POR ANTONIO BOTÍAS, CRONISTA OFICIAL DE MURCIA
Casi de milagro, tan gordo como demencial, los murcianos no somos valencianos o andaluces. Al menos, sobre el mapa del Estado de las Autonomías. Así lo afirmó en una entrevista en LA VERDAD y en 2009 Antonio Pérez Crespo, fundador de la UDM (Unión Democrática Murciana) y primer presidente del Consejo Regional de Murcia, órgano preautonómico de la actual Región.
Pérez Crespo, defensor a ultranza de mantener Albacete y Murcia unidas, se dio de bruces contra el ministro Clavero, quien le advirtió de que el reparto estaba decidido «y que nosotros, los murcianos, dónde queríamos integrarnos: en Andalucía o en Valencia». Y a escupir a la calle.
La unión entre ambas provincias, denominadas como Reino de Murcia, se remontaba al año 1833, cuando bajo la regencia de María Cristina,se abordó la división de España. El Real Decreto fue firmado en noviembre y elaborado por el entonces ministro de Fomento, Javier de Burgos, natural de Motril.
El territorio del país quedaba dividido en cuarenta y nueve provincias. Hubo un intento anterior, en 1810 y reinando, por escribir algo, José Napoleón I. En aquella ocasión se intentó dividir el país en 38 prefecturas y 111 subprefecturas. Bajo la de Murcia quedaría Cartagena, Huéscar y Albacete.
Nuevos intentos hubo a puñados. Tras la aprobación de la Constitución de Cádiz, se propuso crear 39 provincias. Tampoco tuvo éxito. Como no lo tendría otro modelo durante el Trienio Constitucional (1820-1823). En este caso se apuntaba fundar una provincia llamada Mancha Alta, que incluía poblaciones murcianas. Ahí surgió la provincia de Chinchilla, que fue capital incluso. Murcia y Albacete, por último, se unieron casi para siempre en 1833. En 1836 se hizo un reajuste mediante el cual Villena y Sax se incorporaron a Alicante. El catedrático Juan Bautista Vilar destacó en su día que en 1833 fue Villena separada del territorio murciano en el que había estado siete siglos, desde su reconquista. Y eso provocó el malestar de sus vecinos, quienes no se identificaban con Albacete.
Villena pugnaría por erigirse como cabeza de partido y, según Vilar, «no siendo posible esto en las provincias de Albacete y Murcia, a falta de término suficiente, apostó por la de Alicante». El mismo autor investigó otros territorios en disputa, entre ellos, las poblaciones de Huércal y Overa, unidos y dependientes de Lorca, pero que fueron trasladados a Almería.
Lo mismo sucedió con la lorquina Pulpí, luego bajo el poder de Vera y más tarde de Águilas. Tras diversos procesos, el pueblo se erigió como ayuntamiento, si bien perdió la diputación de Jaravía en favor de Águilas. Albacete no alcanzaría el rango de ciudad hasta 1862, cuando apenas tenía 17.000 habitantes.
Poco después, en 1885, el periodista Ramiro Mestre, de ‘La Correspondencia de España’, publicaba unas curiosas ‘Lecciones de Geografía de España’. Fueron escritas en verso para que la materia se les antojara menos árida a los niños.
En una de ellas, a la pregunta de en cuántas provincias está dividido el Reino de Murcia, se respondía: «La comarca de este reino se divide en dos provincias; con el nombre de Albacete y Murcia se las designa».
No era por entonces infrecuente emplear el término Reino de Murcia, por ejemplo, en el famoso calendario de Joaquín Yagüe «conocido por el antiguo y verdadero zaragozano», según un anuncio de ‘El Diario’, de 1865.
Vilar, en la revista ‘Anales de Historia Contemporánea’, enumera otros intentos de organización, alguno casi increíble. Así fue el de Silvela y Sánchez de la Roca, en 1893, que proponía unir Murcia con Albacete, Alicante, Castellón y Valencia, con capital en esta última ciudad.
Otra idea la aportó en 1923 el ministro franquista José María Ibáñez, quien englobaba en la provincia de Murcia todo Albacete y la comarca alicantina del Bajo Segura, poblaciones jienenses y granadinas, como Siles o Puebla de don Fadrique, y todos los pueblos almerienses en la vertiente izquierda del río Almanzora.
Ambas provincias emprenderían no pocos proyectos en común. Uno de ellos fue su participación en la Exposición Iberoamericana de Sevilla, en 1929. El pabellón construido representaba una casa-torre murciana del siglo XVII junto a una construcción aneja manchega.
Con el paso de los años, aquella unión, lejos de debilitarse, se consolidó hasta el extremo de que, en torno a la década de los sesenta del siglo pasado, incluso estuvo a punto de crecer. Fue entonces cuando la idea de crear una nueva región, denominada del Sureste, cogió copero.
En ella debían integrarse Murcia, Albacete, Alicante y Almería, estableciendo en la primera la capital. Como destacó el periodista Ginés Conesa, el mero esbozo de esta región provocó que «importantes entidades adoptaran el apellido Sureste». Entre ellas, la Caja de Ahorros del Sureste, el Centro Emisor del Sureste o el subtítulo que añadió LA VERDAD a su cabecera: Diario Regional del Sureste.
Tras la dictadura también se abandonó esta iniciativa que, en la práctica, jamás se concretó. Ni se concretaría, pues Murcia perdería, además, Albacete. O Albacete a Murcia, según las opiniones.
Las razones, en opinión de diversos autores, son varias. Entre ellas, la inexistencia de un sentimiento político regionalista en Murcia. Y los recelos y las dudas de Albacete sobre si quedarse o marcharse. Sin olvidar, como señaló Conesa, «la presión contra el Trasvase Tajo-Segura, que incrementaba la cohesión castellano-manchega en clave antimurciana». Total: que en 1978 concluyó aquel largo periplo iniciado siglo y medio antes sin que a nadie le preocupara lo más mínimo. Y, una vez más, también fue el agua ocasión de controversia.
Fuente: https://www.laverdad.es/