POR EDUARDO JUÁREZ VALERO, CRONISTA OFICIAL DEL REAL SITIO DE SAN ILDEFONSO (SEGOVIA)
Una vez más, como la semana pasada, como todas las semanas, trasteando que andaba el que suscribe por el Archivo Histórico Municipal del Real Sitio, acabé por dar, esta vez de forma accidental, con otro delicioso documento, inspirador, divertido y que me aboca a la inevitable reflexión.
Resulta que, allá por el 23 de julio de 1844, escribía el señor gobernador político de Segovia a don Antonio Carral, alcalde Constitucional del Real Sitio de San Ildefonso, consternado, preocupado y, ¿por qué no decirlo?, un tanto molesto por las circunstancias que estaban concurriendo en aquel Paraíso. A decir del señor gobernador, de un tiempo a aquella parte, no se oía otra cosa en las calles del Real Sitio más que palabras obscenas y blasfemias con el nombre de Dios. Tal situación parecía estar relacionada, según el citado gobernador político, por las frecuentes embriagueces que se veían de forma repetida en las nombradas calles del Paraíso, lo que, en buena lógica, derivaba en frecuentes discordias entre los matrimonios. Pedía el gobernador a Antonio Carral, sin la menor dilación, que tomara cartas en el asunto para que los vecinos volvieran a disfrutar de la paz merecida lo antes posible, regocijándose de vivir en tan singular municipio.
Si he de serles sincero, me pregunto qué pensaría Antonio Carral de aquella peregrina petición. Este alcalde, abuelo que fuera del segovianísimo Ignacio Carral, había llegado al Real Sitio integrando las tropas que se presentaron, ocho años antes, con la intención de sofocar el golpe de estado liderado por una parte del ejército y que provocó la creación de la segunda constitución real de este santo país, la de 1837. Oficial de reconocido prestigio, enfrentado a los llamados sargentos de La Granja y, con el paso de los años, a la vorágine carlista que asoló España hasta que Baldomero Espartero diera con la tecla apropiada, no me cabe duda que habría sido capaz de afrontar cualquier desafío, pero, ¿a lo que proponía el señor gobernador político?
Ya me dirán ustedes que habrían hecho en su lugar. ¿Poner a los serenos en la puerta de las tabernas con un talonario de sanciones? ¿Vigilar cada palabra que salía de la boca de cuantos vivían en el Paraíso? ¿Adiestrar a los perros para que, como aquel chucho de Historias de la Radio, ladraran a los blasfemos? Algún lámina habría optado por cerrar los bares, centros básicos para la sociabilización de las clases trabajadoras españolas durante más de dos siglos; o, como en aquel cuento de Gianni Rodari, desgastar las palabras prohibidas hasta el punto de que nadie fuera capaz de recordarlas; o, como en esa película de Silvester Stallone, que un Big Brother multara a todo quisque que blasfemara, además de recetarle un calambre en salva sea la parte. En este punto, me imagino lo que habría sufrido mi querido y desaparecido amigo de Cuéllar, Julito, hijo del tío Cachano, regente del bar la Torre en el barrio del Salvador, cuna de mi señora suegra, doña Pilar Marcos.
Sea como fuere, no he encontrado respuesta en el archivo del pobre Antonio Carral, ni más requerimientos por parte del señor gobernador político, por lo que entiendo que la cruzada del alcalde del Real Sitio contra los blasfemos borrachos, o al revés, hubo de tener éxito. Sin embargo, llegados a estos días en que una buena parte de nuestra juventud y madurez segoviana, cuellarana e, incluso, del Real Sitio, pretende hacerse con las respectivas alcaldías, me pregunto si alguno de ellos es consciente de, no ya la responsabilidad que representa tal decisión, sino del compromiso que conlleva tan solo el pretenderlo. Me gustaría que todos y cada uno de ellos, de ellas, de los que sean, comprendieran que un alcalde ha de estar dispuesto a hacer lo que sea por sus vecinos. Más allá, que tendrán que romper todas sus convicciones, sus promesas, sus anhelos y los sueños que les han empujado a postularse para tan importante empeño a cambio de un silbato, una cachaba y una carraca, de modo que nadie suelte palabrotas por muy rico que estuviera aquel vinito o larga fuera la competencia en la barra del santo bar.
Después de todo, no se olviden: ser alcalde no es otra cosa que vaciarse por completo y llenarse de los demás, de todos, los que te votaron y los que no, para que el Paraíso siga siendo eso, un lugar donde nadie perturbe tu disfrute de la completa y merecida paz.
Fuente: http://www.eladelantado.com/