POR ANTONIO LUÍS GALIANO PÉREZ, CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA (ALICANTE)
Parece que fue ayer y han transcurrido sesenta años. En aquellos momentos cursaba sexto de Bachillerato en el Colegio Diocesano Santo Domingo y dos de mis profesores gozaron de protagonismo en la Cuaresma de ese año. El primero de ellos, Vicente López Martínez que impartía las clases de Arte y Cultura y al que Fernando Brú Giménez por encargo de la Junta Mayor de Cofradías y Hermandades de la Semana Santa, le fue encomendada la predicación en la Misa que todos los años se le dedica al Patrón de la Ciudad y la Huerta, Ntro. Padre Jesús Nazareno, el primer Domingo de Cuaresma en la iglesia parroquial de las Santas Justa y Rufina con motivo de la Novena. Al bueno de don Vicente, por desempeñar el oficio de orador sagrado, percibió como estipendio 500 pesetas. El segundo, el licenciado en Filosofía y Letras, José Guillén García que alternaba su cargo de director del Instituto Laboral con la impartición de clases de Lengua y Literatura Española en mi colegio, y por el mismo conducto que al anterior, se le confió la Glosa al Pregón de Semana Santa. Con ambos, mantuve muy buena relación hasta su fallecimiento.
Por primera vez, dicho acto se celebró el 15 de marzo en el Cine Avenida, en vez de en el Salón de Sesiones del Ayuntamiento tal como se venía haciendo. Para ello, se logró la cesión desinteresada de dicho local por parte de José María Martínez Tercero y de José Soler Murcia. Dicho acto fue presidido por el obispo Pablo Barrachina y Estevan y por el alcalde Luis Cartagena Soriano, siendo presentado por el censor eclesiástico de la Junta Mayor, Fernando Brú Giménez en representación del presidente de la misma, Ángel García Galiano que ostentaba el cargo de hermano ministro de la Venerable Orden Tercera. Como era costumbre, además de esperar los permisos eclesiástico y municipal para que los desfiles procesionales recorriesen las calles y plazas oriolanas, se aguardaba la Glosa del Pregón, que José Guillén anunciaba: “En los próximos días Orihuela se convertirá en un cirio gigantesco que se irá consumiendo con lentitud en holocausto de la Muerte del Justo. Se harán más recatadas las costumbres y más íntimo y entrañable el fervor. Se potenciarán esfuerzos y se aunarán voluntades. En cada casa, en cada terrón, en cada brote, todos los oriolanos hallarán una común idea y un solitario sentimiento para edificar en el alma del pueblo cristiano el augusto santuario del Dolor”. Sinceramente, me emocionó. Estuve allí y luego presencié el desfile que se organiza para anunciar públicamente por las calles que la Semana Santa se acerca. Y, en el cortejo dos nazarenos de cada cofradía, hermandad y mayordomía, “los Armaos” y su banda de cornetas y tambores, la banda “Auxilium” del Oratorio Festivo, y cerrándolo la Unión Lírica Orcelitana. En cabeza el pregonero a caballo dando lectura a la crida original de Antonio García-Molina Martínez, a las gentes de Orihuela: “Una vez más se va a conmemorar en nuestra ciudad la Pasión y Muerte de Nuestro Señor: ningún marco más adecuado que la silueta cuajada de torres de nuestra mística Oleza; ninguna primavera tan suave y olorosa como la de este viejo rincón levantino, ningún cielo más azul, más cielo, que el que cubre esta tierra poblada de amor y bendición, para volver a vivir emocionalmente aquellos días en que la Sangre del Justo nos señalaba una vida mejor e interminable”.
La ciudad se iba preparando como años anteriores y las sillas para presenciar los desfiles eran contratadas a Antonio Martínez Moscardó, previo depósito de treinta mil pesetas. Así mismo, la Junta Mayor acordaba asegurar por medio de una póliza de responsabilidad civil y otra de accidentes de trabajo que cubriesen a los obreros y personal que arrastraban los pasos, “los empujaores”, y a los que alimentaban de electricidad mediante cables a algunos tronos. El cartel del joven oriolano Alfonso Ortuño ya estaba divulgando la Semana Santa por toda España que, además era anunciada en radio y prensa, dotándola de una subvención de dos mil pesetas y encargando la redacción de los textos a Emilio Bregante Palazón y a José María Hernández.
Se suscitaba la dificultad que había en el acompañamiento del paso de Ntra. Sra. de los Dolores en la Procesión General de Viernes Santo, y ante ello se acordó que fuera custodiada por dos nazarenos de cada cofradía con su respectiva indumentaria, encargándose de la conducción del paso, el médico Benito Álvarez de la Riva. Así mismo, se decidió subvencionar con el 50% el costo de la música de acompañamiento en aquellas cofradías que así lo hicieran, en dicha procesión.
Y llegó la Semana Santa y como otras veces la lluvia hizo acto de presencia, teniendo que suspenderse las procesiones de Lunes y Martes Santo. No así la del Santo Entierro, en la que fue Caballero Cubierto el abogado Álvaro Botella Martínez.
FUENTE: CRONISTA