POR FRANCISCO RIVERO, CRONISTA OFICIAL DE LAS BROZAS (CÁCERES)
Pasear por Salamanca siempre es un placer que enhechiza a todos aquellos que desean volver a ella, especialmente este otoño con sus días soleados que brindan al viajero una agradable estancia en la ciudad del Tormes.
Recorrer sus históricas calles llenas del bullicio estudiantil, pasear tranquilamente por el interior de su Universidad, acariciando el halo del saber de fray Luis de León o de don Miguel de Unamuno es gloria para el espíritu. Un pequeño secreto: No hay solo una rana, sino muchas ranas en la fachada plateresca de la Universidad. Ahora hay que averiguar dónde. Fue el lugar donde mi paisano Francisco Sánchez de las Brozas se convirtió en catedrático de Retórica y donde se atrevió a disentir con la doctrina oficial, por lo que la Inquisición le enjuicio hasta dos veces.
Han abierto nuevas visiones al turista en las catedrales, pudiendo saborear las construcciones y la ciudad desde otros ángulos de sus pasillos por las alturas de sus singulares edificios, pudiéndose apreciar con nitidez los encajes de la Torre del Gallo, que procedente de Zamora, Toro, se extendería después a la catedral de
Plasencia.
Salamanca enamora al viajero que la pasea con paz y sosiego; es la ciudad en embruja al que se asoma al balcón de su Ayuntamiento y es capaz de extender su vista por la churrigueresca y maravillosa Plaza Mayor, la plaza modelo de las Españas. ¡Habla el corazón de lo que uno conoce y desea dar a conocer!
El viajero se extasía ante la belleza de la Casa de las Conchas, frente a frente a la Clerecía, donde ve a los salmantinos pasear y gozar de su ciudad. Y un poco más allá, las catedrales, la vieja y la nueva, ésta con el famoso astronauta, y allí mismo el colegio Anaya. Y un poco mas allá la fachada retablo del convento dominico de San Esteban.
Ya puestos a hablar de turismo hay que sugerir algunos lugares para picar y comer: Uno que es algo singular: Master Asturias, en una esquina de la Plaza Mayor, que ofrece excelente sidra Un típico lugar es el restaurante Jero, en la calle Meléndez Valdés, 11. Es uno de los de mayor solera de la ciudad. Excelente su paté de cabracho. Algo modernísimo es el restaurante Momo, en la céntrica calle de San Pablo, que es también un bar de tapas. Tiene otro en un lugar idóneo: la antigua cárcel, que hoy es el Museo No hay que perderse el restaurante del Casino del Tormes, situado en la antigua sala harinera de un antiguo molino.
Fuente: APETEX CARTA MENSUAL – Noviembre 2007. Año IV. Número 47