POR JOSÉ ANTONIO FIDALGO SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE COLUNGA (ASTURIAS)
Así podríamos titular esta fotografía que resume en forma gráfica todo el rito que acompañaba antiguamente a la compraventa de una res.
El comprador, en una «primeras observación del animal», inspeccionará el rabo (y lo que oculta este), la ubre, los tetos, la boca y los dientes, la cornamenta, las patas… Después se interesará por el precio y «ofertará a la baja», hará que como que no le interesa la compra y que se va…
Aparecerá entonces un amigo suyo y confirmará que la res no cumple con los deseos previstos y la valorará en un precio aún más bajo. Esta opinión será rechazada por un amigo del vendedor que casualmente estaba allí y ensalzará lo que el animal tiene de muy bueno y lo ventajosa que resulta su adquisición.
Nuevas observaciones, nuevas opiniones, nuevas ofertas, nuevas marchas y retornos… Al final, un apretón de manos cierra el acuerdo y todos, comprador, vendedor y amigos irán «a tomar la robla», que es invitación que da fe de lo acordado.
Al llegar a su aldea, los vecinos, interesados en saber, preguntarán al comprador que llegaba ufano con su vaca nueva:
.- ¿Qué tal, saliote cara la vaca?
Este responderá:
.- Bueno… Menos de lo que pedín y más de lo que pensaba dar.
Insistirán:
.- ¿Pasó de los ocho mil riales?
Nueva respuesta:
.- Algo sí pasaría
Nueva pregunta:
.- ¿Munchu o pocu?
Respuesta final:
.- Abondu, abondu..
El comprador sigue su camino hacia la cuadra y los vecinos, un tanto decepcionados «por no saber», comentan:
.- ¿Qué te paeció? ¿Entendisti daqué?
.- ¡No, home , no! Esi, que presume de llistu ye como aquel otru: ¡SAN ANONIO EN SIN SER NADA!.