POR DOMINGO QUIJADA GONZÁLEZ, CRONISTA OFICIAL DE NAVALMORAL DE LA MATA (CÁCERES)
En el siglo III antes de Cristo con la llegada a Hispania (España) de los romanos, se inicia un largo y variable proceso, clave en el devenir de nuestra Historia, que culminará con la romanización plena, ya bajo el mandato de Augusto (al comenzar el Imperio o inicios de nuestra Era). El que fuera variable se debe a diversos factores.
En nuestra zona, este aspecto fue fundamental, ya que la presencia fue notoria a lo largo de la calzada que unía Mérida con Zaragoza, o junto a las vegas fértiles del Tajo, Tiétar y sus afluentes principales (entre otros).
Al principio, en la Lusitania el interés por la asimilación fue mínimo debido a las adversas condiciones físicas y económicas. Pero, con la crisis de finales del imperio, se pueblan casi todas las villas existentes y se desarrollan otros núcleos prerromanos, caso de Augustóbriga.
Romanización del Campo Arañuelo
Antes de llegar los romanos, ya existían en el entorno plazas fuertes indígenas de diversos pueblos prerromanos: Augustóbriga (Talavera la Vieja, de los vettones), Ebura (Talavera de la Reina, de los carpetanos), confundidas por algunos autores erróneamente; más otras de menor importancia.
La calzada romana principal (que comunicaba Emérita Augusta con Caesaraugusta), el Itinerario XXV de Antonino o A-25, cruzaba el Tajo por Almaraz; o por el colindante vado de Albalat. La actual N-V discurre paralela o sobre ella (puede que hubiera otra paralela por la orilla izquierda del Tajo, surgiendo desde Miravete y enlazando con Augustóbriga y Calzada de Oropesa a través del Puente del Conde y Peñaflor).
A su vera, o en las proximidades de la misma, surgen numerosos restos de asentamientos romanos en las diversas localidades: Almaraz, Belvís y Casas de Belvís, Millanes, El Espadañal, Navalmoral, etc. A lo largo y ancho de su itinerario, surgieron numerosas villas y otras dependencias asociadas a la permanencia o tránsito de viandantes (“tabernas” o similares, como la que hay la Cañada Real, junto al arroyo Santa María).
Y de Navalmoral
Pero, como es evidente, el caso que más nos interesa en estos momentos es el de nuestra localidad: donde se han hallado restos romanos en la citada dehesa del Espadañal, la zona del Molinillo (aprovechando el agua y la fértil vega del arroyo Casas), en la Plaza Vieja (por donde pasaba la calzada, tras penetrar por la calle Gabriel y Galán y salir por el camino de San Marcos), La Hilera y arroyo Santa María (por donde transcurría antes de entrar en otros municipios actuales), etc.
* Pero el enclave que siempre nos ha llamado más la atención es el del “Borbollón” o “Casasolilla”, que don Antonio Concha adquirió en 1860 durante la Desamortización y legó a su ahijada Consuelo Miguel. Los herederos de la misma, sobre todo don Jorge y don Julián Moro, nos desvelaron una parte interesante de la importancia que adquirió en la época romana. Aunque nunca se ha llegado a realizar una excavación científica de dicho lugar (que, sin lugar a duda, sería muy interesante), los restos que se hallaron o se conservan nos hablan de un notable asentamiento romano, ubicado en un altozano limitado por los arroyos Tizonoso Grande y Santa María, junto a un manantial inagotable de agua (la “fuente Labrá”), tierras fértiles sedimentarias en las márgenes de esos riachuelos o con buenos pastos en el cortijo “Casasola”.
A un centenar de metros, junto a la Autovía, una necrópolis muy expoliada nos habla de la importancia que tuvo, por los numerosos restos inhumados. Y, dentro de
la propia finca, otros vestigios nos lo confirman: como los hallazgos de los que nos han hablado, o la lápida funeraria que mostramos (y que se halla incrustada en un muro de dicha propiedad):
Dicha piedra es claramente funeraria, de granito con textura de poca calidad (como casi todo el de su entorno, lo que ha facilitado su erosión parcial), con forma casi rectangular rematada por un extremo superior circular muy desgastado. Mide 82 por 52 centímetros, con letras de unos 7 centímetros de altura, del tipo “monumental” cuadrada, con pinceladas separativas redondas.
El extremo redondeado superior debió llevar un dibujo (se aprecian rasgos, aunque imprecisos, que parecen letras), como la típica rosa hexapétala u otra similar, muy erosionada con los años (por lo que el modelo es discutible, al menos para mí). Estudiada y publicada por varios historiadores (como Bueno Rocha, J., en 1985; Gonzalez Cordero, A., en el 2000; y otros autores foráneos).