antigua factoría ballenera en Fayal, que inevitablemente me trasportaba en el tiempo, pues la memoria de esta actividad ballenera está bien viva en estas bellísimas islas. Tuve la oportunidad de ver barcas balleneras que todavía salen a navegar por deporte y varias esculturas en la isla de Pico que recuerdan las hazañas de aguerridos marinos portugueses. La bella artesanía azoriana ejecutada sobre huesos y dientes de ballenas y cachalotes es muestra de la importancia de estas islas en relación a esta actividad. Mi alma rechaza contumazmente esta y cualquier caza semejante, aunque contradictoriamente con mis sentimientos biófilos también logro entenderla y siento que podría llegar a practicarla en determinadas circunstancias. Pero la que no puedo entender de ninguna manera es la actividad empresarial especulativa y aprovechada allá dónde se haga en contra de los intereses de la naturaleza y a cambio de exterminar una maravilla animal como son las ballenas. Por ejemplo, el exterminio sistemático de las “ballenas verdaderas” (poco hidrodinámicas y con la cavidad bucal muy ovalada) de los mares europeos por parte de los pioneros balleneros vascos se produjo durante los siglos XV y XVI y no por ello no deja de ser un acontecimiento brutal. Pero para situar y poder explicar bien el comienzo del exterminio sistemático y masivo de las ballenas hay que trasladarse al momento en el que se produce la transición fatídica en la tecnología de la caza industrial de ballenas, entre el siglo XIX y el XX, con las invenciones del motor de vapor y del cañón lanza arpones. Este fue el momento en el que se rompió el equilibrio y se provocaron numerosas matanzas que esquilmaron las poblaciones de ballenas rápidamente, tanto que en cincuenta años la población de las principales ballenas descendió bruscamente extinguiendo poblaciones enteras y poniendo en gran riesgo a algunas especies como la ballena azul. Como el desarrollo tecnológico y la invención de nuevos artilugios no lleva acompasada una mayor responsabilidad y altura ética, la caza de ballenas se intensificó y provocó el exterminio de grandes cetáceos durante más de cinco décadas, a lo que milagrosamente se puso freno en los años ochenta. El profesor Alex Aguilar, en su magnífica obra sobre la industria ballenera en la península ibérica, pone de manifiesto los pormenores de la caza de ballenas en nuestras aguas y señala la importancia histórica del Estrecho de Gibraltar en esta trágica historia para la conservación de nuestros mares.
Las autoras del artículo, por su parte, dan buena cuenta de los datos cruciales aportados por el trabajo de Aguilar y comprenden el alcance de la masacre que se produjo en el Estrecho en la década de los años veinte. En solo cinco años (1921-1926) fue exterminada la población de rorcual común establecida en el Estrecho de Gibraltar, que hasta entonces contaba con miles de ejemplares y que hasta el momento presente no se ha llegado a recuperar. Aquellos hombres del norte (en referencia a los empresarios noruegos que fundaron la primera factoría ballenera española en Getares) con espíritu saqueador, esquilmaron lo que ellos denominaron el caladero de ballenas de la zona. Antes de la masacre se podían avistar los grandes cetáceos desde la costa sin muchos problemas, había un auténtico “mar de ballenas”. La destrucción de este ingente patrimonio natural dejó un vacío que nunca se recuperó y no parece que el rorcual común pueda tener una nueva oportunidad en esta zona del planeta a tenor del enorme incremento que experimenta el intenso tráfico marítimo en nuestra región. Por todo ello, la actuación es notablemente execrable y merece desde mi punto de vista el calificativo de infamia contra la naturaleza y la propia humanidad, al privarnos a todos de este bello bien inspirador. Además, tristemente los ridículos réditos no alcanzan al consuelo y, como indica Alex Aguilar, la caza ballenera en España “….lo que dejó tras de sí unas aguas vacías, algún empresario con los bolsillos llenos, muchos otros arruinados y unos cientos de jornaleros que simplemente se ganaron el salario”. La siguiente época de caza de ballenas en nuestra zona durante el protectorado fue especialmente hueca y algo patética pues a pesar de que ya no existían poblaciones numerosas de ballenas que pudieran generar sustanciosos