LA CLAVIJA DEL TRUENO
Abr 02 2023

POR EDUARDO JUÁREZ VALERO, CRONISTA OFICIAL DE REAL SITIO DE SAN ILDEFONSO (SEGOVIA)

Siempre sentí una curiosidad insana por las iglesias. Edificios pensados para reuniones comunitarias, liturgias estacionarias y ceremonias excepcionales, la multiplicidad de recovecos y lugares ciegos, puertas disimuladas, armarios imposibles y alacenas inexplicables bajo púlpitos atronadores llenaron siempre mi mente de mil historias inconfesables. Sentado a la vera de algún familiar empeñado en llevarme a la conmemoración que correspondiera, sentía que mi mente, medio embriagada por el aroma hipócrita de la madera pulimentada y mil veces aclarada a golpe de cepillo enraizado, corría hacia aquel gabinete escondido bajo la imagen del santo de turno, cerca de la capilla medio iluminada en su acongojante oscuridad, donde aquella señora con el flequillo ceniciento y bien alzado manoseaba un rosario en medio de la pompa y boato protocolario de unas costumbres ajenas a mis deseos de libertad.

A veces, digo, conseguía despistarme de mi prima, mientras mi tía seguía concentrada en la salmodia de una oración de rima asonante y sonoridad inquieta, para correr en silencio hasta la pila bautismal de la entrada. Allí, bajo la atenta mirada de un pobre Cristo abandonado en su padecimiento, trataba este que suscribe de abrir alguna puertecilla remolona de cerrojo anquilosado y bisagra enmohecida por una eternidad en el olvido más lacerante. Incapaz de mover la portezuela, me deslizaba entre la gente absorta en la danza recurrente que lideraba el abad. Ahora en pie, ahora sentados y después arrodillados, seguía con sigilo entre las capillas de la iglesia del Barrio Bajo, buscando ese escondrijo que me alejara del temible vozarrón amanerado del cura. He de confesar que, según qué capilla eligiera uno para la correría disimulada, valía más la pena quedarse en el banco petrificado, atento a la coreografía dominical. Si bien el Cristo del Perdón de Carmona de perdida mirada dolorosa me atemorizaba lo justo, la talla steel punk de Santa Inés, en la capilla oscura y aterradora que comunicaba la sacristía con la trasera del hoy perdido teatro parroquial, me hacía poner pies en polvorosa. Claro que, dada la cantidad de veces que me vi interrogado por aquella mirada inquisitorial oculta por un mechón de pelo raído y mal peinado, aquel susto y brinco me debía producir algún placer que aún no he llegado a comprender. Sede del archivo histórico de la junta de cofradías del Real Sitio, sigo sintiendo cierto resquemor visceral e incontrolado cada vez que por allí me atrevo a asomar y sopeso mucho la necesidad que mi investigación tiene de aquellos legajos protegidos por tan diminuto y aterrador titán.

Aunque, atendiendo a la atracción fatal que el mal siempre ha ejercido sobre los críos distraídos y poco interesados en el discurso común, la tribuna frente al altar mayor de la parroquia se llevaba la palma. Justo debajo de las dos vidrieras que rompían en mil colores la luz sobre los feligreses absortos en el párroco vociferante, se abría un espacio ignoto donde descansaba en la letanía un viejo órgano de inmenso pulmón y callado palpitar. Uno, que entre las malas ideas era capaz de elegir la peor de las imaginables, andaba al asalto de una oportunidad para meter el dedo a la tecla, el pisotón en el pedal y alimentar alguna de esas tubas que detuviera el oficio, ganando en consecuencia tres o cuatro bofetadas, un coscorrón, alguna que otra patada en el trasero y la media sonrisa de mi Sr. Padre cuando el fuego amigo se hubiera calmado. Para alegría de mis posaderas y felicidad de los carrillos aún no enrojecidos, apenas pude visitar aquel espacioso estrado una o dos veces y ya con una edad que no concordante con las chiquillerías divinas que alegran la vida entre rito y salmo. He de entender que, en el fondo, nunca veneré lo suficiente el mal como para recibir la triste gracia de semejante conspiración. Otros, por el contrario, ajenos a esta maldad inherente a la infancia desatendida y poco instruida, sí se dieron el gustazo de conjurar el trueno que solía descender desde el púlpito en el lado del evangelio.

En aquella ocasión, según he llegado a saber acompañado de café caliente y torreznos templados, no predicaba el abad de La Granja, perdido el apelativo real entre Repúblicas ateas y dictaduras creyentes, sino un tal padre Villalobos, protagonista de las misiones evangélicas tan frecuentes en este Paraíso a principio de los años sesenta, con el dogma ecuménico recién salido del concilio romano. Subido aquel paisano a un altar donde el fragoso discurso atronaba la concurrencia en su miseria y, ya de paso, habría de empujar a algún descarriado hacia las misiones en la tierra inculta que fuere, algunos chiquillos y no tanto hubieron de ubicarse sobre la parroquia, en la tribuna de mis entretelas. Desde allí, apiñados en el dislate incongruente de un quítame aquí esas prisas, Bolita y Rintín, junto con Colín y su primo Frutines, seguramente acompañados por Martínez y algún otro distraído y cuyo nombre no me ha llegado, trataban de seguir la homilía prosélita en una mañana de pletórico domingo primaveral. Más preocupados porque aquello pasara lo antes posible para poder correr la zapatilla mejor pronto que tarde, comenzaron aquellos confabulados a platicar con los cachivaches en la tribuna alojados. Dieron sin mucho esfuerzo con una extraña y extemporánea tecla con tan buena suerte que, pulsada con cierto vigor, cortaba el micrófono del padre Villalobos. Este, acallado por una voluntad no descubierta, perseveraba en el grito para hacerse oír entre el desconcierto generalizado, al tiempo que Frutines y su primo Colín soltaban la clavija, liberando un dragón de voz tan enojada que no hubo cristiano vivo o tallado capaz de sujetar el sobresalto. Insensatos en la felicidad de la broma, la herética cuadrilla inició un divertido a la vez que estupefacto juego de voces y maldiciones ahogadas entre suspiros quedos por una parroquia enloquecida, convirtiendo aquel día en domingo inolvidable de la primavera serrana.

Supongo que aquellos amigos decidieron no sacar el tema en conversación alguna desde entonces, a la vez que enfilaban el camino del cuartelillo, acogotados por una pareja de la Guardia Civil y el escarnio de una comunidad nada halagüeña para los que preferían una buena y descontrolada carcajada por encima de cualquier sermón. Y es que, después de todo, queridos lectores, puestos a elegir, siempre será mejor apostar por la maldad inocente de un niño que, ante la palabra huera y la intención malograda, asumir un discurso del que poco o nada se entienda.

FUENTE:https://www.eladelantado.com/opinion/tribuna/la-clavija-del-trueno/?fbclid=IwAR2IezZ6T-_LJFHhATwl5o5wlajtwSREAzWAsrhJiJP-ucNhrUBzYlfN6gU

Add your Comment

Calendario

noviembre 2024
L M X J V S D
 123
45678910
11121314151617
18192021222324
252627282930  

Archivos

UN PORTAL QUE CONTINÚA ABIERTO A TODO EL MUNDO