POR MANUEL PELÁEZ DEL ROSAL, CRONISTA OFICIAL DE PRIEGO DE CÓRDOBA
La historiografía de la antigua ermita de la Virgen de la Cabeza ha sido desafortunadamente, por lo general, muy poco generosa con su patrimonio. No sabemos si cuando se derrumbó en el año 1957 se confeccionó un inventario del ajuar subsistente, pues en tal caso, aunque a sensu contrario, hubiéramos conocido expresamente las piezas muebles (esculturas, pinturas y orfebrería) conservadas y su destino. Pero de todos modos existen noticias e indicios, y sobre todo material fotográfico, que nos permiten determinar un contenido valioso del que en esta ocasión rendimos cuentas para la memoria de la hermandad.
Dejemos hablar a los textos escritos.
Luis María Ramírez y las Casas Deza, a mediados del siglo XIX, en su famosa obra “Corografía de la provincia de Córdoba”, en la voz “Priego”, textualmente, por lo que a nuestra iglesia se refiere, dice lo siguiente: “Las ermitas son diez… Nuestra Señora de la Cabeza o San Sebastián. Es de tres naves de bastante capacidad y tiene cinco altares. En el mayor se ve en un camarín la imagen de Ntra. Sra., y en la parte superior del retablo San Sebastián, y a los lados dos pequeñas efigies de la Virgen del Rosario y San José. Los altares colaterales están dedicados al Sr. Resucitado y Sta. Ana, San Cristóbal de gran estatura y San Cayetano, estos dos últimos son lienzos”.
La otra fuente lleva la firma de Rafael Ramírez de Arellano y tampoco se caracteriza por su prodigalidad. Dice así: “Ermita de la Virgen de la Cabeza. Es quizás el edificio religioso más antiguo de Priego, como indica su portada, que entre botareles (pilares o contrafuertes) presenta un arco escarzano con una línea de puntas de diamante en la archivolta (moldura) y un recuadro formado por un bocel quebrado en la línea superior”. “No tiene interés artístico por su simplicidad”-añade, y de esta forma despacha desde el punto de vista arquitectónico el edificio a su juicio, escribe a principios del siglo XX, el más antiguo de la localidad. Agrega un segundo párrafo que rubrica con el sustantivo “Metalistería”, y que reza así: “Bandeja alemana de azófar (latón) con Adán y Eva en el centro y en la orla repetida cuatro veces esta inscripción en caracteres monacales: “DER I MERI D GEEAWART”. Aunque hay muchos ejemplares de estas bandejas, éste es de las que se conservan en mejor estado”. (Dejemos estar, por el momento, esta interesantísima pieza para elucubrar sobre su enigmática leyenda en ocasión venidera).
Combinando los dos textos, concluimos que cuestionando el juicio de Ramírez de Arellano, sobre que la sencillez no está reñida con una rica expresión artística, lo que nos interesa destacar ahora es la concreción de ocho piezas de notable valor, seis de ellas esculturas y dos, por el contrario, pinturas o lienzos. Las esculturas son dos de los titulares de la iglesia o ermita: la Virgen de la Cabeza y San Sebastián (en el retablo del altar mayor, una en la embocadura del camarín, la de la Virgen, y la otra en el ático, la del santo cotitular), y cuatro, la Virgen de Rosario, San José (también en el mismo retablo), y el Resucitado y Santa Ana, en el interior del templo, en el que asimismo se ubican los otros dos “santos”: San Cristóbal y San Cayetano.
A excepción de la imagen cotitular del primitivo templo, que se encuentra perfectamente localizada, me refiero a la de la Virgen de la Cabeza, sita en la iglesia nuevamente construida aunque bastante más mermado su espacio primitivo, la otra, la de San Sebastián, por el momento está deslocalizada. ¿Quiere decir ello que cuando el templo se deconstruyó a mediados del siglo XX, la imagen de San Sebastián se cayó o la tiraron y se hizo añicos? O, por el contrario, ¿significa que respecto a su ignorado paradero algún amante de las obras de arte la puso a buen recaudo para que no desapareciera? Dejémoslo también estar. Pero que conste. Esta valiosa imagen “desubicada” o lamentablemente perdida, tiene un gran valor histórico, al margen del artístico, tanto por su antigüedad, como por haber sido titular de una hermandad homónima allá por los lejanos años del siglo XV, en que ya existía el antiguo edificio gótico que llegó hasta finales del siglo XVIII, en que nuevamente se proyectó y reconstruyó, si bien en el siglo XVII ya había soportado igualmente una profunda intervención.