negocios y pelotazos económicos, el protectorado español en Marruecos demandaba desarrollismo vestido de progreso que justificara nuestra presencia. Y así fue, justo cuando los noruegos de Getares habían esquilmado el principal recurso y condenado a la desaparición a la población de rorcuales comunes, se inauguraba la factoría de Río Martil, tarde y mal debido a que el emplazamiento fue un gran error de precipitación que impedía las operaciones de los barcos con normalidad. De hecho, se ha creído que nunca se llegó a poner en marcha (véase Aguilar, 2013) pero en el trabajo que ha motivado este artículo se ha puesto de manifiesto que se llegaron a pescar y procesar algunos ejemplares de grandes cetáceos. Y se aportan documentos gráficos de algunos diarios de la época que son bien explícitos en cuanto a la captura de los ejemplares, siendo una aportación relevante pues esclarece un acontecimiento histórico. La postguerra y la última fase del protectorado trajo más sufrimiento a nuestras ballenas ya que en 1947, veinte años más tarde que el fiasco de Martil, con el mismo patrocinio se construye la factoría de Beliones y se pone en marcha la caza de las ballenas que quedaban en la zona. Como el recurso estaba ya finiquitado desde la década de los 20, en cuanto al filón de los rorcuales comunes, se ampliaron los horizontes con el optimismo y la seguridad que daba el régimen sobre las posesiones africanas españolas. No obstante, siguieron machacando a los rorcuales comunes, aunque la presa fundamental fue el cachalote que tuvo que sufrir el acoso de la fase final de la ballenera y que resistió y continua siendo una especie habitual en nuestras aguas, debido, sobre todo, a sus importantes poblaciones atlánticas y a la gran movilidad que tienen. Se siguieron matando ballenas con fines comerciales durante siete años más, lo que empeoró todavía más la situación de los rorcuales comunes de nuestra zona, quizá nunca se hubieran recuperado del impacto sufrido en los años veinte, pero esta última matanza de algunos cientos terminó de sentenciarlos y ya nunca se podrían volver a establecer sus históricas poblaciones. A la luz de las investigaciones llevadas a cabo entre el Museo del Mar y Septem Nostra sabemos lo obvio, y ya comentado aquí, con respecto a las dos especies principales objeto de la caza de ballenas, pero también conocemos el catálogo de las especies de cetáceos que transitan actualmente por nuestras costas. Entre estas especies se encuentra el rorcual aliblanco, que nunca fue objetivo de la caza por su reducido tamaño, pero sospechamos que también pudo ser debido a que no era tan abundante en la zona como lo es ahora. De hecho, tenemos un número de varamientos suficiente para hacer un trabajo de investigación que revele datos de interés sobre la especie. Tanto Canarias como Ceuta son los enclaves con mayor número de varamientos registrados en el contexto español. Por este motivo, las autoras no han evitado la cuestión y se preguntan si puede estar ocupando recientemente esta especie el espacio trófico dejado por sus grandes primos?. Una especie más pequeña y versátil y muy rápida podría quizá adaptarse a entornos de tráfico marítimo pesado mejor que otras de más tonelaje. Seguiremos observando su evolución a través de nuestros trabajos de avistamiento y sobretodo apoyándonos en los varamientos que publicamos en la revista Alidrisia Marina. Después de todo, las ballenas nos visitan porque estamos enclavados en una zona atractiva desde el punto de vista de los recursos alimenticios marinos y por ello nuestra región acoge grandes cefalópodos en las profundidades y se pueden producir arribazones de krill durante la primavera, como hace poco pasó. Por último, el artículo de Francisca y Genoveva también incluye un interesantísimo varamiento histórico del siglo XVIII acaecido en el litoral de San Amaro y recogido por un religioso en nuestra ciudad y unos preciosos dibujos a color realizados por Juan Antonio Rosa, a la sazón colaborador en este trabajo y encargado de las colecciones del Museo del Mar. Las autoras también agradecen a Abdeselam Chellaf Hammout tanto su entrañable amistad como el inestimable relato sobre los días de la ballenera de Beliones que él tuvo la oportunidad de ver en funcionamiento.
Fuente: http://elfarodigital.es/ – Óscar Ocaña