POR APULEYO SOTO, CRONISTA OFICIAL DE BRAOJOS DE LA SIERRA Y LA ACEBEDA (MADRID)
Hay más matanzas que las del cerdo, al que cada año le llega su San Martín con los fríos de noviembre. Y son tremendas, terribles, cotidianas, aterradoras, insufribles, diabólicas, mundiales… De ellas escribiré otro día. Hoy me sangraría la pluma por Siria. Hoy me reprimo y dejo reposar la indignación y el dolor de mi alma por los desterrados, los refugiados, sin asilo permanente. Por contra, hoy me subo la noticia al cielo del paladar de la boca, y hablo de una sana digestión.
Las matanzas del cerdo son sacrificiales y celebratorias, son una eucaristía profana, consignan la idiosincrasia de un pueblo, responden a un calendario y un refranero tradicional, constituyen toda una fiesta local y familiar, se revisten de una muy particular parafernalia fáunica y fáustica. A comer y beber, pues lo hemos menester.
Asisto desde hace un quinquenio que fui su Pregonero, a la matanza de manos blancas que convoca el Virrey actual del Burgo de Osma, don Gil Martínez Soto, entrañable Master Chef soriano universal, y os aseguro que no hay ninguna como ella: tan limpia, tan generosa, tan indolora, tan mesocrática. Todo lo hace conforme a la ley “porque es de ley” y conocimiento público su rito ya legendario, no sólo en Castilla-León sino en el universo y diverso mundo.
Si os sentáis a sus mesas del restaurante amplísimo de Los Diezmos, del 17 de enero a los últimos “findes” de marzo, observaréis a vuestro lado despachándose y engullendo las cochinas viandas a chinos, japoneses, neozelandeses o cualesquiera otros habitantes del planeta, acercados al Burgo de Osma en barco, avión, tren, autobús o coche particular. Ya no hay distancias ni separaciones de comensales.
Danza de la muerte, pero también danza de la vida, que juntas siempre se hallan la una para la otra. Aquí viene muy bien recibido el ensayo de Platón titulado “El banquete”, que ya habló de zahúrdas. Ay cuán sabrosos sus sabores y saberes. Degústenlos a pares, en el cuerpo y en el alma.