Reparemos, por haber tenido mayor fortuna, en los dos cuadros o lienzos existentes y localizados: el de San Cristóbal y el de San Cayetano. Estos se encuentran colocados en la parroquia del Carmen (el de San Cristóbal) y en la sacristía mayor de la iglesia conventual de San Francisco (el de San Cayetano), respectivamente. Son ambas pinturas de noble factura, ignorándose su autoría, aunque la de San Cayetano tiene mejor aspecto y factura que la de San Cristóbal.
Dos breves referencias a uno y otro. San Cristóbal, o “San Cristobalón” por alusión a la representación sobredimensionada en muchas de sus materializaciones, es un santo muy popular. La compilación conocida como Leyenda Dorada (siglo XIII) debida al dominico italiano Jacobo de la Vorágine, lo identifica con un gigante pagano que, convertido al cristianismo en los primeros siglos de nuestra era, se ocupaba de ayudar a pasar a viajeros y transeúntes un vado peligroso, portándolos a hombros. La misma fuente hagiográfica afirma que en una ocasión socorrió a un niño de mucho peso, que al ser interrogado por el transportador al sorprenderle la carga le contestó que se llamaba Jesús y que su peso se debía a que él mismo cargaba en sus espaldas los pecados del mundo. La representación de este santo todavía puede verse en algunas catedrales españolas junto a la puerta de entrada (Jaén o Zamora) o en capilla propia (como en la de Córdoba), pero eso sí con proporciones desorbitadas.
El ejemplar de Priego representa a San Cristóbal descalzo y hercúleo, en posición de avance, con un vaporoso manto, agarrando con su mano izquierda una fuerte vara con la que se apoya en tierra, y llevando al Niño Jesús al que le cubre parcialmente un velo o tul volado en su hombro izquierdo. La pintura se decora con un paisaje de naturaleza en el que sobresale con bellos colores pictóricos un río, entre arboleda profusa, y un rompimiento de gloria celestial.
El otro “santo”, Cayetano, es menos conocido, pero de no menor trascendencia eclesial. Nació en Vicenza en 1480 en el seno de una familia noble (condado de Thiene) y murió en Nápoles en 1547. Su nombre castellano es un italianismo, y fue bautizado con él en memoria de un tío suyo, natural de Gaeta, a 70 km. de Roma, que había sido profesor de derecho de la Universidad de Padua, en donde también él cursaría los estudios jurídicos. Vivió a caballo, por tanto, entre los siglos XV y XVI alcanzando el presbiterado. Ha pasado a la historia de la iglesia por haber sido el fundador en el año 1524 de la Orden de los Clérigos Regulares Teatinos, junto a Juan Pedro Caraffa, que posteriormente sería papa con el nombre de Pablo IV. Su regla implicaba la pobreza, subsistiendo de la caridad pública, o sea de lo que la gente le pudiera ofrecer espontáneamente, sin necesidad de pedir limosna. Su misión consistía en renovar el espíritu, y su emblema la aparición de la Virgen María. (Es patrón de los que buscan trabajo, y de los desempleados, y es llamado “Padre de la Providencia”).
El cuadro que se conserva en nuestra ciudad lo representa con las vestiduras sacerdotales, con ropaje (alba) ampuloso, pespunteado en los extremos (cuello, mangas y bajos) con delicados encajes, a los pies de una bella Virgen con Niño, rodeada también por una cabeza de ángel y dos de cuerpo entero, uno de los cuales sostiene una cruz y un ramo de lirios. En el suelo del cuadro aparecen dos códices y encima de ello un rosario, testimonio de su frecuente rezo. Los inventarios de la iglesia de la Virgen de la Cabeza publicados en anteriores ocasiones, tanto el de 1751 como el de 1760, no lo relacionan entre sus bienes, por lo que su aportación a su acervo debió ser posterior. Es el inventario del año 1914 el que recoge la existencia de este cuadro situado en nuestra antigua iglesia. Dice al respecto:
“Altar de San Cayetano: situado en el lado derecho de la iglesia. Su titular el mismo; ignórase si está consagrado; es de madera y no tiene estilo; no es de patronato ni se sabe si está privilegiado; la imagen del Santo es un cuadro pintado al óleo; está colocado en su retablo de madera tallado; no hay cuerpo de Santo o Reliquia ni otras imágenes en el altar, ni capilla y ésta no tiene cancela”.
