ARTÍCULO EN EL QUE SE CITA A ENRIQUE DE AGUINAGA LÓPEZ, CRONISTA OFICIAL DE MADRID.
El reciente anuncio del Gobierno de que se propone retirar los restos de José Antonio Primo de Rivera de la tumba que ocupa desde 1957 junto al altar mayor del Valle de los Caídos, ha vuelto a suscitar en algunos ámbitos un debate sobre su controvertida figura desde diversas perspectivas. Unos recuerdan que Franco al tiempo que lo mitificada como “el ausente”, no hizo nada para su rescate o canje por el hijo de Largo Caballero, porque sencillamente estorbaba a sus planes de mantenerse en la cumbre del Estado sin competencia. El dirigente comunista, historiador y economista Ramón Tamames declaraba no hace mucho que es un personaje interesante y que fue un error de la República no evitar su ejecución.
Para unos fue una víctima más de la guerra civil, pero para otros fue uno de quienes de modo más decisivo ayudó a provocarla, recordando que su “Carta de un militar español” fue realmente un llamamiento o invitación a la sublevación. Pero hay frases en su testamento que, en todo caso, permiten pensar sobre su propia postura ante la tragedia de España”. José Antonio tildaba a Franco de ser un personaje extremadamente evasivo y cauteloso después de mantener una reunión con él en 1934.
Con el fin de desmitificar, en uno u otro sentido, su figura, hace unos años, el catedrático emérito de la Universidad Complutense de Madrid y decano de los cronistas de la capital de España, Enrique de Aguinaga, propuso la celebración de un congreso, al que se convocaría a los más autorizados historiadores de España y a los hispanistas más prestigiosos a fin de analizar por encima de interesadas manipulaciones al fundador de la Falange.
Pero se consideró que no era “políticamente correcto” abordar aquí tal cuestión desde el punto de vista académico. El 3 de junio de 1934, José Antonio, en el Congreso, se acercó a dirigente socialista Indalecio Prieto para estrecharle cordialmente la mano, cuando éste se opuso a que le fuera levantada la inmunidad parlamentaria por el mismo caso que concernía a un diputado socialista. En su libro “Convulsiones de España”, Prieto escribe con ocasión del traslado de los sus restos desde El Escorial, donde fuera inhumado al acabar la guerra civil, al Valle de los Caídos el 30 de marzo de 1959: “Era un hombre de corazón, al contrario de quien será su compañero de túmulo en Cuelgamuros. José Antonio ha sido condenado a una compañía deshonrosa, que ciertamente no merece, en el Valle de los Caídos. Se le deshonra asociándole a ferocidades y corrupciones ajenas”.
En enero de 1977, en plena transición política, Miguel Primo de Rivera y Urquijo, sobrino y ahijado de José Antonio, recibió la visita inesperada de Víctor Salazar, miembro destacado del Partido Socialista, como albacea testamentario de Indalecio Prieto, para hacerle entrega de las llaves de la caja fuerte del Banco Central de México, donde se guardaba la maleta donde estaban los objetos personales que José Antonio en la prisión de Alicante, incluido su mono azul de miliciano.
Asunto especialmente curioso fue el de la relación de Primo de Rivera con el juez Eduardo Iglesias Portal que presidía el tribunal que lo condenó a muerte. José Antonio, tras escuchar la condena, tuvo un gesto inesperado, abrazó al juez. Sus hijas lograron que la familia de Primo de Rivera pidiera y obtuviera el indulto de Franco para este magistrado que vivió los diez últimos años de su vida “entre libros, olivos, nietos, amigos y viajes, sin que nadie interrumpiera su vida con leyes revisionistas, ni decretos que invocaran ningún tipo de venganza”. Fernando Ramos