Existe testimonio de agradecimiento por su condición milagrosa al haber intercedido en la curación de un vecino de la villa llamado don Cristóbal Luque Criado que vivió en la calle Puertas Nuevas, y que al otorgar su testamento en 1870 declaró lo que sigue: “Ordeno y mando que siendo deudor a San Cayetano bendito, de infinitas gracias que me ha dispensado en cuantas ocasiones le he implorado, y muy especialmente en la última enfermedad que he padecido, consiguiendo el poder andar cuando estaba imposibilitado de ello, que al palo que desde entonces vengo usando para apoyarme se le ponga un puño y regalón o cantera de plata con una cinta azul y se coloque en el altar del santo que hay en la iglesia de Ntra. Sra. de la Cabeza de esta población, y que por espacio de seis años consecutivos se diga en citado altar el día del Santo una misa rezada, contribuyendo cada uno de mis hijos con un real y medio para su pago”.
Fue esta ermita durante muchos siglos un lugar prominente, situada en un altozano de la villa, ventilado y sano, tal vez para propiciar la curación de muchos de los que afectados por el contagio en las epidemias -San Sebastián es abogado de la peste- que periódicamente frecuentaban a sus moradores acudían pidiendo activamente socorro salutífero mediante la oración, o pasivamente oyendo la predicación de sacerdotes o religiosos convocados al efecto.
Hemos localizado varios documentos oficiales que así lo evidencian. Valgan como muestra dos. El primero de ellos data de 1746, año en que el presbítero don Nicolás Ruiz de Tienda, Comisario de la Santa Cruzada, acude al escribano público para hacer fundación de una memoria consistente en costear la limosna de cinco pláticas doctrinales que se venían predicando durante los cinco domingos de Cuaresma en la ermita de Nuestra Señora de la Cabeza por los predicadores religiosos del convento de san Pedro de padres descalzos “para que por este medio participen de la palabra divina y oyesen la explicación de la doctrina cristiana todas las personas, por no tener comodidad y decencia para bajar a oírla en las demás iglesias y conventos”. Instituye esta fundación sobre una finca de su propiedad de tierra de viña en el sitio de Navasequilla, gravada a tal fin con 50 reales de limosna que habría de pagarse anualmente en finales del mes de marzo al síndico apostólico de dicho convento, a cambio de obtener licencia para colocar un escaño con seis asientos en la capilla de San Pedro Alcántara y poder usar de él en las funciones públicas, lo que así fue reconocido por la provincia.
El segundo documento abunda en la misma línea pastoral. Data del año 1838 y lo suscribe don Juan Pedro Zevallos, capellán de la ermita de la Virgen de la Cabeza desde hacía más de 27 años, “para la enseñanza de la doctrina cristiana en dicha ermita”. Lo dirige al Presidente de la Junta Municipal de Beneficencia de la villa de Priego, sorprendido de que se le reclame lo que hubiera cobrado de los censos del vínculo fundado por don José de Alcaraz hacía más de 200 años. Alega que entre las cláusulas de la escritura otorgada había una que declaraba que el poseedor de dicho vínculo venía obligado a nombrar un sacerdote con la obligación de enseñar la doctrina cristiana en la ermita de Nuestra Señora de la Cabeza, a cambio de cobrar de las rentas de dicho vínculo los réditos del capital de 1.000 ducados. Añadía que cuando falleció el capellán don Rafael González, el patrono del vínculo que lo era don José de Arias le nombró para el mismo cargo y después continuó en la pacífica posesión con el que le sucedió en dicho patronato, don Francisco María de Castilla, a quien afirma haberle entregado los títulos que legitimaban su derecho. Agregaba asimismo que él había designado a don Diego de Arcos, otro eclesiástico para que desempeñase este encargo, por haberse tenido que ausentar de Priego, pero según sabía la asignación no le había sido satisfecha al propuesto por él. Todo ello ponía de manifiesto que no se le podía exigir ningún cargo por el cobro de los réditos, que además no habían sido pagados.
La contestación fulminante no se hizo esperar. El alcalde constitucional del Noble Ayuntamiento de Priego, don José María de Gámiz Moyano, requirió al Sr, Zevallos para que pusiera en poder del Secretario los títulos y le rindiera cuentas, “bajo pena de 30 ducados de irremisible exacción”, al negar el titular del vínculo, Sr. Castilla, que a él no le había entregado ningún documento el Sr. Zevallos. Cómo terminara este asunto no lo expresa el expediente, pero lo que sí queda evidenciado es que desde siglos, por lo menos hasta 1838, en la ermita de la Virgen de la Cabeza se enseñaba por un eclesiástico, con el cargo de capellán, la doctrina cristiana.
*Artículo publicado en la Revista Mirando al Santuario. ISSN 1885-0227, II Época nº 30, abril, 2016, págs. 78-80